Se acerca Todos los Santos y el día de los Difuntos y en estas fechas tan señaladas siento ser portador de malas noticias.
Canaliegos, Canalienses: Lucerito... ¡ha muerto!
Si es que siempre se van los mejores.
Un mal rayo lo partió.
Hay días que comienzan mal y parece que están destinados a terminar peor. Tres señales hubo aquel día que hacían presagiar que se mascaba la tragedia. Tres.
1ª Señal: El desayuno.
A Teresa se le pegaron las sábanas y se levantó justo a tiempo de oír el primer toque de campanas para un cabo de año al que tenía que acudir, así que cual centella, marchó para la iglesia dejando a Lucerito en la cuadra. Era pues cerca del mediodía cuando fue a sacarlo para la era. El jumento tenía las tripas pegadas, desde la noche anterior que no probaba bocado. Con un trote ligero se metió en aquella era que ya estaba bastante roída, pero la suerte era que lindaba con la huerta de Recas. Un vergel donde se criaban las más dulces de las tentaciones: Repollos “asa de cántaro”, coles de Bruselas, remolacha, diversas clases de lechugas, etc. El inconveniente estaba en la cerca de alambre de espino que la separaba de la era. Pero la astucia de Lucerito no tenía límites. Había adquirido la extraña habilidad de que abriendo los remos delanteros lo máximo posible, levantando el culo hacia el firmamento y estirando el cuello entre los alambres, con un golpe certero con la lengua en forma de garabito, conseguía arrancar alguno de aquellos manjares. De un vistazo localizó una lechuga “Maravilla de Verano” un poco más lejos de la valla con lo que tenía que esforzarse más en su postura. Decidido se acercó a la alambrera, agachó la testuz, estiró el pescuezo y elevó el culo hacia el sol. Casi tocaba la lechuga.
2ª Señal: La mosca
Un tábano (Tabanus bovinus) que venía rondando de la cuadra de Canor, pasando por la del Capi y buscando también su desayuno, descubre lo que todo tábano sueña: unas hermosas nalgas enfocadas hacia el cielo, provocando, diciendo: aquí estoy, ¡Pícame! No lo pensó dos veces, en barrena, como kamikaze japonés, embistió con todas las fuerzas. Rozaba la lengua de Lucerito la preciada lechuga cuando una inyección de fuego, un rejón de muerte, le hizo olvidarse del desayuno. Plegó la postura en que se encontraba como si un resorte se cerrase y emprendió alocada huida hacia ninguna parte ya que de la era no podía salir. Rebuznaba, bufaba, coces al aire, se revolcaba, pero el ardor no desaparecía. Se acercó al pilón donde abrevaba y sentándose dentro del agua empezó a sentir una leve mejoría. Poco a poco se fue calmando, así que dolorido y decepcionado optó por tumbarse procurando relajarse para ver si el descanso le hacía olvidar el hambre.
3ª Señal: el pollo.
Por una gatera se solían colar en la era las gallinas de Carmen la del Ruco. Una dieta de saltamontes, grillos y alguna lombriz acompañaba el monótono pienso del corral. Lucerito plácidamente tumbado procuraba olvidar sus penas. El gallo del corral decidido a despiojarlo se acercó y comenzó a picotear su rabo, sus pezuñas, sus patas.... Una sonrisa bobalicona, de placer, cruzaba la cara de Lucerito. Se le veía que estaba disfrutando del momento. En un momento dado el gallo picó con todas sus fuerzas en las partes nobles del asno, ahí donde más duele, como apropiándose del dicho: “Que te la pique un pollo”. Podéis imaginar el tamaño de los platos soperos que parecían los ojos de Lucerito. De nuevo un resorte se cierra y en un suspiro comienza otra vez el baile anterior: Coces al aire, rebuznos y trote por la era. Las gallinas vuelven al corral despavoridas. Después de un par de vueltas por el recinto recuerda que el hambre sigue ahí así que se dirige de nuevo hacia la huerta.
Comienza a llover. El agua presagia tormenta y resalta la frescura de la verdura. Lucerito insiste con la lechuga que le había tentado por la mañana. Se coloca como solamente él sabe hacerlo y en ese instante un relámpago parte el cielo por la mitad. Un atronador trueno retumba en todo el pueblo. Un rayo, entrando por la chimenea de la cocina de Planín, recorre la fachada de arriba abajo. En la parte de atrás, Lucerito rozaba con el pescuezo el alambre y las pezuñas sobre el suelo mojado hacen masa con la tierra con lo que la descarga deja al pollino con el pelo erizado y patas arriba. Estado de shock.
Planín sale de casa dando voces diciendo que ha visto luces, que el fin del mundo se acerca. De la zapatería de Valentín sale tal algarabía de cacareos, ladridos y graznidos que no dejan oír lo que dice Hortensia. Marucha, con las manos en la cabeza solo sabía decir “pa habernos matao” y Teresa, presagiando lo peor, baja a la carrera para encontrarse con lo que nadie quería: LUCERITO PATAS ARRIBA.
Rápidamente se corre la voz. El pueblo se agolpa alrededor del finado. Sollozos, pesar, miradas compungidas. La tristeza embarga al respetable.
Hay que preparar el sepelio. Se avisa al enterrador que viendo el tamaño del fiambre se decide que sea Vico con su pala retroexcavadora. Un trabajo fino que sólo un profesional puede hacer.
Se corre la voz del luctuoso hecho y comienzan a recibirse las primeras condolencias:
- De los directivos de la feria de Riello: Muy apenados, casi sin que les llegase la camisa al cuerpo, recordando que nunca había salido de ese recinto mejor jumento que Lucerito, que qué clase, que qué finura de asno.
- De Transportes Omaña: que el recuerdo del transporte de aquel día en que Lucerito afincó en Canales, nunca lo olvidaran, nunca.
Se recibe un telegrama del Sargento Dalmacio destinado actualmente en A Gudiña, provincia de Orense, donde se dedica a controlar el tránsito de vehículos hacia Portugal por el paso de O Couto. Debido al mucho tiempo libre que le deja el trabajo y a su habilidad con el palabrario, se ha convertido en popular compositor de canciones, entre ellas la afamada: “Nos peitos da cabritinha”.
De la Empresa Fernández se recibe una corona de laurel, una nota y un sobre. La nota dice: Este laurel es muy bueno para los guisos. ¿Qué pretenden?, ¿que nos comamos a Lucerito? ¡Esta gente es que no tiene corazón! El sobre contiene una factura: Por desratización, desinfección y desinsectación del autobús de la línea Villablino-León por Omaña: 15.000.- ptas. En pesetas. Nos mandan la factura en pesetas. Porque, hombre, si nos la mandasen en euros, bueno, 90 euros... todavía, ¡pero 15.000.- pesetas! ¡Un robo! ¿Y qué es eso de desratización? Nosotros metimos un pollino. Los ratones seguro que ya venía de polizones en aquel trasto. Desde luego que no hay sentimientos, están haciendo leña del árbol caído.
Juanillo el pellejero, al olor del negocio, pasó por allí, observó la mercancía y dedujo que el cuero chamuscado no estaba bien pagado por lo que optó por seguir su camino.
El velatorio fue corto, la lluvia había refrescado el ambiente y como no había ni coñac ni pastas, enseguida se dio por finiquitado el acto. Vico, con la maestría que le caracteriza, abrió una fosa apropiada para tan insigne huésped. Con gran dolor del pueblo de Canales, fue enterrado entre grandes muestras de dolor, sollozos contenidos y suspiros prolongados. Un ramo de flores, junto con un puñado de lechugas, fue depositado en el túmulo.
Lo dicho, siempre se van los mejores.
Canaliegos, Canalienses: Lucerito... ¡ha muerto!
Si es que siempre se van los mejores.
Un mal rayo lo partió.
Hay días que comienzan mal y parece que están destinados a terminar peor. Tres señales hubo aquel día que hacían presagiar que se mascaba la tragedia. Tres.
1ª Señal: El desayuno.
A Teresa se le pegaron las sábanas y se levantó justo a tiempo de oír el primer toque de campanas para un cabo de año al que tenía que acudir, así que cual centella, marchó para la iglesia dejando a Lucerito en la cuadra. Era pues cerca del mediodía cuando fue a sacarlo para la era. El jumento tenía las tripas pegadas, desde la noche anterior que no probaba bocado. Con un trote ligero se metió en aquella era que ya estaba bastante roída, pero la suerte era que lindaba con la huerta de Recas. Un vergel donde se criaban las más dulces de las tentaciones: Repollos “asa de cántaro”, coles de Bruselas, remolacha, diversas clases de lechugas, etc. El inconveniente estaba en la cerca de alambre de espino que la separaba de la era. Pero la astucia de Lucerito no tenía límites. Había adquirido la extraña habilidad de que abriendo los remos delanteros lo máximo posible, levantando el culo hacia el firmamento y estirando el cuello entre los alambres, con un golpe certero con la lengua en forma de garabito, conseguía arrancar alguno de aquellos manjares. De un vistazo localizó una lechuga “Maravilla de Verano” un poco más lejos de la valla con lo que tenía que esforzarse más en su postura. Decidido se acercó a la alambrera, agachó la testuz, estiró el pescuezo y elevó el culo hacia el sol. Casi tocaba la lechuga.
2ª Señal: La mosca
Un tábano (Tabanus bovinus) que venía rondando de la cuadra de Canor, pasando por la del Capi y buscando también su desayuno, descubre lo que todo tábano sueña: unas hermosas nalgas enfocadas hacia el cielo, provocando, diciendo: aquí estoy, ¡Pícame! No lo pensó dos veces, en barrena, como kamikaze japonés, embistió con todas las fuerzas. Rozaba la lengua de Lucerito la preciada lechuga cuando una inyección de fuego, un rejón de muerte, le hizo olvidarse del desayuno. Plegó la postura en que se encontraba como si un resorte se cerrase y emprendió alocada huida hacia ninguna parte ya que de la era no podía salir. Rebuznaba, bufaba, coces al aire, se revolcaba, pero el ardor no desaparecía. Se acercó al pilón donde abrevaba y sentándose dentro del agua empezó a sentir una leve mejoría. Poco a poco se fue calmando, así que dolorido y decepcionado optó por tumbarse procurando relajarse para ver si el descanso le hacía olvidar el hambre.
3ª Señal: el pollo.
Por una gatera se solían colar en la era las gallinas de Carmen la del Ruco. Una dieta de saltamontes, grillos y alguna lombriz acompañaba el monótono pienso del corral. Lucerito plácidamente tumbado procuraba olvidar sus penas. El gallo del corral decidido a despiojarlo se acercó y comenzó a picotear su rabo, sus pezuñas, sus patas.... Una sonrisa bobalicona, de placer, cruzaba la cara de Lucerito. Se le veía que estaba disfrutando del momento. En un momento dado el gallo picó con todas sus fuerzas en las partes nobles del asno, ahí donde más duele, como apropiándose del dicho: “Que te la pique un pollo”. Podéis imaginar el tamaño de los platos soperos que parecían los ojos de Lucerito. De nuevo un resorte se cierra y en un suspiro comienza otra vez el baile anterior: Coces al aire, rebuznos y trote por la era. Las gallinas vuelven al corral despavoridas. Después de un par de vueltas por el recinto recuerda que el hambre sigue ahí así que se dirige de nuevo hacia la huerta.
Comienza a llover. El agua presagia tormenta y resalta la frescura de la verdura. Lucerito insiste con la lechuga que le había tentado por la mañana. Se coloca como solamente él sabe hacerlo y en ese instante un relámpago parte el cielo por la mitad. Un atronador trueno retumba en todo el pueblo. Un rayo, entrando por la chimenea de la cocina de Planín, recorre la fachada de arriba abajo. En la parte de atrás, Lucerito rozaba con el pescuezo el alambre y las pezuñas sobre el suelo mojado hacen masa con la tierra con lo que la descarga deja al pollino con el pelo erizado y patas arriba. Estado de shock.
Planín sale de casa dando voces diciendo que ha visto luces, que el fin del mundo se acerca. De la zapatería de Valentín sale tal algarabía de cacareos, ladridos y graznidos que no dejan oír lo que dice Hortensia. Marucha, con las manos en la cabeza solo sabía decir “pa habernos matao” y Teresa, presagiando lo peor, baja a la carrera para encontrarse con lo que nadie quería: LUCERITO PATAS ARRIBA.
Rápidamente se corre la voz. El pueblo se agolpa alrededor del finado. Sollozos, pesar, miradas compungidas. La tristeza embarga al respetable.
Hay que preparar el sepelio. Se avisa al enterrador que viendo el tamaño del fiambre se decide que sea Vico con su pala retroexcavadora. Un trabajo fino que sólo un profesional puede hacer.
Se corre la voz del luctuoso hecho y comienzan a recibirse las primeras condolencias:
- De los directivos de la feria de Riello: Muy apenados, casi sin que les llegase la camisa al cuerpo, recordando que nunca había salido de ese recinto mejor jumento que Lucerito, que qué clase, que qué finura de asno.
- De Transportes Omaña: que el recuerdo del transporte de aquel día en que Lucerito afincó en Canales, nunca lo olvidaran, nunca.
Se recibe un telegrama del Sargento Dalmacio destinado actualmente en A Gudiña, provincia de Orense, donde se dedica a controlar el tránsito de vehículos hacia Portugal por el paso de O Couto. Debido al mucho tiempo libre que le deja el trabajo y a su habilidad con el palabrario, se ha convertido en popular compositor de canciones, entre ellas la afamada: “Nos peitos da cabritinha”.
De la Empresa Fernández se recibe una corona de laurel, una nota y un sobre. La nota dice: Este laurel es muy bueno para los guisos. ¿Qué pretenden?, ¿que nos comamos a Lucerito? ¡Esta gente es que no tiene corazón! El sobre contiene una factura: Por desratización, desinfección y desinsectación del autobús de la línea Villablino-León por Omaña: 15.000.- ptas. En pesetas. Nos mandan la factura en pesetas. Porque, hombre, si nos la mandasen en euros, bueno, 90 euros... todavía, ¡pero 15.000.- pesetas! ¡Un robo! ¿Y qué es eso de desratización? Nosotros metimos un pollino. Los ratones seguro que ya venía de polizones en aquel trasto. Desde luego que no hay sentimientos, están haciendo leña del árbol caído.
Juanillo el pellejero, al olor del negocio, pasó por allí, observó la mercancía y dedujo que el cuero chamuscado no estaba bien pagado por lo que optó por seguir su camino.
El velatorio fue corto, la lluvia había refrescado el ambiente y como no había ni coñac ni pastas, enseguida se dio por finiquitado el acto. Vico, con la maestría que le caracteriza, abrió una fosa apropiada para tan insigne huésped. Con gran dolor del pueblo de Canales, fue enterrado entre grandes muestras de dolor, sollozos contenidos y suspiros prolongados. Un ramo de flores, junto con un puñado de lechugas, fue depositado en el túmulo.
Lo dicho, siempre se van los mejores.