En el mes de mayo de 2005 estuve de paso en Castrillo de Polvazares. Era un sábado, a la hora de la
comida, y tuve que esperar cerca de dos horas para tomar mesa en el
restaurante de Cuca la Vaina. Mereció la pena la espera. Fue una de esas diez
comidas que no se olvidan en la vida. Seguí
camino en dirección a Molinaseca y me detuve en el alto de Foncebadón. ¡Otra pasada! Allí, en una
cruz inmensa rodeada de
piedras, los que pasan van dejando su nombre escritos en peñascos de todos los tamaños. Hice
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