CORNOMBRE: EL CENTENO EN OMAÑA, SIEMBRA, SIEGA, ACARREO, MAJA,...

EL CENTENO EN OMAÑA, SIEMBRA, SIEGA, ACARREO, MAJA, MUELO Y PANERA

Toda la operación de la maja y la limpia del grano, necesitaba del concurso del sol y duraba varios días, según la dimensión de la cosecha y se realizaba habitualmente, mancomunadamente entre varios vecinos del pueblo. La brega con los piértigos, el traslado de los cuelmos al pajar, y el barrido de las eras con los codojos, bajo el sol inclemente de agosto, unido al consumo generoso del vinillo, hacían que hombres y mujeres se cocieran en su propio sudor, circunstancia que no impedía las bromas promiscuas en medio de los cuelmos amontonados ya en el pajar. Los varones tenían el recurso, no siempre aprovechado, de ir a bañarse al rio o al arroyo, al término de la jornada, pero las mujeres habrían sentido el repudio de las gentes y la condena por parte del Señor; sin agua corriente, si querían evitar el aroma que un castizo definía como “olor a mujerío” tenían que recurrir al lavado por partes, en aquellos baldes en los que no cabían, simultáneamente, posaderas y piernas de las castas omañesas. Estas al menos al llegar a casa se despojaban ya de los sombreros de paja que se encasquetaban sobre los pañolones que protegían sus rostros del sol y del aire y que de paso, disimulaban peinados en los que no intervenía con demasiada frecuencia el peine. Ponerse guapos se dejaba para el día en que se remataba aquella maja, herencia probable del hombre del Neolítico. El remate no podía concebirse sin la comilona prodiga de productos grasos y en vinazo procedente de las viñas de Valdevimbre. Un manjar podía ser un llosco olvidado en la gabitera y con un poco de suerte la carne tierna de un cordero “retruecho”, así llamado el que procedía de un infrecuente segundo parto de alguna de aquellas ovejas churras que pastaban en los ásperos vericuetos omañeses. Más frecuente podía ser el sacrificio de uno de aquellos gallos de airoso caminar, entre el harén de sus gallinas
La comilona se redondeaba con el mazapán omañes de postre, la, o las, copitas de orujo y en el colmo de la exquisitez aparecía en la mesa una botella de coñaz Domeq 3 cepas o Terry Centenario. Y no se terminaba el ágape cantando el “Asturias Patria querida” porque conocida era y es la poca predisposición de los aldeanos omañeses para el canto y las exteriorizaciones lúdicas. Para cerrar la mas o menos afortunada descripción de la maja a palo, cabe señalar que, pese a su constante declive en favor de la maja a máquina, perduro hasta que en la segunda mitad de los años 60, del pasado siglo, la emigración y el ya consolidado consumo del pan de trigo, convirtieron las tierras centenales en frondosos escobales (terrenos poblados por un tipo de retama que en Omaña recibe el nombre de escoba). ¿Cuántos siglos habían transcurrido desde que los ancestros omañeses habían aprendido el cultivo del centeno, inventado el piértigo, el desgranado y limpia de este cereal?. Es presumible que existan datos históricos acerca de este tema, pero aquí únicamente interviene la memoria, teñida de nostalgia, de quien vivió todo el proceso de un cultivo que acababa en los hornos caseros donde se cocían las hogazas de aquel pan moreno que constituía una parte fundamental en la alimentación de los omañeses. Ya queda dicho que matanza, patatas y harina copaban la despensa de los omañeses, pero merece un comentario el paso de la harina dese el suetano hasta su conversión en las hogazas que terminaban en la mesa de los comensales omañeses. En las casas de Omaña no faltaba el horno; en las casas mas “modernas” se situaba en un recinto conocido como “cocina del horno” que aparte de este contenía la “masera”, un escaño y el antiguo llar. En algunas casas sin embargo, el horno se ubicaba en la cocina-estar, que seguía utilizando el llar para la faena de cocinar. En ambos casos el proceso era idéntico; en la masera la harina mezclada con agua. Se amasaba hasta lograr una masa uniforme en la que se había diluido el “formiento” (levadura) consistente en un trozo de masa del amasado anterior que, al no ser cocido, fermentaba para servir de formiento al nuevo proceso pre-hogazas. Esta masa permanecía durante toda la noche en la masera y al día siguiente la levadura la había esponjado y dejado en condiciones de fragmentarla en trozos a los que se daba la forma de las hogazas, listas para ser cocida en el horno.