BATALLAS EN LA ESCOMBRERA
En los años sesenta, el parque o el jardín de toda la chavalería eran las escombreras. Al lado de las eras y un poco alejadas del monte, que era lugar de mayores.
Los “juagues” salían de la escuela, pasaban por la casa y cambiaban la cartera, con los pocos libros que llevaban, por el bocadillo de chorizo, el arco y las flechas, las pistolas o las espadas, todo fabricación casera (de madera). Se iban a jugar a los indios o a los caballeros, dependiendo del que mandara aquel día. Los más atrevidos llevaban el tirador para cazar algún pájaro.
Las escoban y los piornos que poblaban la escombrera servían de refugio y de escondite a los combatientes. Después de repartirse el elemento humano para los ejércitos comenzaba la batalla. Los gritos de guerra y el lamento de los heridos se escuchaban desde las casas más cercanas.
No era de extrañar que entre tanto el fragor y realismo algún “juague “saliera sangrando de verdad y se pusiera a llorar. Entonces se escuchaba una voz que decía.
_! Cállate, Llorica!. Vete a tu casa y que tu madre te cure la herida. ¡Y la próxima vez andas más listo!
La batalla continuaba hasta que las primeras sombras aparecían. Los heridos se levantaban, los prisioneros regresaban a sus ejércitos. Toda la chavalería recogía sus armas y juntos de regreso a casa, planeaban la siguiente contienda.
M. BLANCO
En los años sesenta, el parque o el jardín de toda la chavalería eran las escombreras. Al lado de las eras y un poco alejadas del monte, que era lugar de mayores.
Los “juagues” salían de la escuela, pasaban por la casa y cambiaban la cartera, con los pocos libros que llevaban, por el bocadillo de chorizo, el arco y las flechas, las pistolas o las espadas, todo fabricación casera (de madera). Se iban a jugar a los indios o a los caballeros, dependiendo del que mandara aquel día. Los más atrevidos llevaban el tirador para cazar algún pájaro.
Las escoban y los piornos que poblaban la escombrera servían de refugio y de escondite a los combatientes. Después de repartirse el elemento humano para los ejércitos comenzaba la batalla. Los gritos de guerra y el lamento de los heridos se escuchaban desde las casas más cercanas.
No era de extrañar que entre tanto el fragor y realismo algún “juague “saliera sangrando de verdad y se pusiera a llorar. Entonces se escuchaba una voz que decía.
_! Cállate, Llorica!. Vete a tu casa y que tu madre te cure la herida. ¡Y la próxima vez andas más listo!
La batalla continuaba hasta que las primeras sombras aparecían. Los heridos se levantaban, los prisioneros regresaban a sus ejércitos. Toda la chavalería recogía sus armas y juntos de regreso a casa, planeaban la siguiente contienda.
M. BLANCO