DESCANSEN EN PAZ LOS PLATANEROS, A LA VERA DEL CEMENTERIO
Fueron unos vecinos excepcionales que se llevaban nuestros malos humos,
nos oxigenaban en los días que nuestras neuronas lo necesitaban más.
Pudimos reflexionar bajo su sombra, muchas veces,
no sentirnos solos, otras, por motivo de edad, soledad o abandono.
O cuando las fuerzas no sostenían nuestras piernas,
gozamos del descanso a su lado.
Sí, geniales vecinos, descansen en paz.
Una paz, por la fuerza de un hacha.
Vidas segadas, cortadas de un tajo, sin beneficio alguno, que se sepa.
Permitían que grabáramos en ellos el nombre de la persona amada,
sin una queja, y orgullosos del amor estaban.
¡Cuánto cobijo no nos dieron!
Nos permitieron el abrazo que otros nos negaban.
Y vivían sin pedir nada a cambio.
Con sus cicatrices, con sus heridas, con sus hojas caídas en el otoño, con su desnudez en los inviernos,
sin bufandas ni ropas, bajo las nieves estivales...
esperando el reflujo de la savia, que los llenara de vida nueva
en cada primavera, que no volverán a disfrutrar ni a darnos su gozo en forma de hojas verdes, y ramas entrelazadas.
Todo un arboricidio que dice mucho de quien lo decretado, ordenado y ejecutado.
Descansen en paz los plataneros
que daban la bienvenida al peregrino, al visitante, al vecino si se iba y regresaba..
Si ellos nos contaran...
mucho seguro que han visto hasta su trágico final, y se han ido
sin un lamento.
Debemos ponerlos nosotros como signo de duelo.
Descansen en paz.
Carmen García
Fueron unos vecinos excepcionales que se llevaban nuestros malos humos,
nos oxigenaban en los días que nuestras neuronas lo necesitaban más.
Pudimos reflexionar bajo su sombra, muchas veces,
no sentirnos solos, otras, por motivo de edad, soledad o abandono.
O cuando las fuerzas no sostenían nuestras piernas,
gozamos del descanso a su lado.
Sí, geniales vecinos, descansen en paz.
Una paz, por la fuerza de un hacha.
Vidas segadas, cortadas de un tajo, sin beneficio alguno, que se sepa.
Permitían que grabáramos en ellos el nombre de la persona amada,
sin una queja, y orgullosos del amor estaban.
¡Cuánto cobijo no nos dieron!
Nos permitieron el abrazo que otros nos negaban.
Y vivían sin pedir nada a cambio.
Con sus cicatrices, con sus heridas, con sus hojas caídas en el otoño, con su desnudez en los inviernos,
sin bufandas ni ropas, bajo las nieves estivales...
esperando el reflujo de la savia, que los llenara de vida nueva
en cada primavera, que no volverán a disfrutrar ni a darnos su gozo en forma de hojas verdes, y ramas entrelazadas.
Todo un arboricidio que dice mucho de quien lo decretado, ordenado y ejecutado.
Descansen en paz los plataneros
que daban la bienvenida al peregrino, al visitante, al vecino si se iba y regresaba..
Si ellos nos contaran...
mucho seguro que han visto hasta su trágico final, y se han ido
sin un lamento.
Debemos ponerlos nosotros como signo de duelo.
Descansen en paz.
Carmen García