Gracias también a la oportuna donación de la reina en 1120: un solar cercano a la
catedral donde se pudieron construir las dependencias necesarias. En este ambiente de donaciones y cuidados fue creciendo el
edificio y se mantuvo la sede episcopal en toda su autoridad. A lo largo de la construcción y ampliación de la catedral surgieron importantes mecenas que ayudaron con su criterio y economía a llevar las obras a buen término. Uno de los más activos fue el prelado Alfonso Mejía de Tovar (1616-1636), una persona amante de las bellas artes y uno de los obispos que más se integró en el desarrollo de la construcción y su amueblamiento.