¿Cuál es el gran pecado de Mariano Rajoy? Acordar ideológicamente con las medidas antikeynesianas que le ordena la ortodoxia y no comprender la fortaleza que tiene España para negociar otra clase de solución. La salida del euro sería calamitosa para España, dice la superstición. Puede ser, pero lo sería mucho más para el gran proyecto europeo. Inyectar dinero en el mercado interno para dejar de cavar y salir del pozo es la alternativa que, sin ir más lejos, llevó a cabo Obama en los Estados Unidos. Para eso, claro está, tendría que poseer el arrojo transgresor que tuvieron Kirchner y Lavagna cuando renegociaron, pulseando en el abismo, la deuda externa y la relación con organismos que dictaban medidas recesivas. Cuando no se tiene nada que perder, se lo puede ganar todo. Porque a veces el poderoso puede tener mucho más para perder que el débil. El kirchnerismo, en esos comienzos, no era todavía chapucero ni se había cebado con la violación de las reglas y la mentira. Zapatero no quiso, no supo o no pudo hacer algo distinto de lo que Rajoy lleva a cabo ahora por convicción personal: una economía tacaña y deprimente que conduce a la espiral de una depresión económica.
En este contexto dramático, crece el magma del descontento social. La experiencia política indica que en algún momento podría aparecer un líder que lea esas demandas y que las ponga en práctica, con buenas probabilidades de éxito. Quien lo haga será "el hombre providencial" y tendrá inevitablemente la tentación de cesarisarse. Este juego viene ocurriendo, precisamente, desde el Imperio Romano. Es muy duro el trauma que sienten hoy los españoles frente a esta puñalada trapera que les propina el destino. Corren, por lo tanto, el riesgo de enamorarse de cualquiera que los saque del infierno, a quien perdonarán todo. Por esta combinación entre el descontento y la falta de liderazgos, los europeos buscaron en la primera parte del siglo XX líderes fuertes y nacionalistas. Que luego instauraron totalitarismos trágicos. Para protegerse precisamente de esos extremos nacieron estos modernos bipartidismos. Sistemas exitosos, como el que se pactó en la Moncloa, donde las dos Españas deponían la fuerza y aceptaban las instituciones, la alternancia y políticas de Estado que impulsarían más allá de banderías.
Esta crisis flamante y destructiva no borra más de treinta años de bonanza y de buen rumbo. El fenómeno de la Europa moderna, que ahora intenta ser devaluado por algunos politólogos del cristinismo, es una de las cumbres que alcanzó la civilización. Pero la frustración actual, que tan bien se palpa en España, no permite este simple reconocimiento. Temo que con las defensas bajas, los españoles sean porosos a recetas mágicas del populismo. Una de las grandes tonterías que se pronunciaron durante los últimos tiempos fue que "Europa debería latinoamericanizarse". El consejo pertenece a Chantal Mouffe, esposa del gurú kirchnerista Ernesto Laclau. Por suerte el filósofo Diego Simeone puso las cosas en su lugar al decir sobre el fútbol algo que puede aplicarse a la crisis española: es muy seria y muy grave, pero que al lado de la Argentina "esto es Disneylandia". Me acordaba del Cholo mientras regresaba a Buenos Aires, preocupado por el país del que debieron escapar mis padres y por el paraíso de prosperidad y respeto al que volvimos durante todos estos años quienes pudimos tomarnos este avión.