Sentí vacío y silencio
cuando escuché la palabra cáncer
de los labios de mi doctora
ella seguía articulando palabras
o al menos eso deduje
cuando sus labios no dejaban de moverse
mientras yo permanecía ausente
y mi mente viajaba fuera de aquella sala
un sudor frío perlaba mi rostro inmóvil.
Creí que el mundo se acababa aquel día
creí que no vería crecer a mis hijas
creí que mi tiempo se había agotado
creí en todo lo creíble y lo increíble
creí en los adioses no pronunciados
y en las partidas a destiempo y a deshoras
por un momento…, dejé de creer.
El cáncer no pide permiso para acercarse
se presenta en silencio
no llama a ninguna puerta
ni tan siquiera se molesta en abrirla
se cuela por cualquier rendija
sin haber sido invitado
y te abraza con ese abrazo inoportuno
que presagia la ausencia
helando cada gota de tu sangre.
Hace ya dos años de aquel diagnóstico
y estoy viendo crecer a mis hijas
y siento que mi tiempo aún no ha llegado
todo me parece creíble
nada se me antoja increíble
no pronuncio ‘adioses’ sino ‘hasta siempre’
y agradezco el sencillo regalo de la vida cada amanecer.
Quizá equivoqué el rumbo
dando importancia a lo que nada importa
y dejando a un lado los detalles sencillos
una charla con amigos en torno a un mesa
sin prisa alguna
unas ‘buenas noches’ cuando decide despedirse la tarde
un beso con los ojos cerrados
un abrazo olvidado junto a un ‘te quiero’
una mirada a los hijos que crecen
una sonrisa…
una sonrisa sincera y libre
sentarme a ver llegar el alba y respirar
como si fuera el último
como si fuera el primero…
Hoy he vuelto a recogerme el pelo.
José Manuel Contreras
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