Tronco rudo, arrugado y viejo,
manto verde con
reflejos tantos,
frutos de oro con sabor dulcejo,
todos te adornan: son tus encantos.
Tus atalayas, peral
amigo,
de mis hazañas fueron testigo:
nada de saltos a la barrera,
paso más fácil, por la gatera.
Reiste conmigo, peral guindero,
al ver a tu dueño, el amigo Juan,
buscar al intruso en el matorral
y, a mí, alejarme por el
sendero.