Luz ahora: 0,14724 €/kWh

CANALES: jose la narrativa de la saga"de los castañales"es unica...

Amigos, muchas gracias por vuestros elogios, pero os recuerdo que yo solamente me limito a contar la historia. los protagonistas son otros.
Bueno, ahi va la segunda parte de esta hitoria extraordinaria del ultimo viaje de Lucerito

-Amigos, dice jose Angel, menuda la que hemos armado. Lo mejor será que tiremos por aquí, por Fuente Blanca e intentar meter el carro por lo prados que dan a la parte trasera de la casa de Teresa y desaparecer.
Así lo hacen y ya van caminando en silencio por Fuente Blanca, llevando casi en volandas el carro con Lucerito encima, y amparados en la más absoluta oscuridad cuando a Juan, ya sea por la agitada carrera o la excitación por la suma de acontecimientos del día, le entran unas enormes ganas de cagar, y mientras los otros continúan camino arriba, él aprovecha un rincón allí mismo y se baja los pantalones. No bien hubo hecho esto cuando aparece escena “MURIEL”.
Muchos de vosotros seguro que os acordáis de Muriel. Muriel era el perro de Julian, Tirillas, si es que podemos decir que era, porque en realidad Muriel no era de nadie. Un día llegó y decidió quedarse a vivir en su casa. Era un can sin raza, pequeño de cuerpo y grande de cabeza. Un perro que por nada se inmutaba, a nadie obedecía y pocas cosas le alteraban. Se pasaba las horas filosofando sobre la vida y la muerte. Solo le faltaba leer a Platón y fumar en pipa. Adoraba su rutina diaria y precisamente lo que no soportaba era todo lo que se salía de esa rutina. Muchos os acordareis que incluso hubo un tiempo que los domingos no permitía pasar por su calle a la gente que iba a la iglesia a misa, porque el simple hecho de verlos vestidos de domingo, o perfumados, le sacaba de sus casillas.
Y amigos, os puedo asegurar que aquello que estaba viendo no lo había visto en su vida, y no pudo sujetarse más, y arremetió gruñendo contra lo primero que encontró que no fue otro que el pobre de Juan, quien al ver como aquella fiera se le abalanzaba intentó echar a correr, pero con los pantalones bajados no hizo otra cosa que caer de bruces y besar el suelo, mientras Muriel se ensañaba con sus pantalones. Juan se zafo como pudo dejando atrás aquellos andrajos, y corrió tras sus amigos quienes habiéndole abandonado a su suerte, ya habían iniciado una veloz carrera sin precaución ninguna IAAHH, IIAAAHHH, JA, IIIAAAAHHHHH, JA, IIIIIAAAAAAAHHHHHHHH hasta llegar al Cantico donde pararon a coger aire y ver si llegaba este. Allí llegó él, sujetándose sus vergüenzas con la fortuna de encontrar justo allí un tendal con unas enormes bragas blancas allí tendidas, que Juan miró con escalofrío recorriéndole la piel, y un mantel a cuadros rojos, que no dudó un segundo en coger y atarse a la cintura mientras los otros le preguntaban que qué fue lo que le paso. Y cuando iba a relatarles sus avatares con Muriel un sonido ya familiar les estremeció: IAAHH, IIAAAHHH, JA, IIIAAAAHHHHH, JA, IIIIIAAAAAAAHHHHHHHH, y dándose la vuelta horrorizados se dieron cuenta que ninguno de ellos se había hecho cargo del carro, y este, vencido por la fuerte pendiente que allí había iniciaba una vertiginosa carrera cuesta abajo, enfilando por la calle de los balcones, a punto de arrollar a Angelina, (la madre de nuestro amigo Pana), que en ese momento salía de su casa para llevar la hornacina con la virgen Milagrosa a la casa de su vecina Julia, y que al ver aquella aparición que envuelta en una mortaja blanca mirándola fijamente y con una risa diabólica IAAHH, IIAAAHHH, JA, IIIAAAAHHHHH, JA, IIIIAAAAAAAHHHHHHHH se dirigía a toda velocidad hacia ella, esta, lanzando al aire la hornacina que cae y se hace añicos, se vuelve y entra en el portalon de su casa cerrándolo con urgencia persignándose y rezando mil avemarías por minuto, mientras Lucerito continúa su imparable carrera, IAAHH, IIAAAHHH, JA, IIIAAAAHHHHH, JA, IIIIIAAAAAAAHHHHHHHH bajando por toda la Calle de los Balcones, dirigiéndose ya, ¡oh Dios mío, no!, irremisiblemente hacia la misma carretera. Y allá van ellos, sin dudarlo y como impulsados por un resorte, primero Toño Ruco arrastrando un curioso y floreado vestido de faralaes, seguido de Jose Angel, tras el que corrían Toño, y Juan con su divertida falda escocesa. Y corrieron, pero no llegaron a tiempo de impedir que el carro de Lucerito, riéndose a mandíbula batiente IAAHH, IIAAAHHH, JA, IIIAAAAHHHHH, JA, IIIIIAAAAAAAHHHHHHHH se plantara en mitad de la carretera y se quedara mirando envuelto en aquel sudario blanco, con esa sonrisa diabólica y esos ojos como platos al coche de línea, conducido por Emiliano el de Barrios, que acababa de dejar justo en ese momento a tres pasajeros de Canales y que si no fuera por su gran pericia como conductor se lo hubiera llevado por delante; mientras por el otro lado de la carretera se acercaba el Land-Rover del Sargento Dalmacio. Llegar nuestros amigos a la carrera, coger el carro y enfilar de nuevo por la Calle de los Balcones hacia arriba fue visto y no visto, y unirse a ellos en ese momento Luis Angel, el de Peletre, que como todos sabéis, en esa época estudiaba medicina en Salamanca y llegaba en ese momento en el coche de línea a pasar el puente de todos los Santos a Canales. Y al bajar del coche, con una enorme y pesada maleta llena de toda la ropa que tenia para lavar, y ver aquella escena, tras unos segundos sin poder reaccionar, no pudo por menos que tirar el maletón aquel sobre el carro, al lado de Lucerito, y sin preguntar ni decir nada, solidario, ponerse a empujar con sus amigos mientras Emiliano, fuera del coche, les gritaba y amenazaba que sabía quienes eran y que les iba a denunciar a la Guardia Civil de la Magdalena, y el Sargento Dalmacio, detrás de él, y sin que este, ofuscado, se diera cuenta, se desgañitaba maldiciéndole e increpándole que se apartara inmediatamente de allí que no podía perseguirlos por su culpa y que le iba a meter un paquete que se iba a enterar. Y así nuestros amigos, IAAHH, IIAAAHHH, JA, IIIAAAAHHHHH, JA, IIIIIAAAAAAAHHHHHHHH, seguían tirando del carro ya desfallecidos mientras uno de ellos, no diré quien, gritaba ¡a la Iglesia!, ¡a la iglesia! Que en sagrado no pueden hacernos nada.
TOÑO EL BARBERO
Amigos, no me preguntéis como pudieron subir aquella empinada cuesta, y no me preguntéis qué hicieron para subir las escaleras con el carro, el burro y la maleta en las condiciones en las que estaban ellos. Pero lo consiguieron, y allí vemos a los chicos en el portal de la iglesia, en silencio sepulcral, (roto solamente por los murmullos de Juan que decía, ¡si estaba chupado!..., ¡si solo eran veinte metros!...), agotados, derrengados y escuajaringados, decididos a esperar el tiempo que hiciera falta hasta que se calmara todo.
Después de un buen rato en esa situación y tras barajar las posibilidades de abandonar a Lucerito detrás de la Iglesia: no tíos, que al final alguien daría cuenta de él y quien pagaría el pato será la pobre de Teresa; o de dinamitarlo: ¿cuántos cartuchos harían falta para que explotara y no quedara rastro de él?, al final y tras meditarlo profundamente, Toño el Barbero se levanta y les dice a sus compañeros que tira la toalla, que mejor ahora que están a tiempo y que el se quiere ir para su casa, al tiempo que se pone en movimiento.
- ¡TOÑOOOOOOO!, le grita Jose Angel, a 10 centímetros de la oreja de Luis Angel que da un respingo sorprendido; ¡Toñooooooo! que se lo hemos prometido a Teresa, y lo prometido es deuda. Al final toño recapacita y decide quedarse; y va a mear allí a la vuelta, detrás del campanario, y cual no sería su sorpresa al encontrarse a Muriel espiándoles agazapado y, por miedo a que volviera a desatar su furia contra ellos, y como casualmente en la pared había una cuerda (¡qué casualidad!), no lo dudó y le ató con ella.
Paso todavía un buen rato más, cuando de repente les sorprendieron unas lejanas voces, una especie de canto o letanía, que se iba acercando, al mismo tiempo que un extraño personaje que con un enorme trapo blanco sobre la cabeza que había cogido de un tendal, una botella de Calisay fuertemente agarrada en una mano y una pequeña vela en la otra, haciendo eses de lado a lado de la calle de Fuente Blanca, se acerca a la iglesia implorando perdón y reclamando arrepentimiento: Arrepentios, Hip!, que el fin del mundo esta cerca, Hip!
Asustados por esa fantasmagórica aparición de ultratumba se ponen en pie al tiempo que Muriel, que también la ha visto, arranca enfurecido contra ella, pero la cuerda a la que estaba atado se lo impidió, iniciándose un estruendoso concierto de campanas (Toño no se percató que la cuerda era la del campanario). Así que con el revuelo que se formó con las campanas a esas horas de la noche, con los gruñidos de Muriel y las voces de Avelino, al unísono se levantaron y cogiendo el carro echaron a correr sin precaución tirando por la izquierda, por la bajada de detrás de la sacristía y en su huída mientras lucerito lanzaba de nuevo sus fuertes risotadas IAAHH, IIAAAHHH, JA, IIIAAAAHHHHH, JA, IIIIIAAAAAAAHHHHHHHH (¿o era el carro?) debido a la oscuridad que les rodeaba y la prolongada pendiente que había, perdieron pie saliendo el carro desbocado primero y nuestros amigos rodando por el terraplén después, acabando todos rotos, tiznados de carbón y magullados, y unos encima de otros, y debajo de todos ellos Toño el Barbero, que fue a dar entre unos alambres de espinos y de tal modo atrapado entre ellos que por más esfuerzos que hacía para salir eran inútiles, pero con la ayuda de los muchachos entre todos tirando de él consiguieron sacarle, solo que los espinos hicieron bien su función y los pantalones no salieron muy airosos del percance, que digamos, pues hechos trizas y jirones se quedaron.

Vaya, otra vez, me parece que esto se me ha vuelto a quedar un poco largo. continuara mañana. Un saludo
Jose, el tercero de los castañales.

jose la narrativa de la saga"de los castañales"es unica jajaja! mañana más porfa!
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Al final vamos a tener que publicar la historia de Lucerito en fascículos coleccionables.