El solitario
palomar, hoy sin pichones ni palomas, monta guardia junto al cansado y betusto
nogal, solo acompañados en el mejor de los casos, con esa mancha amarillenta de
girasoles que año tras año visten los
campos villalibadenses. Unos y otros son testigos de este tardío resurgir de un
pueblo, que en un momento formó parte de esa larga y triste lista de " Los
Pueblos del silencio". Hay que esperar un poco más para ver los resultados. Con todo, la perspectiva es esperanzadora. El tiempo lo dirá.