Dejé por ti todo lo que era mío. Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, tanto como dejé para tenerte.
Ya sabéis que mi boca es un
pozo de nombres de números y letras difuntos.
Fue cuando la
flor del vino se moría en penumbra y dijeron que el
mar la salvaría del sueño.
Tiemblos de farolillos de verbena y músicas de los
quioscos y encendidos
árboles remontaban y súbitos diluvios de cometas veloces que vertían en sus ojos fugaces resplandores. Fue la más bella edad del corazón.