¡Hola, a todos!
En esta escuela aprendí a leer con D. José, alias "Machín", del que guardo gratos recuerdos, a pesar de las veces que sufrí los efectos de la vara de acebuche que manejaba con el mismo arte que sus recursos personales de pedagogo genial.
Se accedía a ella por una puerta, que estaba ubicada donde ahora han colocado una ventana al final de la fachada de ladrillos que se ve en la foto.
En su interior lo primero que había era un zaguán, bastante amplio, con tres puertas: la de entrada desde la calle, una enfrente de salida al patio interior, donde estaba el retrete que prácticamente no lo usaba nadie por razones obvias, y otra a la izquierda de la entrada, que daba acceso al aula de clase de los niños, en aquel tiempo se practicaba una educación diferenciada, pues todavía imperaba el condicionante religioso: las niñas con las niñas y los niños con los niños.
El aula tenía un primer tramo, tres cuartas partes del local más o menos, donde se ubicaban en primer término y a la derecha de su entrada dos pupitres dobles bastante altos, donde se sentaban los cuatro alumnos más adelantados en conocimientos, que también solían ser los de más edad; a continuación cuatro mesas rectangulares, para seis alumnos cada una, con sus respectivas sillas ocupadas por los que ya sabían leer y dominaban bien las cuatro reglas, los cuales formaban el grueso del alumnado; finalmente más próximos a la tarima, esta bastante elevada -tres peldaños para subir a ella- y ocupando todo el frontal del aula, tres bancos-pupitre más bajos y situados en el centro para dejar pasillos laterales de aproximación a las escaleras de subida a aquélla, en los que se sentaban seis niños de los más pequeños en cada uno; sobre la tarima se ubicaba la mesa del maestro, un armario para libros, la bandera, una percha... y en la parte opuesta a las ventanas una puerta de entrada a dos salas-almacén donde se guardaban los materiales, colecciones e instrumentos utilizados en las diversas tareas escolares.
En las paredes laterales encerados rectangulares largos y en la de la puerta de entrada, a uno y otro lado de ésta, perchas de pared; en la opuesta a la anterior, la del fondo de la tarima, colgaban los cuadros exigidos en el momento y el crucifijo.
Quizá en otra ocasión hablemos del método seguido, para organizar el trabajo en las clases que impartía, por el maestro arriba citado, teniendo en cuenta que atendía a más de cuarenta alumnos, cuyas edades oscilaban entre los seis y los catorce años, en mi caso con cinco.
Un cordial saludo para todos.
Un paisano de Sabino Ordás.
En esta escuela aprendí a leer con D. José, alias "Machín", del que guardo gratos recuerdos, a pesar de las veces que sufrí los efectos de la vara de acebuche que manejaba con el mismo arte que sus recursos personales de pedagogo genial.
Se accedía a ella por una puerta, que estaba ubicada donde ahora han colocado una ventana al final de la fachada de ladrillos que se ve en la foto.
En su interior lo primero que había era un zaguán, bastante amplio, con tres puertas: la de entrada desde la calle, una enfrente de salida al patio interior, donde estaba el retrete que prácticamente no lo usaba nadie por razones obvias, y otra a la izquierda de la entrada, que daba acceso al aula de clase de los niños, en aquel tiempo se practicaba una educación diferenciada, pues todavía imperaba el condicionante religioso: las niñas con las niñas y los niños con los niños.
El aula tenía un primer tramo, tres cuartas partes del local más o menos, donde se ubicaban en primer término y a la derecha de su entrada dos pupitres dobles bastante altos, donde se sentaban los cuatro alumnos más adelantados en conocimientos, que también solían ser los de más edad; a continuación cuatro mesas rectangulares, para seis alumnos cada una, con sus respectivas sillas ocupadas por los que ya sabían leer y dominaban bien las cuatro reglas, los cuales formaban el grueso del alumnado; finalmente más próximos a la tarima, esta bastante elevada -tres peldaños para subir a ella- y ocupando todo el frontal del aula, tres bancos-pupitre más bajos y situados en el centro para dejar pasillos laterales de aproximación a las escaleras de subida a aquélla, en los que se sentaban seis niños de los más pequeños en cada uno; sobre la tarima se ubicaba la mesa del maestro, un armario para libros, la bandera, una percha... y en la parte opuesta a las ventanas una puerta de entrada a dos salas-almacén donde se guardaban los materiales, colecciones e instrumentos utilizados en las diversas tareas escolares.
En las paredes laterales encerados rectangulares largos y en la de la puerta de entrada, a uno y otro lado de ésta, perchas de pared; en la opuesta a la anterior, la del fondo de la tarima, colgaban los cuadros exigidos en el momento y el crucifijo.
Quizá en otra ocasión hablemos del método seguido, para organizar el trabajo en las clases que impartía, por el maestro arriba citado, teniendo en cuenta que atendía a más de cuarenta alumnos, cuyas edades oscilaban entre los seis y los catorce años, en mi caso con cinco.
Un cordial saludo para todos.
Un paisano de Sabino Ordás.