Don Mateo Chicarro, perteneciente a la pequeña nobleza local, reconstruyó en el año 1590 la
ermita que se llamaba de la Vera
Cruz, y que con la peste en el año 1599 cambió a la advocación de
San Roque,
santo protector contra la peste. En su interior destaca un interesante
retablo de san Roque de época barroca, unas tablas abaciales de San Herberto y San Gil, procedentes del próximo
monasterio de
Carracedo.