Esta pedanía de
Villadiego, deshabitada desde 1998 cuando se fueron sus 2 únicos vecinos, es hoy un auténtico edén gracias a cuatro hermanos que han ido adquiriendo
casas en
ruinas y rehabilitándolas como
alojamientos rurales
Juan Ansótegui es el alma máter de este proyecto de rehabilitación de todo un
pueblo; ahora, no solo acude gente a pasar unos días de descanso, sino que los ‘hijos del pueblo’ empiezan a arreglar sus casas. -
Foto: Jesús J. Matías
A tres kilómetros de Villadiego, se alza
Villalibado, al que podemos rebautizar como el pueblo milagro que ha resurgido de sus ruinas. Desde que en 1998 se quedó sin los últimos vecinos, dos hermanos que 16 años antes había montado una granja de pollos, entró a formar parte de la larga lista de
pueblos deshabitados, aunque no abandonados, porque unas pocas casas cerradas habitualmente, abrían en
verano y algún que otro fin de semana con el regreso fugaz de algún hijo del lugar.
La mayoría de viviendas, sin embargo, estaban semiderruídas y el
paisaje urbano de Villalibado en general era más que desolador. Nada que ver con la estampa que puede fotografiarse hoy y que deja con la boca abierta a cuantos se acercan a conocer el proyecto, y más aún a los que se hospedan en las 7 viviendas ya abiertas durante un fin de semana o periodos algo más largos. Los autores de esta resurrección son los cuatro hermanos Ansótegui, constituidos en una Comunidad de Bienes que, como bien dice su impulsor Juan, se están dejando aquí «la herencia de sus padres y sus ahorros», pero muy a gusto al parecer.
Villalibado es una localidad burgalesa, deshabitada, que no abandonada, desde el año 1998, muy próxima a la capital de su municipio Villadiego, en una loma a orillas del
río Brulles, en la comarca Odra-Pisuerga.
Aparece citada por primera vez con el nombre de “Billarivaldo” en el año 1192, en la carta fundacional del
monasterio de
Santa Cruz de Valcárcel.
La
fuente abovedada ubicada en el nacimiento del arroyo Bao, la primitiva
iglesia románica, el
puente de
piedra de
tradición romana sobre el río Brulles y dos
pozos con brocal de sillería, nos recuerdan los orígenes de este pueblo burgalés.
La Iglesia y el
torreón son los
edificios más singulares y ambos han tenido evolución e
historia paralela. Tuvieron el mismo origen, se construyeron en piedra de sillería y en los últimos años han pasado por un estado de soledad y abandono.
El Torrejón es una antigua
torre medieval, que siempre dió lustre y señas de identidad a este pueblo, está actualmente incluido en un conjunto de
casas rurales.
Ubicada en un pequeño altozano, junto al pueblo, la soberbia iglesia románica y renacentista dedicada a
El Salvador o de la Transfiguración del Señor, es un templo de finales del siglo XII o principios del XIII. Ha sufrido variaciones de añadidos con las restauraciones posteriores, a causa de frecuentes desperfectos y derrumbes, actualmente restaurada. De su pasado
románico, conserva la cabecera, hoy convertida en
capilla, así como la
fachada norte y parte del hastial occidental. Destaca su llamativo
ábside románico de planta semicircular, con una
ventana con
capiteles zoomorfos, con variedad de
canecillos y decoración ajedrezada.
A principios de los años 70 del siglo pasado, tras una serie de defunciones muy seguidas entre el vecindario, se fue el último matrimonio que quedaba.
En el siglo XXI con el pueblo prácticamente despoblado y en
vías de desaparición, la iniciativa privada de alguno de los vecinos que le abandonaron hace tiempo, comienza un proceso de recuperación y reconstrucción de diversos edificios para el ocio. Esta restauración se realiza respetando la
arquitectura tradicional y popular.