EL CENTENO EN OMAÑA, SIEMBRA, SIEGA, ACARREO, MAJA, MUELO Y PANERA
Cada labrador contrataba cuadrillas, a veces integradas por diez o más personas, en función de lo extenso de la tierra cuya mies se fuera a segar. Si a la atrasada España no había llegado la mecanización agrícola menos lo iba a hacer en la abrupta y minifundista Omaña. Los “bercianos” utilizaban la misma herramienta que sus ta-ta-tarabuelos; la hoz. Esta pieza metálica en forma de medio arco y ensartada en un mango de madera, generalmente presentaba un filo en forma de sierra, pero existía una variante con filo liso, conocida como hocín. Un poco humorísticamente se podía decir que aquellos segadores eran semicomunistas; les faltaba el martillo para que pudieran proclamarse fieles a la dictadura del proletariado de Lenin y compañía. Verdad es que varios aspectos de su estancia como segadores en Omaña dibujaban una vida en comuna; desayunaban, almorzaban y cenaban “ a rancho” no había platos y solo una inmensa perola de la cual cada uno extraía su ración en competencia con las cucharas de los otros comensales. Compartían el enorme lecho del pajar sobre la hierba seca que esperaba la llegada de la paja del centeno ya desgranado. No había hospedaje para tanto segador.
Aquellos segadores y segadoras procedían de los pueblos bercianos de Cabanillas, San Justo y San Román, alguna vez se veía a algún segador, al terminar la faena, bañándose en calzoncillos de incierto color, pero jamás era visible el baño de aquellas recias mujeres que tenían como lavabo el arroyo más próximo. En la mayoría de los pueblo de Omaña no existía luz eléctrica era desconocida el agua corriente en las viviendas, pero aun así las condiciones higiénicas de los bercianos en su campaña de siega eran mucho más deplorables. Lo expuesto no puede explicar totalmente la idea que había en Omaña de un Bierzo atrasado, inculto y paupérrimo; pese a ser comarcas colindantes, en Omaña se desconocía la realidad berciana. Cuando mejoraron las comunicaciones y las gentes pudieron viajar, los omañeses se toparon con una comarca fértil, con joyas como Villafranca del Bierzo, con Peñalba de Santiago o la industriosa Ponferrada, pero, reconociendo lo injusto de la imagen que tenían de lo berciano, no se explicaban el motivo de aquella excursión a Omaña en todas las campañas de siega. Volviendo a la pseudo justificación de su semi comunismo, segadores y segadoras percibían análogo salario, ejemplo que no se seguía en los países del proletariado y que podría considerarse hoy como un milagro que la sociedad española del siglo siguiente no ha logrado. Los “atrasados” bercianos dieron un ejemplo que la tan cacareada igualdad de sexos aun no ha logrado ni se otea el horizonte en que se vaya a convertir en realidad. Hacer consideraciones sobre aquellos hombres y mujeres que, protegiéndose del sol con sus sombreros de paja y encontrando humor para ello, cantaban al tiempo que abatían las mieses doradas, puede ser que sirva para retratarlos un poco, pero interrumpe la secuencia de la marcha del ciclo del centeno.
No obstante, aun hay que resaltar el porqué de su supremacía en el oficio; lo desempeñaban con suma pulcritud porque sabían la importancia de que la paja de centeno no se machacara. Esta paja se escogía en las eras para atender a la construcción o conservación de los techos de paja, los “teitos” de las antiguas pallozas celtas, que aún abundan en Omaña y también en El Bierzo. El segador juntaba varios puñados de mies en lo que se conocía como gavilla y estas componían después los manojos, que se ataban con un puñado de mies, como “civilla”, quedando ya la mies preparada para colocarla en las “morenas”, cada una de las cuales cargaban un carro.
Cada labrador contrataba cuadrillas, a veces integradas por diez o más personas, en función de lo extenso de la tierra cuya mies se fuera a segar. Si a la atrasada España no había llegado la mecanización agrícola menos lo iba a hacer en la abrupta y minifundista Omaña. Los “bercianos” utilizaban la misma herramienta que sus ta-ta-tarabuelos; la hoz. Esta pieza metálica en forma de medio arco y ensartada en un mango de madera, generalmente presentaba un filo en forma de sierra, pero existía una variante con filo liso, conocida como hocín. Un poco humorísticamente se podía decir que aquellos segadores eran semicomunistas; les faltaba el martillo para que pudieran proclamarse fieles a la dictadura del proletariado de Lenin y compañía. Verdad es que varios aspectos de su estancia como segadores en Omaña dibujaban una vida en comuna; desayunaban, almorzaban y cenaban “ a rancho” no había platos y solo una inmensa perola de la cual cada uno extraía su ración en competencia con las cucharas de los otros comensales. Compartían el enorme lecho del pajar sobre la hierba seca que esperaba la llegada de la paja del centeno ya desgranado. No había hospedaje para tanto segador.
Aquellos segadores y segadoras procedían de los pueblos bercianos de Cabanillas, San Justo y San Román, alguna vez se veía a algún segador, al terminar la faena, bañándose en calzoncillos de incierto color, pero jamás era visible el baño de aquellas recias mujeres que tenían como lavabo el arroyo más próximo. En la mayoría de los pueblo de Omaña no existía luz eléctrica era desconocida el agua corriente en las viviendas, pero aun así las condiciones higiénicas de los bercianos en su campaña de siega eran mucho más deplorables. Lo expuesto no puede explicar totalmente la idea que había en Omaña de un Bierzo atrasado, inculto y paupérrimo; pese a ser comarcas colindantes, en Omaña se desconocía la realidad berciana. Cuando mejoraron las comunicaciones y las gentes pudieron viajar, los omañeses se toparon con una comarca fértil, con joyas como Villafranca del Bierzo, con Peñalba de Santiago o la industriosa Ponferrada, pero, reconociendo lo injusto de la imagen que tenían de lo berciano, no se explicaban el motivo de aquella excursión a Omaña en todas las campañas de siega. Volviendo a la pseudo justificación de su semi comunismo, segadores y segadoras percibían análogo salario, ejemplo que no se seguía en los países del proletariado y que podría considerarse hoy como un milagro que la sociedad española del siglo siguiente no ha logrado. Los “atrasados” bercianos dieron un ejemplo que la tan cacareada igualdad de sexos aun no ha logrado ni se otea el horizonte en que se vaya a convertir en realidad. Hacer consideraciones sobre aquellos hombres y mujeres que, protegiéndose del sol con sus sombreros de paja y encontrando humor para ello, cantaban al tiempo que abatían las mieses doradas, puede ser que sirva para retratarlos un poco, pero interrumpe la secuencia de la marcha del ciclo del centeno.
No obstante, aun hay que resaltar el porqué de su supremacía en el oficio; lo desempeñaban con suma pulcritud porque sabían la importancia de que la paja de centeno no se machacara. Esta paja se escogía en las eras para atender a la construcción o conservación de los techos de paja, los “teitos” de las antiguas pallozas celtas, que aún abundan en Omaña y también en El Bierzo. El segador juntaba varios puñados de mies en lo que se conocía como gavilla y estas componían después los manojos, que se ataban con un puñado de mies, como “civilla”, quedando ya la mies preparada para colocarla en las “morenas”, cada una de las cuales cargaban un carro.