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CANALES: Cuando era un chavalín, los mayores, tenían por costumbre...

Cuando era un chavalín, los mayores, tenían por costumbre asustarnos, mis padres nunca lo hicieron, con la amenaza de que vendría el Tío del saco y nos llevaría, si no hacíamos bien las cosas o no eramos buenos niños.
Como yo era un poco trasto y a menudo no hacía bien las cosas, tenía tras de mi al Tío del saco casi continuamente. Recuerdo que llegué a tener verdadero pánico cada vez que veía a un hombre con un saco a cuestas. Por norma general, ese Tío del saco no eran más que el repartidor de carbón, el cartero que recogía la correspondencia de los buzones o el panadero que cargaba con su harina. Jamás he podido borrar de mi mente el tremendo susto que me llevé un día.

Salía disparado por el portal de mi casa para ir a jugar con mi amigos un interminable partido de fútbol, como iba embalado no pude frenar a tiempo y me tragué a la mujer del carpintero, el señor Tomás, que tenía su carpintería al lado justo de mi portal. La mujer comenzó a regañarme por mi falta de cuidado, yo aturdido por el encontronazo no sabía que hacer, si salir corriendo al parque, trepar por un árbol cual gato o tirar escaleras arriba a cobijarme bajo la mesa camilla.

Al oír los gritos de su dolorida mujer, el señor Tomás salió con su serrucho en la mano y me dirigió una mirada de las de ¡ahora veras, canijo!. Tragué, creo, saliva y me dispuse a recibir el segundo rapapolvo del día, pero no sucedió nada, el señor Tomás estaba ante mi tranquilo, sosegado y algo sonriente. Levantó su mano izquierda señalando tras de mi. Acojonadito me giré tan despacio como pude, la imagen que se mostraba ante mi me erizó el pelo y el cosquilleo del miedo recorrió mi nuca, delante de mi a un metro y medio escaso se acercaba con paso firme ni más ni menos que el Tío del saco en persona. Era un hombre alto, vestía chaquetilla y pantalones azul oscuro con infinidad de manchas entre el pardo y el negro absoluto, su cabeza iba cubierta por una especie de capucha, creo que de cuero, ennegrecida también y su cara ¡ay su cara!, llena de tizne con lo que sus ojos llenos de venillas rojizas resaltaban más, dándole a su aspecto toda la fiereza que en la imaginación de un niño podía caber, y a su espalda... el temido saco.
Se me pone la piel de gallina con solo recordar el enorme pánico que sentí aquella mañana de verano. En mi vida he conseguido mover mis piernas como aquel día, literalmente perdía el culo, huyendo de aquel malvado ser que se llevaba a los niños, no se aún donde, metidos en su saco. En mi carrera frenética escuchaba las risotadas del señor Tomás y sus gritos, ¡corre, corre, si ya sabe quien eres!. Cuando llegué al parque en el que estaban todos mis amigos jugando ya el partido, pude frenar mi alocada carrera, miré hacia atrás y ví que aquel monstruo no me seguía, con lo que respiré tranquilo y entre carreras y goles, me fui quitando el miedo de encima.

Días o semanas después yendo de paseo con mis padres y hermanos, el pánico me asaltó de nuevo, el Tío del saco se acercaba hacia nosotros. Llevaba la misma indumentaria pero esta vez no llevaba su saco y en sus manos retorcía esa rara capucha de cuero. El miedo me atenazó y me fui cobijando tras mi padre, le dije " papa, es el Tío del saco que viene a por mi" y no pude refrenar el llanto. El hombre se acercaba más y más, yo no eché a correr porque estaba protegido tras mi padre y porque el miedo no me dejaba. Cuando ya estaba a nuestra altura se paró y dirigiéndose a mi padre le dijo: "buenas tardes", mi padre le contestó ¡POR SU NOMBRE!, "buenas tardes Luís, ¿qué tal está?".

No me lo podía creer, mi padre conocía al Tío del saco, ¡mamaíta mía! estaba perdido. El terror me dejó sin habla, sin vista, sin oído, reaccioné cuando mi padre se giró y entre serio y sonriente me ordenó "saluda al señor Luis, es el que nos sube el carbón para la cocina". Miré hacia arriba y vi que en la cara de aquel monstruo no había malignidad alguna pues, me sonreía enseñando una blanquísima dentadura resaltada por su ennegrecido rostro, y vi que me tendía su mano derecha diciendo me "chócala chaval, que yo no soy malo". El viaje de mi mano hacia la suya duró una eternidad, me asaltaron cien mil dudas. ¿Sería verdad lo que oía y veía? o ¿no sería aquello una trampa para cogerme desprevenido?, sin parar de llorar le fui tendiendo mi mano tan lentamente como pude. El Tío del saco, agrandó su sonrisa al notar mis temores, me tomó la mano y me dio un firme y cálido apretón. Su voz fue como un cántico angelical para mi "no temas, no soy malo, soy Luis el carbonero. Tengo dos hijos y uno tiene seis años como tu". En mi ofuscación cuando aquel hombre se dirigió a mi padre no logré oír como le narraba lo sucedido con el carpintero. No oí como le pedía que me dijese que él no era el Tío del saco y que, él, ya se había encargado de echarle la bronca al carpintero, por usar su persona y su atuendo para asustar a un niño.

Nunca olvidaré el sabor del caramelo que me regaló el Tío del saco, cuando ya había pasado todo. Era un caramelo con forma de gajo de naranja y su sabor de naranja intenso. Durante mucho tiempo, hasta que aparecieron las cocinas de gas, infinidad de veces corrí al encuentro del Tío del saco a ¡DARLE UN BESO!, saludarle y esperar ansioso ese caramelo con forma de gajo de naranja. Han pasado muchos años y no he olvidado ningún detalle de aquel suceso ni de aquel hombre, parece que lo estoy viendo, con aquella indumentaria ennegrecida, ojos llenos de venillas, su capucha de cuero, su saco a la espalda y su bolsillo lleno de caramelos con forma de gajo de naranja.

Ahora a mi edad me asaltan otra clase de miedos. También tengo mis Tíos del saco particulares como por ejemplo, Rajoy de presidente del gobierno, Ramoncín y sus tributos, Bush y todo lo que conlleva, Aznar cada vez que habla... pero me dan menos miedo, porque se que son Tíos del saco para muchos más y el miedo está compartido.