Tritísima y dolorosísima
Virgen Maria mi Señora, ya quedó nuestro Unigénito Hijo, mi Señor Jesucristo, sepultado, y Vos, Señora, os volvisteis a la ciudad, donde sola, sin la luz de vuestros ojos y sin la vida de vuestro corazón, sacrificásteis de nuevo vuestra alma afligidísima Madre con la cruel memoria de la muerte que acabais de presenciar, que los espíritus del
Cielo os consuelen.
¡Oh Madre dolorosísima y afligidísima llorando mis ingratitudes que os han ocasionado tanta amargura, yo con ellas
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