El Torrejón, una antigua
torre medieval desmochada, que había pasado a formar parte de una
casa solariega en 1725 (según data en la
ventana) milagrosamente conservaba su techumbre, mientras un tercio de sus paredes estaban esparcidas por la
calle principal del
pueblo impidiendo el paso. Unas vallas indicaban el inminente peligro de desplome del
tejado. Las lajas de
piedra del
alero asomaban en el suelo entre los escombros, mientras otras
piedras de más valor iban desapareciendo poco a poco. La casa solariega estaba hundida y el resto de los anexos, la mayoría de adobe, también.
En los
Barrios Bajo y Centro sólo se mantenían las viviendas a las que se les daba uso vacacional gracias al cariño de estas
familias por el pueblo. El resto estaban en
ruinas o desaparecidas.
La
Iglesia era el único signo de vida. Con su
ábside románico perfectamente conservado y recientemente consolidada por el esfuerzo de estos vecinos, emergía con una gran belleza sobre los
campos, acompañada por La Nogala. Todo ello sin accesos,
escaleras ni urbanización