EMERJO DESDE LA MELANCOLÍA
La tarde regala relojes de arena
a la quietud de una rosa sin jardín,
y la música ocupa los espacios oscuros
de la angustia.
Sobre los tejados vuelan golondrinas.
Pasan una y mil veces y se van,
tras la estela de luz de un sueño
de eterna primavera.
Mi voz mezclada con el viento.
La mirada en las cosas.
Las calles en el alma y,
ajenas al dolor,
las risas de los niños.
Nadie se acordará de mi nombre.
Sobre las paredes blancas,
apenas un cuadro
de almendros florecidos
y en el alma,
un poema siempre inacabado.
Carlos Solano Oropesa.
La tarde regala relojes de arena
a la quietud de una rosa sin jardín,
y la música ocupa los espacios oscuros
de la angustia.
Sobre los tejados vuelan golondrinas.
Pasan una y mil veces y se van,
tras la estela de luz de un sueño
de eterna primavera.
Mi voz mezclada con el viento.
La mirada en las cosas.
Las calles en el alma y,
ajenas al dolor,
las risas de los niños.
Nadie se acordará de mi nombre.
Sobre las paredes blancas,
apenas un cuadro
de almendros florecidos
y en el alma,
un poema siempre inacabado.
Carlos Solano Oropesa.