A mitad de la larga entrada del hotel donde vivía pensó que debía de ser tarde; otra vez su holgazanería mañanera le había jugado una mala pasada, aunque hoy tenía una buena excusa: su despertador no había sonado.
Se apresuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez. Llegaría con tiempo sobrado donde iba. Su madre siempre le decía que...