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CANALES: Bueno, pues después de lo esponsales y siguiendo el...

Bueno, pues después de lo esponsales y siguiendo el mandamiento bíblico de "creced y multiplicaos", llegan los hijos. Os dejo otro fragmento.

II. ESTRUCTURAS EN CUANTO A LOS HIJOS
1. Número de hijos.
Sin diferencia de zonas, la familia rural leonesa estuvo formada por un número muy elevado de hijos, llegando algunas familias a alcanzar la cantidad de 14 a 16. La media de hijos por familia entre los entrevistados es de 10 a 12, aunque, según ha dicho alguno de ellos, a la mayoría de edad sólo llegasen ocho o diez.
La aspiración de la familia rural leonesa, eminentemente religiosa, era la de “tener todos los hijos que Dios les mandase” o “los que la naturaleza diese de sí”, que para ellos era prácticamente igual.
En el sistema económico del mundo rural leonés, cada hijo que venía a la familia suponía un aumento de la mano de obra casi gratuito. Los hijos que llegaban al mundo venían a aumentar las posibilidades económicas de la pequeña empresa agraria y a reforzar la reserva humana para poder hacer frente a las epidemias, a las pestes y, en general, al alto índice de mortalidad que venía a diezmar el número de hijos en las familias. Estos índices de mortalidad se acentuaban todos los años al final del verano, debido a la falta de alimentación y a los pocos cuidados de que eran objeto los niños durante las largas y pesadas tareas de recolección.
En definitiva, los hijos eran altamente funcionales y, por ello, las familias rurales buscaban el tener el mayor número posible de ellos, llegando a considerar a la mujer campesina, en frase de una de las mujeres entrevistadas, “como a una coneja, cuya misión es procrear”.
2. La gestación.
El periodo de gestación en la cultura rural leonesa formaba parte de un gran complejo cultural dominado por el tabú, que comprendía todo el campo sexual y la vida íntima matrimonial. A este tabú iba unida una serie de ritos mágico-religiosos, de los cuales se esperaba conseguir protección para la gestante y para la criatura.
Las prácticas religiosas o mágicas dedicadas a conseguir el beneplácito del “numinoso” sobre la gestante eran muy variadas, pero las más usuales y comunes en toda la provincia de León fueron los rezos y oraciones al Santo, S. Antonio, las novenas a San Ramón Nonato, las ofrendas de velas a la Virgen, el rezo del rosario durante la gestación, etc. También entraba en el campo de lo mágico la creencia en los antojos o caprichos de la gestante. Se creía que si no se complacían todos y cada uno de los caprichos de la que estaba encinta, ésta, al sentirse contrariada, abortaría necesariamente o, al menos, proyectaría en su hijo el capricho, naciendo éste con algún defecto de tipo físico o psíquico. Uno de los entrevistados contaba que en su pueblo había uno con la voz de conejo, porque su madre había tenido el capricho de comer conejo durante el embarazo y no se lo habían concedido.
También eran frecuentes otras muchas prácticas mágicas que se daban en cada zona. Por ejemplo, en algunos pueblos de la ribera la embarazada se lavaba los pechos con agua de cornezuelos o cornachos y tomaba pequeñas cantidades de este agua para conseguir un buen parto. En la Montaña no se permitía a la mujer en gestación que se lavase por miedo a que el agua o el frío dañase al niño. También en algún pueblo de la Montaña hubo la costumbre que la mujer se colocase unas sartas de azabache sobre los pechos para que no enfermasen. En Tierra de Campos se guardaba el “bollo” del día de las Candelas, un pan ofrecido en la misa, y en su día se lo daban a las mujeres cuando se encontraban en el último mes de la gestación, para que tuviesen un buen parto y para que la criatura llegase en un día y hora determinada.
El tabú sexual en el Bierzo fue muy riguroso y se hallaba acompañado de innumerables ritos mágicos. Por ejemplo, cuando una mujer no conseguía tener hijos, solía usar amuletos de coral o “coralinas” para conseguir la fecundidad.