Hacia el infierno de Los Calderones
Vamos a caminar por uno de los senderos leoneses de mayor encanto poético. Situarnos en la carretera de La Magdalena, en el pueblecito de Otero de las Dueñas, con rememoranzas cistercienses, y en un camino que serpentea entre prados y choperas con hojas amarillas, caedizas; que nos hallamos en otoño.
Pasado Viñayo, y ascendiendo por la senda que corre a la vera del riachuelo sube el coche lentamente los cuatro kilómetros que nos separan de Piedrashecha.
Hay que dejar el coche y andar un par de kilómetros en el sendero, y se van observando vetas, moles y escorias ferruginosas; que dicen que hubo industria férrica en tiempos pretéritos. Y allá vamos, con el ánimo un poco encogido ante la panorámica caliza que se presenta.
Salen al paso unos farallones que imponen por su naturaleza bravía. De pronto se observa que se acabó el agua; que el arroyuelo ya no canta. Y allí está la fuente, el Manadero, como ellos lo llaman.
Dos manaderos, el de la izquierda que brota a flor de tierra, sin oquedad alguna. El de la derecha, en una fuente preciosa, limpia y cuidada entre calizas. La frialdad y transparencia del agua te invita. Buena para beber y para enfriar la bota.
Allí comienzan Los Calderones. Un desfiladero de un kilómetro, seco, de asombro, vertical, como una mole, con una inmensa garganta caliza que se traga al turista empequeñecido. Los estratos son bien visibles, horizontales, verticales a tajo, retorcidos a presión, de todas las formas y planos para todo gusto de entendidos. 'No acierta uno donde tirar la fotografía porque a cada paso te parece más bello.
Sube que te sube, y pasados los farallones aparece el valle hasta lo que debió ser un poblado que llaman Santas Martas; que aún quedan las ruinas de las viviendas y los corrales.
El valle es muy pequeño, muy lindo y limpio. Pasando la collada se baja a Los Barrios de Gordón.
Vamos a caminar por uno de los senderos leoneses de mayor encanto poético. Situarnos en la carretera de La Magdalena, en el pueblecito de Otero de las Dueñas, con rememoranzas cistercienses, y en un camino que serpentea entre prados y choperas con hojas amarillas, caedizas; que nos hallamos en otoño.
Pasado Viñayo, y ascendiendo por la senda que corre a la vera del riachuelo sube el coche lentamente los cuatro kilómetros que nos separan de Piedrashecha.
Hay que dejar el coche y andar un par de kilómetros en el sendero, y se van observando vetas, moles y escorias ferruginosas; que dicen que hubo industria férrica en tiempos pretéritos. Y allá vamos, con el ánimo un poco encogido ante la panorámica caliza que se presenta.
Salen al paso unos farallones que imponen por su naturaleza bravía. De pronto se observa que se acabó el agua; que el arroyuelo ya no canta. Y allí está la fuente, el Manadero, como ellos lo llaman.
Dos manaderos, el de la izquierda que brota a flor de tierra, sin oquedad alguna. El de la derecha, en una fuente preciosa, limpia y cuidada entre calizas. La frialdad y transparencia del agua te invita. Buena para beber y para enfriar la bota.
Allí comienzan Los Calderones. Un desfiladero de un kilómetro, seco, de asombro, vertical, como una mole, con una inmensa garganta caliza que se traga al turista empequeñecido. Los estratos son bien visibles, horizontales, verticales a tajo, retorcidos a presión, de todas las formas y planos para todo gusto de entendidos. 'No acierta uno donde tirar la fotografía porque a cada paso te parece más bello.
Sube que te sube, y pasados los farallones aparece el valle hasta lo que debió ser un poblado que llaman Santas Martas; que aún quedan las ruinas de las viviendas y los corrales.
El valle es muy pequeño, muy lindo y limpio. Pasando la collada se baja a Los Barrios de Gordón.
Este escrito forma parte de uno más largo que iré poniendo cuyo autor es Lucio Díez Álvarez
Alcalde pedáneo de Piedrashecha. Espero que no le importe que haga difusión de él
Alcalde pedáneo de Piedrashecha. Espero que no le importe que haga difusión de él