--... Cerró los ojos un dios y la luz primera de un nuevo día le cegó en su despertar; cuando sus pupilas transmitían de nuevo sentimientos de la humanidad, se asomó a una ventana y, mirando las fachadas de los hogares que amparaban su presencia y, luego a un firmamento por entonces sin estrellas, gritó: ¡ demonio, que duermes entre las llamas de un fuego eterno y la desvirtud de los canallas, envidia con razón por una vez en tú muerte, que sea yo quien tenga el honor de observar él desconcierto que genera en tús entrañas, saber que solo a éste dios le otorgaron el permiso de morir y nacer nuevamente mañana, entre el gentío y la hermosura grata de un pueblecito de esos de la imaginación, Bembibre¡¡¡.