Estaba claro, yo debía ser como él; ser silencio y oscuridad, afilar la pupila y luchar. Atrapar, con mano firme, los fragmentos del pasado anudados en un cinturón de negra piel y no soltar hasta que la espalda dé contra el duro suelo. Hasta que la tierra cubra mi sudoroso rostro y tan sólo perviva la palabra, el eco del silencio que desde las montañas desciende una y otra vez al valle. ¿Hay quién luche?