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EL CENTENO EN OMAÑA, SIEMBRA, SIEGA, ACARREO, MAJA, MUELO Y PANERA
Esta máquina llevaba una polea en cada lado que al ser accionadas por el motor movían el eje del cilindro. Solo una se acoplaba al motor, siendo la razón de que hubiera dos, facilitar la colocación adecuada que exigiera la irregularidad del suelo de la era. El motor accionaba otra polea de muy superior tamaño que las de la desgranadora y ambas poleas se unían por una gruesa correa de cuero para transmitir las revoluciones de la polea del motor, que con superior diámetro multiplicaba los giros del cilindro desgranador. Motor y desgranadora se colocaban en la era a varios metros de distancia, se supone que por alguna razón mecánica y también para impedir que una chispa del motor pudiera incendiar los manojos dispuestos para ser engullidos por la desgranadora. Esta, en comparación con la maquinaria agrícola actual, resultaba muy elemental, careciendo, por ejemplo de limpia y ensacado automáticos; se limitaba a desgranar la mies expeliendo la paja entera por su frontal y el grano por otro lado, cayendo sobre el agostado césped de la era. La paja que salía entera permitía separar, como en la maja a palo, la paja de techo de la de los cuelmos. También se utilizaban los mismos valeos y codojos para el barrido del grano hacia el muelo. Esta combinación de máquina y motor, a la que seguimos llamando maquina de majar, era desconocida fuera de las comarcas astur-leonesas donde se usaba; en los campos españoles predominaba la trilla que en verdad era un procedimiento, seguramente tan arcaico como la maja a palo.
La máquina de majar se complementaba con la máquina de limpiar o aventadora que sustituía con notoria ventaja a la limpia a golpe de pala. Este artefacto carecía de motor y se accionaba a golpe de manivela, provocando que las aletas interiores aventaran la poisa u otras partículas que se mezclaban con el grano en la era.
Como en la maja a palo, la que se hacía a maquina reunía a varios vecinos, siendo necesario un “pelotón” de personas para atender la marcha de la majadora. El ritmo de esta exigía paradas frecuentes para despejar la era de paja, barrer el grano hacia el muelo, escoger la paja de techo. El lapso de tiempo entre dos paradas se conocía como “gaitada”, palabreja que nada tenía que ver con la gaita, poco común en la comarca, y por supuesto, no se tocaba cuando dejaba de rugir el motor. También la maja a maquina serbia de pretexto para que las atareadas amas de casa prepararan la consiguiente comilona y también las jarras de vino alegraban el ambiente. El servidor principal de la maja mecánica era el maquinista, sobre el cual la memoria se recrea recordando la “aureola” de que se rodeaba el “personajillo. Vestir un mano manchado de grasa en la que se clavaba la poisa, usar gafas para protegerse, no se sabe bien si del sol o del polvo que arrojaba al exterior el rodillo de la desgranadora, subirse a un cajón para ejercer su destreza en la alimentación de la maquina y revisar con ajo critico el motor en las parradas, eran atributos que le hacían emerger como hombre importante y al que las mozas del lugar elegían para gastarle inocentes y muy omañesas bromas. El cronista fue testigo de alguna; en una ocasión, conociendo donde dormía el héroe, las mozas le habían colocado ortigas entre las dos sabanas pero, veterano ya en estas lides, descubrió el mullido y advirtiendo que las mozas se agazapaban en la calle, mal iluminada, esperando la reacción del embromado, sin dudarlo, salió a la calle “en mangas e calzoncillos” persiguiendo a dos de las audaces bromistas que corrían como gacelas delante del maquinista en paños menores. Esta clase de bromas que se conocían como “mullir” la cama, era frecuentes, pero no únicas.
Esta máquina llevaba una polea en cada lado que al ser accionadas por el motor movían el eje del cilindro. Solo una se acoplaba al motor, siendo la razón de que hubiera dos, facilitar la colocación adecuada que exigiera la irregularidad del suelo de la era. El motor accionaba otra polea de muy superior tamaño que las de la desgranadora y ambas poleas se unían por una gruesa correa de cuero para transmitir las revoluciones de la polea del motor, que con superior diámetro multiplicaba los giros del cilindro desgranador. Motor y desgranadora se colocaban en la era a varios metros de distancia, se supone que por alguna razón mecánica y también para impedir que una chispa del motor pudiera incendiar los manojos dispuestos para ser engullidos por la desgranadora. Esta, en comparación con la maquinaria agrícola actual, resultaba muy elemental, careciendo, por ejemplo de limpia y ensacado automáticos; se limitaba a desgranar la mies expeliendo la paja entera por su frontal y el grano por otro lado, cayendo sobre el agostado césped de la era. La paja que salía entera permitía separar, como en la maja a palo, la paja de techo de la de los cuelmos. También se utilizaban los mismos valeos y codojos para el barrido del grano hacia el muelo. Esta combinación de máquina y motor, a la que seguimos llamando maquina de majar, era desconocida fuera de las comarcas astur-leonesas donde se usaba; en los campos españoles predominaba la trilla que en verdad era un procedimiento, seguramente tan arcaico como la maja a palo.
La máquina de majar se complementaba con la máquina de limpiar o aventadora que sustituía con notoria ventaja a la limpia a golpe de pala. Este artefacto carecía de motor y se accionaba a golpe de manivela, provocando que las aletas interiores aventaran la poisa u otras partículas que se mezclaban con el grano en la era.
Como en la maja a palo, la que se hacía a maquina reunía a varios vecinos, siendo necesario un “pelotón” de personas para atender la marcha de la majadora. El ritmo de esta exigía paradas frecuentes para despejar la era de paja, barrer el grano hacia el muelo, escoger la paja de techo. El lapso de tiempo entre dos paradas se conocía como “gaitada”, palabreja que nada tenía que ver con la gaita, poco común en la comarca, y por supuesto, no se tocaba cuando dejaba de rugir el motor. También la maja a maquina serbia de pretexto para que las atareadas amas de casa prepararan la consiguiente comilona y también las jarras de vino alegraban el ambiente. El servidor principal de la maja mecánica era el maquinista, sobre el cual la memoria se recrea recordando la “aureola” de que se rodeaba el “personajillo. Vestir un mano manchado de grasa en la que se clavaba la poisa, usar gafas para protegerse, no se sabe bien si del sol o del polvo que arrojaba al exterior el rodillo de la desgranadora, subirse a un cajón para ejercer su destreza en la alimentación de la maquina y revisar con ajo critico el motor en las parradas, eran atributos que le hacían emerger como hombre importante y al que las mozas del lugar elegían para gastarle inocentes y muy omañesas bromas. El cronista fue testigo de alguna; en una ocasión, conociendo donde dormía el héroe, las mozas le habían colocado ortigas entre las dos sabanas pero, veterano ya en estas lides, descubrió el mullido y advirtiendo que las mozas se agazapaban en la calle, mal iluminada, esperando la reacción del embromado, sin dudarlo, salió a la calle “en mangas e calzoncillos” persiguiendo a dos de las audaces bromistas que corrían como gacelas delante del maquinista en paños menores. Esta clase de bromas que se conocían como “mullir” la cama, era frecuentes, pero no únicas.
Maruja, donde andas, no acabaste de dar de cenar a los Bercianos?
Lo siento, alguien tiene que vigilar, ya sabes los amigos de lo ajeno.......
