¡Hola, a todos!
Salí hace unos días a pasear por el
campo, ya que sigo confinándome en lo que hace al
paseo callejero, y casualmente tuve la oportunidad de contemplar algunos lirios silvestres. ¡Preciosos!
Su visión y contemplación, ensimismado, me trasladó al texto evangélico donde se sale al paso del afán y la ansiedad por la propia vida, el vestido, etc. y se dice " ¿por qué os afanáis?. Considerad los lirios del campo, cómo crecen y no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aún Salomón en el esplendor de toda su gloria se vistió así como uno de ellos..."
Como si en mi mente se estuvieran descargando sentimientos, cual
noria que al sacar el
agua del
pozo descarga el contenido de sus cangilones, afloró en el último de la cadena la sensación de lo más hermoso que nos ha podido pasar: disfrutar plácidamente la vida respetando y siendo respetado.
Reflexionando después en
casa sobre la armonía de las dos sensaciones habidas en el solitario paseo surgió lo siguiente:
Andadura
El verde de la pradera
de achicorias salpicada,
fiel contraste a la alameda
de carúnculas colmada,
daba lustre a esta belleza
cuya tez acarminada
el Astura reflejaba.
Fue esa mañana de abril
cuando iniciando un
camino,
¿placentero, rudo, hostil?,
determiné mi destino
con inocencia infantil:
dejé los chopos del
río,
preparé el hato y me fui.
El camino a recorrer,
festoneado de aulagas
que despertaron mi ingenio
con sus espinosas ramas;
de aromáticos cantuesos,
de mal dadas contrapesos
en los tramos más severos,
y de lirios azul-lila,
de mi acerbo complementos
cual tules de seda fina...,
¡placentero, rudo, hostil!,
marcando fue la andadura
hasta que las hojas caídas,
¡la alameda ya desnuda!,
enmudeciendo su canto
cubrieron, cual suave
manto,
la otoñada renacida.
En su silencio percibo
al declinar de mi vida,
¡nostálgico y complacido!,
el crepitar de rescoldos
de mil vivencias habidas.
Un saludo para todos.
Un paisano de Sabino Ordás