AMOR O TRABAJO
Por: Mari Blanco
Eran preciosos. Se había enamorado de ellos el primer día que los vio en el escaparate: unas tiras de cristalitos que sujetaban los pies, un tacón de diez centímetros y un precioso lazo rojo para atarlos al tobillo.
Esta noche se había arreglado con más esmero: una falda estrecha con una raja al lado, que dejaba entrever un muslo tentador; una blusa escotada; un pequeño bolso a juego; rojo carmín y mucho rímel en las pestañas…
Paseaba la acera. Las tiras de los zapatos brillaban con las luces de las farolas. Pasó un coche y le gritaron: “ ¡Guapa!”. Pero las piernas apenas se movían. De otro coche salió un silbido. Ella tenía los gemelos montados y sus pies se negaban a caminar; protestaban a cada paso, mandándole un ramalazo de dolor que subía por las pantorrillas.
Deshizo el lazo rojo con pena; cogió los hermosos zapatos y los depositó con cariño debajo de una farola, donde sus cristalitos brillaban como diamantes al reflejo de la luz. Una lágrima negra de rímel se deslizó por la mejilla… Un coche toca el claxon y se detiene a cincuenta metros. Se limpia la lágrima de un manotazo y sale corriendo descalza. Esta vez sí llegará a tiempo a su trabajo.
Una cara sonriente asoma por la ventanilla del coche.
Debajo de la farola unos solitarios cristales guiñan un ojo al mustio lazo rojo, que suspira y se resigna a ser sólo un trozo de tela.
* * *
Por: Mari Blanco
Eran preciosos. Se había enamorado de ellos el primer día que los vio en el escaparate: unas tiras de cristalitos que sujetaban los pies, un tacón de diez centímetros y un precioso lazo rojo para atarlos al tobillo.
Esta noche se había arreglado con más esmero: una falda estrecha con una raja al lado, que dejaba entrever un muslo tentador; una blusa escotada; un pequeño bolso a juego; rojo carmín y mucho rímel en las pestañas…
Paseaba la acera. Las tiras de los zapatos brillaban con las luces de las farolas. Pasó un coche y le gritaron: “ ¡Guapa!”. Pero las piernas apenas se movían. De otro coche salió un silbido. Ella tenía los gemelos montados y sus pies se negaban a caminar; protestaban a cada paso, mandándole un ramalazo de dolor que subía por las pantorrillas.
Deshizo el lazo rojo con pena; cogió los hermosos zapatos y los depositó con cariño debajo de una farola, donde sus cristalitos brillaban como diamantes al reflejo de la luz. Una lágrima negra de rímel se deslizó por la mejilla… Un coche toca el claxon y se detiene a cincuenta metros. Se limpia la lágrima de un manotazo y sale corriendo descalza. Esta vez sí llegará a tiempo a su trabajo.
Una cara sonriente asoma por la ventanilla del coche.
Debajo de la farola unos solitarios cristales guiñan un ojo al mustio lazo rojo, que suspira y se resigna a ser sólo un trozo de tela.
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uhmmmmm! GRACIAS JAJAJA precioso!