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Camada de cerditos, VILLUSTO

Vemos una cerda amamantando a sus cochinillos; acontecimiento muy corriente en cada una de nuestras familias, que no, por ser tan común, dejaba de fascinarnos y llenarnos de curiosidad y alegría cada vez que ocurría. ¡Qué suerte teníamos los niños de pueblo!, al ver cómo iban naciendo uno tras otro hasta, a veces, alcanzar la docena; cómo la madre los llamaba para darles de mamar; cómo conseguían coger cada uno la teta y cómo, al final, se quedaban todos adormecidos chupando de ella; también, cómo jugaban entre ellos.
Dejando la parte idílica, está la parte práctica de esta costumbre familiar de tener una cerda de crianza: la económica, ganando dinero con la venta de las crías en su tiempo de lactancia (lechones) o después de un mes o dos del destete y la parte alimenticia, que tras haber dejado una cría para el engorde, se la mataba (fiesta de la matanza: con chamusca, morcilla, calducho, jijas y etc.) para el consumo privado de la familia.
(Septiembre de 1987)