No era así la
fuente de la
Ermita. La antigua era una hoya de cierta profundidad, la suficiente para llenar un cántaro de
cueva metiéndolo en el
agua inclinado; tenía un contorno superficial, irregular respecto a un círculo de un metro de diámetro aproximadamente; destacaba a su alrededor un revadillo de unos veinte centímetros de altura por los lados sur y el de la cuesta, debajo del cual brotaban los manantiales, algunos un tanto separados hacia el centro del suelo de la fuente, en la que un desagüe superficial por el lado opuesto, el de sol naciente, aliviaba el excedente de agua y, por el otro lado -el del norte- tenía una peña de cierta dimensión incrustada en el terreno, inclinada y con la mitad dentro del agua y la otra mitad fuera, en la cual nos apoyábamos para beber a morro o para mirar como se reflejaba nuestra cara en el agua.
En ella colocaban algunos trilladores las botellas o barriles de vino para refrescar la bebida y, en más de una ocasión, disfrutamos del rojo líquido y distrajimos un descanso en amena charla con el primero con quien coincidiéramos a su lado.
El caudal de sus veneros era suficiente para mantener permanentemente, incluso en el
verano, un chapazal, bastante amplio y siempre verde, en el soto colindante en dirección sureste, donde ahora hay chopos; en la temporada alta de gasto de agua en las
cuevas, con motivo del lavado de cubas y lagares, siempre surtió sobradamente a los bodegueros que encerraban el vino en las cuevas de
Canal de la Horca y el
Caño.
Nunca la faltó el ritual de su limpieza anual en la hacendera de
primavera por parte de los vecinos y el cuidado del jardinero ocasional, el de cualquier usuario y en cualquier momento, manteniendo a raya -alejadas- las zarzas y otros hierbajos.
Verla como la vi en el verano pasado, en nada concordante con lo descrito, un tubo de plástico engullido entre sus dientes por la zarzamora, aunque la necesidad encuentre el hueco para abrir un agujero y mantener al menos su utilidad olvidando el mantenerla con su encanto natural anterior, me motivó y surgió lo siguiente:
La fuente de la Ermita
Entre la verde pradera,
de las burras dulce pasto
y alfombra de mil
colores
al llegar la primavera,
donde desgranar el trigo
en el cálido verano, era,
hoy estadio consentido
de la afición futbolera...,
y el tajo de la cuesta,
pared ocre resquebrada,
casa del milano negro,
de la avispa avispero,
del conejo madriguera...,
hay una fuente que mana,
que destila a borbollones,
como la
flor del romero,
néctar de agua muy clara
y que, si en ella te miras,
como azogado cristal,
te devuelve la mirada.
Con especial dedicación a todos los que hayan tenido un sentimiento de nostalgia al leer el comentario.
Un cordial saludo para todos.
Un paisano de Sabino Ordás