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CANALES: TANTO SUDOR, ¿PARA QUÉ?...

TANTO SUDOR, ¿PARA QUÉ?

“A los 9 años ya cuidaba yo las ovejas por un huevo cocido y que ahora estemos así”

Consuelo Martínez, de Santovenia y 101 años, fue pastora, vendimiadora y trabajadora forestal

F. Fernández / Santovenia
Consuelo Martínez Díez no sabe que existe el Día Internacional de la Mujer. “Sí mujer, es lo de la Mujer Trabajadora”.
- Ésa soy yo.
Y comienza un largo repaso de una vida que ya se acerca a los 101 años. “Nací el 20 de mayo de 1912 y con nueve años ya estaba trabajando, cuidando ovejas por la comida, ¿y sabe lo que me daban de comer? Un huevo duro, con cáscara y todo, y un trozo de pan de ese que se hacía en los molinos comuneros que estaba duro como una piedra”.
No fue nada fácil para ella pero les quedaba un consuelo, ver cómo habían levantado esta tierra, cómo no era la misma que se habían encontrado, ni mucho menos. Pero las conversaciones de estos tiempos acaban siempre en lo mismo, la crisis, el futuro... “ ¿No volverá lo de antes”?
Lo repiten muchas de las mujeres que, en un silencio cruel e injusto, han trabajado lo que no está escrito y han sufrido como nadie. Consuelo, natural de Santovenia (en Soto y Amío), donde sigue viviendo, tiene grabada una imagen que habla de una biografía marcada por la lucha contra viento y marea. “Éramos 9 hermanos y yo todavía era muy niña cuando murió mi padre, tísico perdido. Era muy pequeña pero jamás se me olvidó la última vez que lo vimos. Mi madre no nos dejaba entrar en la habitación, por miedo a que nos pegara la enfermedad porque tosía mucho, pero cuando se encontró muy mal dijo que nos quería ver. Mi madre nos llevó hasta la puerta, levantó la cabeza y nos miró, no se me olvida que lloraba... A los ocho días murió”.
Y allí quedaban nueve hermanos y una viuda. Sólo vive Consuelo que, con 101 años, mantiene una lucidez envidiable. “El mayor era Tirso, luego Asunción y María, después venían Ricardo y Alfredo, Manuel, yo, Logio, Quintiliano... nos veníamos llevando dos años y pronto empezaron las desgracias”.
En las desgracias aparece una palabra ante la que todas estas gentes tuercen el gesto, la guerra. Consuelo aún más. “Que sea lo que Dios quiera, pero no me hables de guerras, ¿te parece poco lo que pasamos? Mira, Tirso, que ya te he dicho que era el mayor, murió en la guerra aquella de África, que cayeron a cientos. Y luego la de aquí, ¿y todavía quieren más?”.
Lo que más desazona a esta mujer es pensar que volvamos a viejos errores. Daban por amortizada su dura vida pensando en que habían construido un mundo que ni se habían imaginado. Mauricio Peña llegó a Santovenia procedente de otro reportaje en Valdepiélago, con Gelines, una mujer que emigró a Alemania ya hace muchos años y ha regresado. Le llamaron la atención dos frases, “en Alemania se vive, en España se disfruta” era la cara; la cruz, la que recordó cuando Consuelo hablaba de lo que había pasado, apuntaba en la misma dirección que sus miedos. “Cuando nosotros marchamos aquí estaba muy mal, pero ahora está peor aquí y en Alemania”.
La guerra fue dura para Consuelo, pero nada iba a ser fácil para ella. “No paré de trabajar nunca, donde fuera. Mucho tiempo aquí por la zona cuidando ovejas, pero también trabajé en las plantaciones de pinos que hicieron allí para la montaña que da vista al Puerto de Pajares, ocho años estuve plantando, Bajábamos andando a Camposagrado y ahí ya nos cogían los camiones...”.
Lo de ir andando al trabajo parece que no le asustaba lo más mínimo a esta mujer irrepetible. “También fui muchos años a la vendimia para la zona de Valdevimbre, bajábamos andando hasta León, salíamos de aquí del pueblo a las doce de la noche para estar allí al amanecer ¡Qué esclavitud! Y después a vendimiar”.
Recuerda una escena que define un poco cómo eran aquellos tiempos. “Íbamos a la plaza y venía la gente que necesitaba obreros e iba cogiendo a la gente, según los que necesitaba y los que le gustaban, uno cogía a 4, otro a 5... A lo primero a las mujeres parece que se echaban para atrás pero viendo como trabajábamos, a mi siempre me cogían pronto”.
- ¿Se ganaba dinero?
- No se ganaba dinero en nada, un jornal para traer cuatro perras a casa y la comida, que eran unas sopas por la mañana, a las doce pan con unas sardinas que había que rascarlas para quitarles la sal y por la noche más sopas”.
No se le olvidan las comidas, ni las de pastora, vendimiadora o plantando pinos... Y le revolotean en la cabeza los recuerdos. “Mira rapaz, el hambre que no vuelva, que ya la pasamos nosotras”.
Regresa el viejo fantasma, como la desazón de pensar que su sacrificio puede caer en saco roto. Mira para su cuñada Mercedes, de 95 años y con una biografía parecida, y ésta asiente: “No, el hambre que no vuelva”.
En Valverde Curueño está tendiendo la ropa cuando pasamos Juana. Siempre está haciendo algo esta mujer que crió once hijos y cuyo mayor orgullo es poder decir que “a todos los mandamos a la Universidad, muchos tienen carrera, la mayoría, otros lo dejaron para trabajar, pero...”.
- ¿Pero qué mujer?
- Que las cosas están tan mal, tanto paro... Tanto sacrificio y vete a ver que será de los nietos y de ellos.
Al hablar de las mujeres que se sienten orgullosas de lo que han hecho por esta tierra, por más que las hayan olvidado, siempre regresa la imagen de Evangelina Guerra, ausente ya en esta semana de marzo, aquella mujer que subía tres o cuatro veces al día hasta Collado Jermoso con 30 ó 40 kilos de material a cuestas (les pagaban por kilos) para sacar adelante a su hija, que cuidó hijos de otros, tuvo ganado, emigró a Francia... y ante la pregunta de “ ¿y cree que mereció la pena”?, en 2007, se quedó mirando para su biznieto de 16 años, lo abrazó y dijo: “Claro, ¿no ves a este biznieto mío?”.
La última vez que la vi algo había cambiado. Seguía creyendo que mereció la pena pero se preguntaba: “ ¿Es verdad que no hay tajo para el chaval?”.
- No mujer, siendo nieto tuyo, menuda raza.
Evangelina torció el gesto.
Al marchar de casa de Consuelo le decimos que “volveremos por allí”.
- Cuando queráis, que un cacho de pan más blando del que me daban a mi para ir con las ovejas vais a tener.
Seguro. Lo malo es que haya que hablar de pan. Con lo que ellas hicieron para que de estas cosas no se volviera a hablar.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Muy dura la vida de estas mujeres, como la de tantas otras de ese tiempo. Y la mujer maragata se llevaba la palma con la vida que le había tocado en suerte. Ella solita tenía que resolver todo y sin la ayuda del marido al que no veía en mucho tiempo por su trabajo de arriero. En fin, ahora son otros tiempos, pero no por eso menos duros para muchas mujeres que tienen educar a sus hijos, trabajar y llevar la casa. Afortunadamente, la mentalidad de muchos hombres ha
cambiado bastante y muchos colaboran ... (ver texto completo)