A cambio recibieron este lugar plagado de
casas y
molinos que posteriormente, en 1489, pasó a ser un
barrio fredense, además de uno de sus grandes atractivos. El
río Molinar, que desciende desde un escarpado desfiladero, une a la vez que separa al
pueblo en dos zonas. A su paso se forman multitud de
cascadas y su discurrir atraviesa
rincones tan pintorescos como el
puente romano-
medieval. Justo al lado se encuentra la
ermita de
Santa María de la Hoz y a sus pies la del
Cristo de los Remedios.