La muerte es siempre inoportuna. Siempre nos parece que llega demasiado pronto. Asistí al funeral de Conchita, a su despedida… y como yo simplemente me limito a caminar como se transita por los sueños –observándolo todo pero sin tocar nada- os voy a contar cómo viví esa despedida.
A la una de la tarde, Conchita emprendía el último viaje por el
pueblo. Y en esta ocasión no iba sentada junto a Gemma. ¡Cuántas veces las vimos darse una
excursión por el pueblo, repasando cada
casa familiar, estimulando su memoria dormida buscando los nombres de sus paisanos que como “ley de vida” ya hacía tiempo estaban ausentes! A la vez que registraba sus nombres aparecía en su pantalla mental el cliché de sus caras… y también alguna anécdota debidamente archivada.
Y ocurrió al comienzo del
otoño. Ella siempre se lamentaba de la diáspora en esta época, de los que teníamos que marchar a trabajar dejando sumido el pueblo en un adormecimiento extraño. Se resistía a aceptar que estuvieran tantas
casas cerradas y tantos vecinos “ausentes”. En sus tertulias ella recordaba con nitidez un pueblo con todas las
chimeneas humeando, símbolo de hogar. Con vida y movimiento durante el día, trabajo,
escuela, niños… VIDA en definitiva. Año a año, el mismo descontento, y año a año, la misma despoblación… o mejor dicho, cada año, la despoblación va en aumento: las ausencias se hacen más evidentes.
Y
camino del
cementerio, pasó por delante de la casa que la vio nacer, hace ya 95 años, en el
barrio de Fuenteblanca. Y así cerró el círculo de la vida.
La misa, se ofició en
Canales por su sobrino Pepe (el dominico) imprescindible en todos los acontecimientos alegres y tristes de la
familia. Con su homilía clara y cercana nos hizo una radiografía de Conchita y nos indicó que esa
iglesia era el lugar de rezo de toda su familia señalándonos el lugar exacto donde su abuela tenía el reclinatorio.
Esta observación despertó una serie de imágenes que yo tenía dormidas en mi memoria: La iglesia llena de feligreses, (supongo que en
Semana Santa) Don Joaquín en el
púlpito, adoctrinando al pueblo, la gente atenta, las mujeres en sus reclinatorios, los hombres en la parte de atrás de la iglesia; los niños sentados en las
escaleras del
altar y también en las del púlpito. Velas y hacheros encendidos desprendiendo monóxido capaz de tumbar a más de un chaval. Y la voz de barítono de Tano cuando se acompañaba algún cántico.
En su funeral fue su hijo Manuel Esteban quien tocó para su madre. Y como si el tiempo no hubiera discurrido recordé a Manuel-Esteban y Javier, prototipo de intelectuales de la época, con sus chaquetas de pana y sus carpetas con pentagramas que ensayaban, en las vacaciones de estudiantes, a un
coro de voces juveniles -actual Coro de Canales- que pretendía innovar los clásicos
coros de D. Joaquín al
órgano.
Gemma me pidió que preparara unas palabras de despedida a su madre.
Y lo hago sin quitarme de la cabeza que no tengo palabras para despedirte, Conchita y apenas si sé inventarlas… y sin querer paso por la moviola de mi mente acontecimientos vividos, encuentros, sueños cumplidos y otros inacabados... y me siento extraña... me siento como si mi entusiasmo, mi luz, mi cordura, se escapara por una rendija. Como si mi alma fuera una araña que entreteje sus recuerdos y me atrapa.
Y como ayuda o inspiración aparece en mi pantalla mental las visitas que de pequeña yo hice a esa
monumental casa, y que por la nitidez de las imágenes que tengo, yo debía de entrar como “pedroporsucasa”.
Y volví a caminar virtualmente por la
huerta, acompañada por el rumor del
agua corriendo por la presa al lado de avellanos, groselleros, el
lavadero… y rodeo la
finca… y manzanos, perales, ciruelos, lilares, bolas de
nieve… los
túneles bajo la
carretera para pasar a la finca del otro lado, siempre corriendo agachados para evitar rozar algún murciélago colgado. El moral y la
fuente de jarro con agua fresca te marcaba la entrada a la parte baja de la casa donde flotaba un profundo olor a manzana… el departamento del fondo, destinado a aula para los que tenían que recuperar en
verano. A la derecha la
biblioteca de Gemma donde uno deseaba convertirse en ratoncillo. Pondré a continuación alguna ilustración que tengo guardada y que siempre me ha recordado ese lugar mágico…
Escaleras al piso principal de donde continuaban otras escaleras al primer piso…
Los muros de la casa repiten sin cesar la palabra GEMMA, tantas veces pronunciado por su madre, estoy segura.
Manuel-Esteban al finalizar gradeció nuestra asistencia, toda vez que el agradecimiento es, en esencia, la memoria del corazón. Y ahí nos lo dijo: La muerte vino con paso leve. La vida de Conchita se detuvo ya sin lucha, ansiedad ni dolor. Y en su tránsito ha conseguido la paz.
Javier, Nano, toda la familia… muy cariñosos todos y emocionados. Estuvieron muy pendientes de su madre hasta el final y, es natural, que el dolor y los recuerdos acudan en forma de lágrimas a sus ojos. Irremediable recordar que Conchita cumplió con el doble papel de padre y madre, que fue quien les mostró el camino y les animó a avanzar por él. Que les enseñó a aprender, apasionarse y convivir… No me extraña que la palabra maestra y la palabra madre contengan la misma raíz; sé que la primera es la versión ilustrada de la segunda.
Y es ahora cuando quiero destacar la labor de Gemma que ha vivido por y para su madre. Todos sabemos que Gemma es una mujer todo-terreno. Muy innovadora y muy activa.
Sin embargo, los últimos años sólo tenía un monotema en su agenda: su madre y proporcionarle todo el confort posible. Y le ha dedicado tanta paciencia y tanto cariño… que merece un reconocimiento público. La larga vida de Conchita es como consecuencia de los desvelos inmediatos de Gemma, siempre pendiente de que ella se alimentara, siguiera la conversación, de que se enterara, de que participara. Estimulándola para que no decayera en su pasión por escribir. Siempre disculpándola por las limitaciones propias de la edad…adelantándose a sus deseos…sin privarla de un solo capricho…
Generosidad a raudales. Entrega total, sin ponerle más filtros de los necesarios a la evidencia de la realidad: Últimamente unía a la paciencia notas de humor. Era la forma más inteligente de no provocar la desesperación propia de una situación que se deterioraba cada vez más.
Para Conchita, Gemma era todo… era su tabla de salvación, su desahogo, su quitamiedos … y todo ello lo expresaba en la palabra GEMMA ¡ojo! Que no es Gema como podíamos vocalizar cualquiera. Es GeMMA como lo pronunciaba su madre! Evidenciando aún más el apoyo y auxilio que su hija la prestaba.
(Sí, es verdad que algunas veces también la llamaba “Mariagemma”, un vocativo que provocaba mayor prestancia, jeje no lo dudéis!)
A Gemma ya no le quedan lágrimas. Y lloró porque tal vez la emoción se vuelve tan intensa que el cuerpo no logra contenerla, la mente y los sentimientos se vuelven poderosos y el cuerpo se lamenta.
Y un día más hubiera querido que el tiempo galopara hacia atrás para poder disfrutarla.
Ni las palabras ni los
amigos pueden consolarte, lo sé, querida
amiga. Nadie puede cambiar el curso de un destino. No existen
recetas mágicas ni recursos de ilusionista, cada uno tiene que cumplir su tiempo.
Disfruta, no obstante de los recuerdos. Y … si pudieras permanecer inmóvil sin hablar ni pensar, sin suplicar, llorar, recordar o esperar. Si pudieras sumergirte en el silencio más completo, tal vez podrías oirla...
Un abrazo, Gemma
Mariajesús Morla