Un hombre desde Fasgar
cargado con su bagaje,
emprende su gran viaje
y se pone a caminar,
mirando quién pueda estar
para poderle ayudar
en su auto ó carruaje,
más no pudiendo encontrar
ni el medio ni el personaje
que le pudiera aliviar
por la ruta y el paraje,
decide ponerse a andar
y hasta Aguasmestas llegar
para el correo abordar,
descansando de su ultraje.
En La Magdalena para
el coche de pasajeros
y nuestro gran Omañés
para ser el más cortés,
se baja de los primeros
a sus fuerzas reponer,
encontrando en la cantina
un gran amigo en la esquina,
tomando vino y cecina,
saludando al feligrés,
aprovechando el momento
de este breve esparcimiento,
bebiendo un vaso con él.
Al autobús han entrado
y la fiesta se ha acabado
pero mira tú por donde
la sorpresa que se esconde:
los dos espantados quedan
sin poder ni respirar,
al ver uno su maleta
de cartón y papeleta,
esfumada del lugar
y el otro la su Clotilde,
mujer buena y apacible
que desparecida está.
El uno sin el su bulto
y el compañero en barrunto
de su hermana en algún punto
del gran cielo sideral,
se dirigen a León
cómo dos pobres difuntos
sin encontrar solución
ni el motivo ni razón
de tan grave contrapunto
y al llegar a La Estación,
allí estaba la Clotilde
y aquella maleta humilde,
teniendo la explicación
que en vez de entrar en un coche,
no muy antes de la noche,
se confundieron los dos
y sentarse dispusieron
en otro de tal color
y de idéntico pelaje
pero con otro equipaje
que el primero que aparcó
al dar en La Magdalena,
motivando tanta pena
y coincidir la ocasión
de ser ambos igualitos
y no ver la distinción
los citados señoritos
en su errónea apreciación.
Tavines
cargado con su bagaje,
emprende su gran viaje
y se pone a caminar,
mirando quién pueda estar
para poderle ayudar
en su auto ó carruaje,
más no pudiendo encontrar
ni el medio ni el personaje
que le pudiera aliviar
por la ruta y el paraje,
decide ponerse a andar
y hasta Aguasmestas llegar
para el correo abordar,
descansando de su ultraje.
En La Magdalena para
el coche de pasajeros
y nuestro gran Omañés
para ser el más cortés,
se baja de los primeros
a sus fuerzas reponer,
encontrando en la cantina
un gran amigo en la esquina,
tomando vino y cecina,
saludando al feligrés,
aprovechando el momento
de este breve esparcimiento,
bebiendo un vaso con él.
Al autobús han entrado
y la fiesta se ha acabado
pero mira tú por donde
la sorpresa que se esconde:
los dos espantados quedan
sin poder ni respirar,
al ver uno su maleta
de cartón y papeleta,
esfumada del lugar
y el otro la su Clotilde,
mujer buena y apacible
que desparecida está.
El uno sin el su bulto
y el compañero en barrunto
de su hermana en algún punto
del gran cielo sideral,
se dirigen a León
cómo dos pobres difuntos
sin encontrar solución
ni el motivo ni razón
de tan grave contrapunto
y al llegar a La Estación,
allí estaba la Clotilde
y aquella maleta humilde,
teniendo la explicación
que en vez de entrar en un coche,
no muy antes de la noche,
se confundieron los dos
y sentarse dispusieron
en otro de tal color
y de idéntico pelaje
pero con otro equipaje
que el primero que aparcó
al dar en La Magdalena,
motivando tanta pena
y coincidir la ocasión
de ser ambos igualitos
y no ver la distinción
los citados señoritos
en su errónea apreciación.
Tavines
