Chicos, me retiro. Os dejo un pequeño resumen de lo que la cruda realidad nos deparó el triste día de la despedida de nuestro querido Lucerito. Otro día contaré otro capítulo.
Capítulo I.
Hay que reconocer que a Avelino el de Transportes Omaña le sentó muy mal el Calisay. Después de dar tantas explicaciones de lo ocurrido a la concurrencia y haber terminado con la botella, perdió la noción del espacio y sin saber a dónde iba echó a andar en dirección a Somata. La penúltima vez que le vieron fue en el puente del Reguerón y la siguiente chorreando agua en Valdoreo.
El Sargento Dalmacio “apatrullaba” por el pueblo con un prototipo de TBMR (Tanqueta Blindada Media sobre Ruedas) americana, procedente de la 1ª Guerra del Golfo. ¿Cómo el cuartel de La Magdalena disponía de un TBMR? Esto es otra historia que cabe en un monovolumen, y digo monovolumen porque la susodicha historia daría para un volumen monotemático.
En la Magdalena había localizado a un vendedor ambulante subsahariano, vestido con una llamativa túnica blanca y natural de la región de La ghana, en Numidia. No es que el sargento fuese de natural racista, era de natural receloso y cuando al solicitarle la documentación le presenta un pasaporte en el que por nacionalidad dice: Numidia-La ghana, pues se mosqueó y lo metió en el furgón. Por la emisora le comunican que algo raro pasa en Canales y dispuesto a que el orden prevalezca comienza a recorrer todas las calles. Cada vez que miraba por el retrovisor se encontraba con la blanca sonrisa del subsahariano. En una de estas a punto estuvo de atropellar a un grupo de gente que llevaban algo en un carro de mano y que desaparecieron como por encanto. Para tener más margen de maniobra apea al vendedor con la orden de que al día siguiente se presente en el cuartelillo para aclarar la identidad y continúa con la patrulla. El pobre subsahariano, desorientado después de tantas vueltas, se dedica a andar por las calles de Canales buscando la manera de poder llegar al mercadillo donde ha dejado sus enseres. Su piel se mimetiza con la oscuridad de la noche y la blancura de su túnica hace el efecto óptico por el que algunos creen haber visto un fantasma en diferentes puntos de Canales. Un punto aclarado.
El encuentro de Muriel, el perro de Julián, no fue con Juan, fue con José Ángel. Como ya contó el Presi el pasado día 29, en aquellas fechas estaba “suelto”, cosa que le ocurre a menudo. Ya desde pequeño le han dicho: lávate las manos antes de comer que hay gérmenes. Pero la comida le pierde y se lanza a ella sin pensar en la higiene. En el castigo tiene la penitencia: interminables horas pensativo sentado en el trono.
Pues aquel día estaba igual y cuando le dio el apretón, allí, detrás de una esquina y en una postura indecorosa es donde lo encontró Muriel. Juan había ido a buscar algo para que se limpiase y lo más adecuado que encontró fueron unas hojas de repollo que José Ángel agradeció al ver el estado en que el perro le estaba dejando los pantalones y utilizó las hojas como nuestro padre Adán utilizaba las hojas de parra en tiempos pretéritos.
Cuando en la Iglesia Toño el Barbero se dispone a miccionar detrás del campanario, el perro que se encuentra no es Muriel, es el Guau-Guau de Modesto, que desde el Barrio de Arriba les había seguido sigilosamente sospechando que esa noche iba a ser movidilla, y como vecinos que son se conocen y por eso se deja atar dócilmente a la cuerda sin ladrar. Otro punto aclarado.
Capítulo I.
Hay que reconocer que a Avelino el de Transportes Omaña le sentó muy mal el Calisay. Después de dar tantas explicaciones de lo ocurrido a la concurrencia y haber terminado con la botella, perdió la noción del espacio y sin saber a dónde iba echó a andar en dirección a Somata. La penúltima vez que le vieron fue en el puente del Reguerón y la siguiente chorreando agua en Valdoreo.
El Sargento Dalmacio “apatrullaba” por el pueblo con un prototipo de TBMR (Tanqueta Blindada Media sobre Ruedas) americana, procedente de la 1ª Guerra del Golfo. ¿Cómo el cuartel de La Magdalena disponía de un TBMR? Esto es otra historia que cabe en un monovolumen, y digo monovolumen porque la susodicha historia daría para un volumen monotemático.
En la Magdalena había localizado a un vendedor ambulante subsahariano, vestido con una llamativa túnica blanca y natural de la región de La ghana, en Numidia. No es que el sargento fuese de natural racista, era de natural receloso y cuando al solicitarle la documentación le presenta un pasaporte en el que por nacionalidad dice: Numidia-La ghana, pues se mosqueó y lo metió en el furgón. Por la emisora le comunican que algo raro pasa en Canales y dispuesto a que el orden prevalezca comienza a recorrer todas las calles. Cada vez que miraba por el retrovisor se encontraba con la blanca sonrisa del subsahariano. En una de estas a punto estuvo de atropellar a un grupo de gente que llevaban algo en un carro de mano y que desaparecieron como por encanto. Para tener más margen de maniobra apea al vendedor con la orden de que al día siguiente se presente en el cuartelillo para aclarar la identidad y continúa con la patrulla. El pobre subsahariano, desorientado después de tantas vueltas, se dedica a andar por las calles de Canales buscando la manera de poder llegar al mercadillo donde ha dejado sus enseres. Su piel se mimetiza con la oscuridad de la noche y la blancura de su túnica hace el efecto óptico por el que algunos creen haber visto un fantasma en diferentes puntos de Canales. Un punto aclarado.
El encuentro de Muriel, el perro de Julián, no fue con Juan, fue con José Ángel. Como ya contó el Presi el pasado día 29, en aquellas fechas estaba “suelto”, cosa que le ocurre a menudo. Ya desde pequeño le han dicho: lávate las manos antes de comer que hay gérmenes. Pero la comida le pierde y se lanza a ella sin pensar en la higiene. En el castigo tiene la penitencia: interminables horas pensativo sentado en el trono.
Pues aquel día estaba igual y cuando le dio el apretón, allí, detrás de una esquina y en una postura indecorosa es donde lo encontró Muriel. Juan había ido a buscar algo para que se limpiase y lo más adecuado que encontró fueron unas hojas de repollo que José Ángel agradeció al ver el estado en que el perro le estaba dejando los pantalones y utilizó las hojas como nuestro padre Adán utilizaba las hojas de parra en tiempos pretéritos.
Cuando en la Iglesia Toño el Barbero se dispone a miccionar detrás del campanario, el perro que se encuentra no es Muriel, es el Guau-Guau de Modesto, que desde el Barrio de Arriba les había seguido sigilosamente sospechando que esa noche iba a ser movidilla, y como vecinos que son se conocen y por eso se deja atar dócilmente a la cuerda sin ladrar. Otro punto aclarado.
Hasta mañana Juan, leeré todas las historias y luego te daré mi opinión
Un abrazo amigo
Un abrazo amigo