EL CENTENO EN OMAÑA, SIEMBRA, SIEGA, ACARREO, MAJA, MUELO Y PANERA
Estos hornos que adoptaban una forma circular, tenían una solera de lajas de piedra, mientras paredes y techo se construían con ladrillos refractarios. Su funcionamiento era simple: se llenaba de leña para quemarla hasta que las paredes adquirían color rojizo, producto del calor, en cuyo momento se extraían los restos de la combustión con un palo alargado que terminaba en forma de cayado, conocido como “cachaviello”, curioso nombre cuya etimología acaso conozcan los muy estudiosos del idioma. A veces parte de las brasas se dejaban al borde de las paredes del horno con el fin de mantener en él la temperatura adecuada, pero dejando espacio suficiente para colocar las hogazas sobre el suelo ya limpio. Eran muy diestras las omañesas para desempeñar este proceso y para determinar cuando las hogazas habían alcanzado el punto optimo de cocción. Para colocar y extraer después las hogazas del horno, se empleaba una especie de pala de madera con mango tan largo como exigía la dimensión del horno. Cada amasado se hacía para obtener un numero de hogazas no inferior a doce unidades y cada una de estas pesaba cerca de dos kilos. Aunque el consumo de pan era alto, el amasado se procuraba que cubriese el consumo del mayor espacio de tiempo posible. Este periodo de no pocos días, era factible porque el pan de centeno posee la ventaja de conservarse tierno durante periodos lagos, propiedad de la que carece el pan de trigo, Dejemos el pan de centeno, saboreado quizás con una capa de la exquisita mantequilla mazada con los viejos odres obtenidos del basto curtido de una piel de cordero o cabrito y presentemos la otra forma de maja: a máquina.
¿Quién aseguraba que España era un país atrasado y mísero?. A buen seguro los malos patriotas que, con empeño digno de mejor causa, denigraban la Patria insigne que les vio nacer. Atestigua la mala intención de nuestros compatriotas, el hecho de que no había transcurrido tantos decenios desde el invento del motor de explosión, cuando este hizo su aparición en las eras omañesas como elemento fundamental de la máquina de majar. No quedan ya testigos de primera máquina de majar llegada a Omaña, si quedan algunos que las vieron funcionar en la década de 1940, propagando con el ruido de los motores que la modernidad transitaba ya por los caminos de carros de la leonesa comarca de Omaña. Tampoco hay memoria exacta de lo ocurrido en esa misma década, cuando la escasez de carburantes a la que nuestra Patria fue sometida por las potencias que envidiaban sus glorias, espoleando la fértil inventiva hispana, que alumbró un nuevo tipo de motor: el gasógeno. Nadie recuerda que en las eras la combustión interna de los motores se hiciese a golpe de fejes (haces) de leña. La leña, como sustitutivo la recibirían las “eiradas” machacadas por los pértigos. La irrupción de la máquina de majar fue el inicio de una mecanización agrícola a saltos, porque el siguiente elemento mecánico aparecería más de veinte años después con la máquina para segar hierva y en otro impulso, mucho más corto en el tiempo, el tractor desterraría los carros tirados por parejas de vacas. Antes de continuar exprimiendo la memoria, es oportuno hacer un dibujo aproximado de la máquina de majar; constaba de dos elementos: el motor y la desgranadora. El tipo de motor podía ser de gasolina o diesel de dos tiempos y de unos ocho HP y la desgranadora consistente en un armatoste de recias maderas y forma prismática, de un largo capaz de engullir las más largas mieses que las tierras pudiesen producir y un ancho mucho menor que era ocupado por el rodillo desgranador y la apertura de entrada de los manojos, previamente desatados, y que se deslizaban por el tablero, previo a la apertura, de forma regular y a un ritmo tal que impedía el atasco y parada de los rodillos.
Estos hornos que adoptaban una forma circular, tenían una solera de lajas de piedra, mientras paredes y techo se construían con ladrillos refractarios. Su funcionamiento era simple: se llenaba de leña para quemarla hasta que las paredes adquirían color rojizo, producto del calor, en cuyo momento se extraían los restos de la combustión con un palo alargado que terminaba en forma de cayado, conocido como “cachaviello”, curioso nombre cuya etimología acaso conozcan los muy estudiosos del idioma. A veces parte de las brasas se dejaban al borde de las paredes del horno con el fin de mantener en él la temperatura adecuada, pero dejando espacio suficiente para colocar las hogazas sobre el suelo ya limpio. Eran muy diestras las omañesas para desempeñar este proceso y para determinar cuando las hogazas habían alcanzado el punto optimo de cocción. Para colocar y extraer después las hogazas del horno, se empleaba una especie de pala de madera con mango tan largo como exigía la dimensión del horno. Cada amasado se hacía para obtener un numero de hogazas no inferior a doce unidades y cada una de estas pesaba cerca de dos kilos. Aunque el consumo de pan era alto, el amasado se procuraba que cubriese el consumo del mayor espacio de tiempo posible. Este periodo de no pocos días, era factible porque el pan de centeno posee la ventaja de conservarse tierno durante periodos lagos, propiedad de la que carece el pan de trigo, Dejemos el pan de centeno, saboreado quizás con una capa de la exquisita mantequilla mazada con los viejos odres obtenidos del basto curtido de una piel de cordero o cabrito y presentemos la otra forma de maja: a máquina.
¿Quién aseguraba que España era un país atrasado y mísero?. A buen seguro los malos patriotas que, con empeño digno de mejor causa, denigraban la Patria insigne que les vio nacer. Atestigua la mala intención de nuestros compatriotas, el hecho de que no había transcurrido tantos decenios desde el invento del motor de explosión, cuando este hizo su aparición en las eras omañesas como elemento fundamental de la máquina de majar. No quedan ya testigos de primera máquina de majar llegada a Omaña, si quedan algunos que las vieron funcionar en la década de 1940, propagando con el ruido de los motores que la modernidad transitaba ya por los caminos de carros de la leonesa comarca de Omaña. Tampoco hay memoria exacta de lo ocurrido en esa misma década, cuando la escasez de carburantes a la que nuestra Patria fue sometida por las potencias que envidiaban sus glorias, espoleando la fértil inventiva hispana, que alumbró un nuevo tipo de motor: el gasógeno. Nadie recuerda que en las eras la combustión interna de los motores se hiciese a golpe de fejes (haces) de leña. La leña, como sustitutivo la recibirían las “eiradas” machacadas por los pértigos. La irrupción de la máquina de majar fue el inicio de una mecanización agrícola a saltos, porque el siguiente elemento mecánico aparecería más de veinte años después con la máquina para segar hierva y en otro impulso, mucho más corto en el tiempo, el tractor desterraría los carros tirados por parejas de vacas. Antes de continuar exprimiendo la memoria, es oportuno hacer un dibujo aproximado de la máquina de majar; constaba de dos elementos: el motor y la desgranadora. El tipo de motor podía ser de gasolina o diesel de dos tiempos y de unos ocho HP y la desgranadora consistente en un armatoste de recias maderas y forma prismática, de un largo capaz de engullir las más largas mieses que las tierras pudiesen producir y un ancho mucho menor que era ocupado por el rodillo desgranador y la apertura de entrada de los manojos, previamente desatados, y que se deslizaban por el tablero, previo a la apertura, de forma regular y a un ritmo tal que impedía el atasco y parada de los rodillos.