LA MATANZA EN UN PUEBLO DE OMAÑA.
Estamos en Omaña, en uno de los apacibles pueblos, curioso relato un tanto jocoso, salpicado de vocablos y frases auto-tonas propias del dialecto Leones.
Era a mediados de noviembre, en un día cualquiera se disponía la familia a preparar para la matanza, y con la ayuda de los vecinos, de
los fuertes y robustos del pueblo, las mujeres el día anterior ya preparaban, el pan y cortaban muy fino, cortaban la cebolla, estos ingredientes unidos con la sangre y la manteca, del cerdo hacían las morcillas, el caldero para la sangre, el cucharon para dar vueltas a la sangre, preparaban todo lo necesario que no faltase nada para la matanza, los hombres el banco que fuese fuerte, para poner el cerdo encima, la soga, y el buen matachin bien preparado los cuchillos, para que todo saliera bien.
Ese día se madrugaba mas que de costumbre, se desayunaba fuerte, y cuando se iba a sacar el cerdo de la cubil, se tomaba la parva, que se componía de unas copillas de orujo, aguardiente en la montaña, con las pastas.
Llego el día, la mata era en casa del tío Manuel, llegan los cuatro buenos y robustos mozos, buenos días tío Manuel, ¿donde esta el cochu? a lo que respondía en la cubil, sacarlo pero sino esperad que voy a combidarus con la parva, esu, esu muy bien, tomaron las copinas y a continuación, sacaron las petacas, ligaron con destreza los cigarrillos, chiscaron el mechero de mecha, prendieron los cigarros, dando buenas chupeta-das, con el cigarrillo pegado al labio inferior, procedieron a entraren el cubil, donde les esperaba el cochu, 180 kilos y acometiendo-les con toda la fiereza que parecía un jabalí, como valientes que eran y acostumbrados a estos menesteres, echaronse encima del gorrino, y agarandole unos por las orejas, y otros por el rabo, lo sacaron sin su consentimiento a la calle, con el propósito
de tumbarlo sobre el banco, el enfurecido verraco, envestía con todas sus fuerzas contra los matarifes, no les permitía que lo subieran al banco, dándoles hocicadas a diestro y siniestro, y en visto de lo cual, el mozo mas fuerte y mas alto dijo, ¡coño déjamelo a mi! y sin otras precauciones, es el que visto y no visto se abalanza a la jineta, sobre el enfurecido y sucio cochino, el cual viéndose momentáneamente libre de los otros tres, emprendió una acalorada carrera, calle abajo hasta la casa del cura, donde dando un gran brinco sepulto a su improvisado jinete, mal a su pesar, sobre un estercolero, levantándose aturdido el cernido caballero, comenzó a pedir refuerzos, que no tardaron en llegar de manos de los otros tres, expectantes carcajadas sacaron fuerzas de flaqueza lograron coger al cerdo, lo tumbaron en el banco, lo sujetaron con la soga, el puerco de 180 kilos gruñía sin cesar el matarife se puso a ejercer su oficio. Maria preparaba el cubo para recoger la sangre, para las morcillas, esta sin dejar de revolver, comenzó a decir
¿ah on peque este cochu non sangra, abrase atragantau algun cuajaron en el butiello, tu revuelve y sino canta, que estamos todos callaos como si fuéramos mudos, ¿y que voy a cantar chachu? pus lo que sepas coño, lo que cantaste por las flores de mayo, que quedaste aturuya, esu non ye verda contesto Maria, bueno eso lo dicis tu, pero ahi se habla lo contrario, en fin dejesmulo que hay que pelar el cochu, dejarlo bien afeitau, Maria trae el cuelmu, y empieza ya aprender la paja, bien limpio y preparado lo cuelgan.
El tío Manuel les di, lavaus ahi, pasai al comedor, escusado sera decir que los comensales llenaron su estomago con un buen caldo montañés sin faltar las truchas, y la cecina del Valle Gordo. Donde rieron haciendo el comentario de lo que le ocurrió al buen mozo.
ADELA DÍEZ.
Estamos en Omaña, en uno de los apacibles pueblos, curioso relato un tanto jocoso, salpicado de vocablos y frases auto-tonas propias del dialecto Leones.
Era a mediados de noviembre, en un día cualquiera se disponía la familia a preparar para la matanza, y con la ayuda de los vecinos, de
los fuertes y robustos del pueblo, las mujeres el día anterior ya preparaban, el pan y cortaban muy fino, cortaban la cebolla, estos ingredientes unidos con la sangre y la manteca, del cerdo hacían las morcillas, el caldero para la sangre, el cucharon para dar vueltas a la sangre, preparaban todo lo necesario que no faltase nada para la matanza, los hombres el banco que fuese fuerte, para poner el cerdo encima, la soga, y el buen matachin bien preparado los cuchillos, para que todo saliera bien.
Ese día se madrugaba mas que de costumbre, se desayunaba fuerte, y cuando se iba a sacar el cerdo de la cubil, se tomaba la parva, que se componía de unas copillas de orujo, aguardiente en la montaña, con las pastas.
Llego el día, la mata era en casa del tío Manuel, llegan los cuatro buenos y robustos mozos, buenos días tío Manuel, ¿donde esta el cochu? a lo que respondía en la cubil, sacarlo pero sino esperad que voy a combidarus con la parva, esu, esu muy bien, tomaron las copinas y a continuación, sacaron las petacas, ligaron con destreza los cigarrillos, chiscaron el mechero de mecha, prendieron los cigarros, dando buenas chupeta-das, con el cigarrillo pegado al labio inferior, procedieron a entraren el cubil, donde les esperaba el cochu, 180 kilos y acometiendo-les con toda la fiereza que parecía un jabalí, como valientes que eran y acostumbrados a estos menesteres, echaronse encima del gorrino, y agarandole unos por las orejas, y otros por el rabo, lo sacaron sin su consentimiento a la calle, con el propósito
de tumbarlo sobre el banco, el enfurecido verraco, envestía con todas sus fuerzas contra los matarifes, no les permitía que lo subieran al banco, dándoles hocicadas a diestro y siniestro, y en visto de lo cual, el mozo mas fuerte y mas alto dijo, ¡coño déjamelo a mi! y sin otras precauciones, es el que visto y no visto se abalanza a la jineta, sobre el enfurecido y sucio cochino, el cual viéndose momentáneamente libre de los otros tres, emprendió una acalorada carrera, calle abajo hasta la casa del cura, donde dando un gran brinco sepulto a su improvisado jinete, mal a su pesar, sobre un estercolero, levantándose aturdido el cernido caballero, comenzó a pedir refuerzos, que no tardaron en llegar de manos de los otros tres, expectantes carcajadas sacaron fuerzas de flaqueza lograron coger al cerdo, lo tumbaron en el banco, lo sujetaron con la soga, el puerco de 180 kilos gruñía sin cesar el matarife se puso a ejercer su oficio. Maria preparaba el cubo para recoger la sangre, para las morcillas, esta sin dejar de revolver, comenzó a decir
¿ah on peque este cochu non sangra, abrase atragantau algun cuajaron en el butiello, tu revuelve y sino canta, que estamos todos callaos como si fuéramos mudos, ¿y que voy a cantar chachu? pus lo que sepas coño, lo que cantaste por las flores de mayo, que quedaste aturuya, esu non ye verda contesto Maria, bueno eso lo dicis tu, pero ahi se habla lo contrario, en fin dejesmulo que hay que pelar el cochu, dejarlo bien afeitau, Maria trae el cuelmu, y empieza ya aprender la paja, bien limpio y preparado lo cuelgan.
El tío Manuel les di, lavaus ahi, pasai al comedor, escusado sera decir que los comensales llenaron su estomago con un buen caldo montañés sin faltar las truchas, y la cecina del Valle Gordo. Donde rieron haciendo el comentario de lo que le ocurrió al buen mozo.
ADELA DÍEZ.
Ay Adela, qué recuerdos de la infancia (bonitos, por supuesto), leugo también lo he vivido con más años y ya me hacía menos gracia. Por eso me especialicé en la cata.