El Santoral encierra espantosos relatos de
santos martirizados hasta la muerte por su defensa de la fe cristiana, pero no muchos tan crueles como el que recuerda la vida y martirio de
Santa Centola y su
amiga Santa Elena, víctimas de una misma espada que acabó con sus vidas en
Burgos hace más de 800 años.
La Diócesis celebra hoy el día en el que ascendieron a los
altares y recuerda desde la
ermita de Castrosiero el valor de su testimonio de fe y su espantoso martirio. La belleza del entorno de esta singular ermita visigótica, asomada al cañón del Ebro sobre el
caserío de
Valdelateja y el paso de los años han ido enterrando la
historia del martirio de las
santas Centola y Elena, aunque ha dejado viva la leyenda que marca la
piedra sobre la que ambas fueron degolladas y de la que se dice que si se frota con un paño mojado deja ver la sangre del crimen.
Centola era una
joven natural de
Toledo, hija de un alto dignatario
romano, que allá por el siglo III fue repudiada y perseguida por su propio padre al enterarse de que profesaba la fe cristiana. Éste ordenó apresarla, pero Centola huyó y se
refugió en Siero, donde, además de no ocultar su fe, la predicaba y convertía a la
Iglesia a muchos habitantes de la zona.
Finalmente, Centola fue apresada y entregada al prefecto Eglesio, enviado por el emperador Maximino, que estaba determinado a acabar con el cristianismo, quien mandó torturarla con varas y peines de metal y con otras terribles mañas para conseguir que Centola abjurara de la fe cristina. Sin conseguirlo y harto de su determinación, Eglesio mandó que le cortaran los dos pechos para que Centola muriera desangrada y la encerró en una celda donde siguió con vida y resistiéndose a cambiar su fe, por más que las mujeres que envió el prefecto insistían en que salvase su vida volviendo a los antiguos dioses
romanos. Centola negaba a unas y otros e insistía con vehemencia en permanecer cristiana y seguía predicando desde su encierro, por lo que Eglesio mandó que se le cortase la lengua.
Además de su martirio, Centola dio pruebas de milagro en vida, ya que se cuenta que fue capaz de hablar aun sin lengua y advertir a su amiga Elena, también cristiana, que ella también moriría por su fe. Elena era una de sus
amigas y enterado Eglisio de que estaba allí y de que era también cristiana, mandó apresarla de lo que se alegró Elena deseosa de acompañar á su amiga en la muerte, como lo había hecho en vida.
El santoral dice que ambas fueron degolladas el 13 de agosto de 304 cuando Eglesio perdió la paciencia con ambas y las entregó a la espada del verdugo Dacinio. El lugar de la decapitación está indicado por un
monumento, una
roca cerca de la
fachada norte de la ermita. Dicen las leyendas que si se moja esta roca con un trapo mojado, se teñirá de rojo por la sangre derramada por las santas.
En el año 782 los esposos Fredenandus y Gutina, señores de CastroSierro, construyen una pequeña iglesia sobre el
río Butrón, en Valdelateja, sobre el tradicional lugar del martirio, y donde aún se venera la memoria de las santas. Los obispos de Astorga y
León llevaron los cuerpos a esa iglesia (se dice que los compraron por 300 libras de oro) y el obispo de Burgos Gonzalo de Hinojosa ordenó el traslado de los cuerpos en 1317, reinando Alfonso XI, para que recibieran culto más apropiado en la
catedral de Burgos (aunque se dejaron las cabezas en Sierro). Don Gonzalo los colocó en el
altar mayor, y les concedió misa y oficio propio, con Rito Doble de primera clase. Hoy es una memoria obligatoria, de precepto para la ciudad y diócesis de Burgos.