No tengo miedo del ayer porque ya pasó.
Ni del mañana, porque aún no ha llegado.
Y el ahora, es tan corto… que ya pasó.
Pero tengo miedo de perder el tiempo. Y quiero tiempo para pensar.
Para pensar en ti, para pensar en mí.
Para pensar por mí, por mí solo. Para pensar solo y en mí solo. Y en los otros, y en vosotros.
Y pensando me encontré, algunas veces, cual punto imaginario en el inmenso vacío que está lleno. Flotando en el aire de algún sitio desconocido. Sitio donde se encuentran siempre, juntos, separados y revueltos, el ayer y el mañana de los míos, de los otros, de todos y el mío.
Y me he visto y os he visto, y a veces, me han dejado ver algún porqué. Y a veces no he visto si no el vacío.
Y pensando sigo hacia dónde han de seguir mis pasos, pero no lo sé.
Después de tres veces a la puerta del otro lado y ser rechazado, no tengo duda alguna que, Alguien, guía mis pasos; pero, ¿si supiera para qué?
Y tengo tiempo para pensar, y pienso en mí, y pienso en Dios, y en la vida y en la muerte, sí, y pienso en la suerte que tengo, suerte de ser.
Sí, que duro es querer ser.
Y la plaza del Cristo no tenía piedras. Era una losa blanca con escarchas agujereadas por el viento y el agua, que al pisarlas se quebraban. Y había redondeles de arena que arrastró el agua de una tormenta.
Y en el silencio de la noche se oía siseo de faldas y los pasos de la descarnada.
Esa no es su calle: ¡Déjale seguir!
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