La hogaza
¡Ay, qué pena de vida! Ya nadie recuerda para qué sirvo... Me ponen en la mesa: la niña me mira con cara de asco; la mamá con ojos de deseo, pero se contiene; para el papá, tan fino, sería un ultraje darme un pellizco... Sólo al abuelo se le llena la boca de agua recordando aquellas sopas de ajo y las meriendas con aquel tocino caliente untado sobre mí.
Mari Blanco
¡Ay, qué pena de vida! Ya nadie recuerda para qué sirvo... Me ponen en la mesa: la niña me mira con cara de asco; la mamá con ojos de deseo, pero se contiene; para el papá, tan fino, sería un ultraje darme un pellizco... Sólo al abuelo se le llena la boca de agua recordando aquellas sopas de ajo y las meriendas con aquel tocino caliente untado sobre mí.
Mari Blanco