Mariposa ebria, la tarde, giraba sobre nuestras cabezas estrechando sus círculos de nubes blancas hacia el vértice áspero de tu boca que se abría frente al
mar alineando sus blancos lobeznos.
Si en una de tus
casas, Buenos Aires, me muero viendo en días de
otoño tu ciclo prisionero, no me será sorpresa la lápida pesada. Que entre tus
calles rectas, untadas de su
río apagado, brumoso, desolante y sombrío, cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.