Situación:
Turzo es un trozo desgajado de la Historia. Un pequeño territorio incrustado entre plomizos cascajares, alcores y vallejos que aún no ha podido envilecer la mano del hombre. El río Ebro besa sus pies tímidamente después de haber llenado de murmullos y requiebros los pacientes parajes descendentes del extremo Sur-Este de Cantabria penetrando en la Provincia de Burgos por la grieta de San Martín de Elines y Villaescusa a Orbaneja del Castillo. Y después de haber roto con su bisturí persistente las rocas que le cerraban el paso por Pesquera trazando el impresionante desfiladero de los Cañones del Ebro. Tan importante río no es, sin embargo, más que una anécdota en la vida de este pueblo ya que apenas influyó nunca en ella como no fuera para conformar todo aquel entorno, toda aquella hemorragia de vida y de historia profunda contemplada por enhiestas rocas, retorcidos riscos, escarpaduras, despeñaderos y farallones, todo lo cual constituye una especie de estatismo suspendido del hilo mágico de algún encantamiento. Y Turzo, el histórico Lugar de Turzo, está allí, en el epicentro de ese mar de piedra y silencio que se cierra sobre sí para ocultar su enigmático misterio. Y en el que se hunde el sol al atardecer como agotada su luz a fuerza de iluminar tanta belleza.
Un lugar como éste merece ser descrito y participado porque ya quedan pocos, o así nos lo parece a quienes vivimos arrollados por la celeridad y el desconcierto. Al asomarnos a sus exóticos parajes no solamente contemplamos maravillas excepcionales, aunque también, sino que sobre todo nos sobrecoge un sentimiento de paz y trascendencia como nunca antes habíamos percibido. Desde San Roque a Santicuerno, desde La Peña a Rebollar, desde Solano a Regañón o desde Abrego hasta Cierzo se circunscribe el trozo de Naturaleza, de tierra escarpada y cielo azul más límpido y asombroso que uno deseara soñar alguna vez.
Lo descubrí un día por casualidad, como sucede con todos los descubrimientos. Otros pocos lo descubrieron también mientras hollaban los caminos utópicos del 68. De 1.968. Tal vez todos íbamos huyendo del bullicio, del ruido de las bocinas y las ambiciones. Tal vez todos íbamos buscando la paz. Pero por allí pasaron antes muchos sesenta y ochos de otros siglos y de muy diversos significados cuyas huellas aún permanecen indelebles por doquier tal vez porque se grabaron con sudor y fé. Tan pronto puse el pie en aquel recinto me di cuenta de que estaba pisando tierra sagrada.
Turzo pertenece al término y jurisdicción de la Villa y Honor de Sedano en el Norte de la Provincia de Burgos y, de toda la zona, es el Lugar que permanece más puro (pureza secular) porque nunca fue paso para ningún otro territorio. Se cobijó bajo aquellas montañas rocosas, puso sus pies al frescor de las aguas del Ebro y se ocultó en el placer de su soledad, que es sinónimo de libertad, cerrando cuantas compuertas hubieran permitido que fuerzas extrañas hollaran su intimidad. Para ir a Turzo es preciso ir a Turzo, no se puede tomar otra ruta y encontrarselo casualmente, por éso permanece aún casi virgen, pobre y austero, sólo dolorido por el peso de los siglos, huraño.
He visto tantas tristezas en él como vecinos tuvo por generaciones. Están pegadas a la tierra, enraizadas profundamente en la Olma de junto a la Iglesia, enredadas en las ramas milagrosamente vivas del roble centenario de Isaac. Cada pedazo de suelo, tierra y piedra casi por igual, refleja el sudor esforzado de cientos de descendientes, seguramente de las mismas familias, de los primeros pobladores. Una finca mínima de aquellas, hoy ya desdibujada por el barrido indiscriminado de los mojones que las identificaban, es una tumba en la que están enterradas pesadumbres y tribulaciones por las incertidumbres de míseras cosechas. Desamparos y abatimientos de su propia soledad y carencia de futuro. Ansiedades y desventuras de las sequías y de las granizadas. Están enterrados los esfuerzos casi baldíos de pobres gentes que no conocían otro horizonte y se afanaban por la subsistencia como cualquier animal. Y está también enterrada la mucha resignación de que hacían gala aquellos hombres rudos que no quisieron guerrear para vivir de las conquistas como se solía por la época. Permanecieron al pié de sus arados, al regazo de sus mujeres y al cuidado de sus hijos. Eran hombres prudentes y audaces a la vez, lo cual no es contradictorio, porque para proteger a su prole y a su tribu se tenían que armar del arrojo cotidiano, lo que requiere una mayor dosis de coraje que la lucha espontánea de la espada. La tierra era su campo de batalla. (Del libro "TURZO. Un Lugar de la España resignada" de Eduardo Tarrero de Pablo
Un lugar como éste merece ser descrito y participado porque ya quedan pocos, o así nos lo parece a quienes vivimos arrollados por la celeridad y el desconcierto. Al asomarnos a sus exóticos parajes no solamente contemplamos maravillas excepcionales, aunque también, sino que sobre todo nos sobrecoge un sentimiento de paz y trascendencia como nunca antes habíamos percibido. Desde San Roque a Santicuerno, desde La Peña a Rebollar, desde Solano a Regañón o desde Abrego hasta Cierzo se circunscribe el trozo de Naturaleza, de tierra escarpada y cielo azul más límpido y asombroso que uno deseara soñar alguna vez.
Lo descubrí un día por casualidad, como sucede con todos los descubrimientos. Otros pocos lo descubrieron también mientras hollaban los caminos utópicos del 68. De 1.968. Tal vez todos íbamos huyendo del bullicio, del ruido de las bocinas y las ambiciones. Tal vez todos íbamos buscando la paz. Pero por allí pasaron antes muchos sesenta y ochos de otros siglos y de muy diversos significados cuyas huellas aún permanecen indelebles por doquier tal vez porque se grabaron con sudor y fé. Tan pronto puse el pie en aquel recinto me di cuenta de que estaba pisando tierra sagrada.
Turzo pertenece al término y jurisdicción de la Villa y Honor de Sedano en el Norte de la Provincia de Burgos y, de toda la zona, es el Lugar que permanece más puro (pureza secular) porque nunca fue paso para ningún otro territorio. Se cobijó bajo aquellas montañas rocosas, puso sus pies al frescor de las aguas del Ebro y se ocultó en el placer de su soledad, que es sinónimo de libertad, cerrando cuantas compuertas hubieran permitido que fuerzas extrañas hollaran su intimidad. Para ir a Turzo es preciso ir a Turzo, no se puede tomar otra ruta y encontrarselo casualmente, por éso permanece aún casi virgen, pobre y austero, sólo dolorido por el peso de los siglos, huraño.
He visto tantas tristezas en él como vecinos tuvo por generaciones. Están pegadas a la tierra, enraizadas profundamente en la Olma de junto a la Iglesia, enredadas en las ramas milagrosamente vivas del roble centenario de Isaac. Cada pedazo de suelo, tierra y piedra casi por igual, refleja el sudor esforzado de cientos de descendientes, seguramente de las mismas familias, de los primeros pobladores. Una finca mínima de aquellas, hoy ya desdibujada por el barrido indiscriminado de los mojones que las identificaban, es una tumba en la que están enterradas pesadumbres y tribulaciones por las incertidumbres de míseras cosechas. Desamparos y abatimientos de su propia soledad y carencia de futuro. Ansiedades y desventuras de las sequías y de las granizadas. Están enterrados los esfuerzos casi baldíos de pobres gentes que no conocían otro horizonte y se afanaban por la subsistencia como cualquier animal. Y está también enterrada la mucha resignación de que hacían gala aquellos hombres rudos que no quisieron guerrear para vivir de las conquistas como se solía por la época. Permanecieron al pié de sus arados, al regazo de sus mujeres y al cuidado de sus hijos. Eran hombres prudentes y audaces a la vez, lo cual no es contradictorio, porque para proteger a su prole y a su tribu se tenían que armar del arrojo cotidiano, lo que requiere una mayor dosis de coraje que la lucha espontánea de la espada. La tierra era su campo de batalla. (Del libro "TURZO. Un Lugar de la España resignada" de Eduardo Tarrero de Pablo