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CANALES: EN LA MADRUGADA...

EN LA MADRUGADA

Por: Mari Blanco
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na madrugada de diciembre, cuando la luna brilla sobre los prados helados con reflejos de plata, tres hombres discuten acaloradamente en medio de la calle de un pequeño pueblo del norte. De sus bocas se escapan palabras que se convierten en columnas de vapor, condensado por el frío. Algunas gotas de saliva salen proyectadas, con olor a alcohol y veneno contenido.
Acaba de cambiarse para ir a trabajar. No se ha acostado; la sangre le hierve de frustración por no haber podido terminar la discusión con los hermanos Hernández, los dueños del pueblo. Con un padre rico, creen tener el derecho de pisotear a cualquier obrero, como él, que necesita trabajar para mantener a su mujer y a sus dos hijos. Pero esto no terminaría así; el día menos pensado les partiría la boca y les borraría esa sonrisa de superioridad que siempre les acompañaba.
Cala la boina con rabia, coge con determinación el tirador de la puerta y cierra con delicadeza; no quiere hacer ruido y despertar a su familia.
A la entrada de su casa distingue a los hermanos, plantados, esperándole. La claridad de la noche le permite contemplar dos pares de ojos inyectados en sangre y unas bocas burlonas, de donde se escapan unos hilillos de saliva, cristalizados por la helada.
De pronto, uno de los hombres queda tendido en el suelo, retorciéndose de dolor. La mano intenta alcanzar la boina, que está tirada a unos metros de él, mientras la sangre que sale de su sien derecha comienza a empapar la zamarra de piel de cordero, que se va tiñendo de rojo oscuro con puntitos blancos de escarcha.
Los ojos vidriosos reflejan una luna clara que, horrorizada, se va escondiendo entre unas nubes protectoras que comienzan a llorar tenuemente.
Dos siluetas se alejan y una carcajada estalla en la noche silenciosa.