Desde que se perdió el horizonte que marcaba la personalidad, no tuvimos meta adonde llegar, ni tampoco sustancia singular que ofrecer, ni defender, y después el bagaje fue vaciándose, y, luego, simplemente, nos dejamos llevar, como la hoja muerta del árbol que es obligada a bailar de aquí para allá sones impensados mientras, aferrada, se nutría de la vida del árbol vigoroso. Así quedaban las tierras del reino, rotas, débiles y vulnerables. Y así las instituciones y sus representantes, meros comparsas y cómplices de una degradación identitaria galopante, ronroneando complacidamente las chirriantes músicas que venían desde más allá. Y las gentes, adaptándose con más o menos credulidad, como siempre, al nuevo orden de eso que hemos llamado la relevante impersonalidad.
Http://www.diariodeleon.es/especiales/2004/historialeon.
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