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CORNOMBRE: REFLEXIONES DESENFADADAS DE UN VIEJO CHICANO (9)...

REFLEXIONES DESEFADADAS DE UN VIEJO CHICANO (5)

Aquel crédulo sacerdote ya no era párroco residente en Sosas, creo atendía a la feligresía de este pueblo desde su sede en Vegarienza, pueblo en el que el río Cumbral rinde sus aguas al padre Omafía.
Clero aparte, la primera persona de Sosas que conocí, fue un hermano de mi abuela paterna, cuya corpulencia justificaba que se le conociera como el tío Evaristón, fumador empedernido que con frecuencia acudía a Rodicol para que otra de sus hermanas, la tía Maruxina, vía estraperlo, le proveyera de aquellos legendarios cuarterones de tabaco, por los que se conocía como Estacalera a la monopolística Tabacalera. Tal era la necesidad de nicotina del tío Evaristón, que no dejó de acudir al suministro de su hermana, por mucho susto que en uno de sus viajes le dieron los rojos del monte; desvalijándole cuando cruzaba el arroyo de Retuerto. Conocí más tarde a todo el vecindario de Sosas, pero si alguien bulle con más fuerza y más afecto en mi recuerdo, fue Almudena, aquella tabernera en cuya casa me sentía feliz. No era sólo su bondad, eran los bailes con música de pandereta que nos permitía en su establecimiento. Bailes que fueron motivo de un escarceo amoroso, que naufragó a manos de un mocetón que sin duda atesoraba cualidades humanas muy superiores a las del desmedrado "rapazón de Rodicol".
De este somero bosquejo del recuerdo de Sosas, no excluiré aquellos ratos que escabulléndome de los bailes, en otro recinto de la cantina de Almudena, compartía filandón con José de Carmela, Amador, Gaspar, Alpidio y no recuerdo bien si también "filandoneaban" Germán y algún otro.
Después de este inciso en el discurrir orográfico de la cuenca del Ozeo, hora es de que venga a estas páginas el entorno de Sabugo, pueblo el más meridional del "chicano" valle, del que parece esconderse unos centenares de metros al borde de su riachuelo, poco antes de que este afluya al repetido Ozeo. La orografía de Sabugo es menos abrupta que la de Villabandin y Rodicol, apenas la Peña de los Cuetos, que comparte con Villabandin, rompe la altura media de sus tesos. Pero su orografía menos espectacular no le priva de la belleza del verdor de los prados que riega su pequeño río, de la campa de Valdemorente
que comparte con Rodicol, de las pétreas formas de Pementús, Peñaza la Grande, Peñaza la Pequeña y la joya de su Osedo, que alberga uno de los más bellos robledales de Omaña. Robledal, éste que en mi juventud cobijaba la única reserva de jabalíes del municipio de Murias, sin que estuviera ausente el corzo, mal que le pesara al lobo que por entonces merodeaba por aquellos pagos.
Cabe reseñar la Sierra del Potro, cruzada por la senda que llevaba a Villanueva de Omaña, que, normalmente cubierta de nieve, cruzábamos para acudir a la fiesta de San Antón en Villanueva, el 17 de Enero. Destacable la rica toponimia de Sabugo.
Aparte la ya enunciada, Peña de la Seita, compartida con Rodicol, como Valdelosiego, Queijo, Puente Vieja, etc.
Ultimado este incompleto periplo orográfico por la ruta del Ozeo, cabe dar unas leves pinceladas a su flora y su fauna. En el reino vegetal, nuestro valle se sitúa en el límite omañés donde el predominio del roble decae ante la irrupción del abedul, hermoso árbol que logra su mayor expansión en los abedulares de Murias, Montrondo y Fasgar, éste ya en el afortunado Valle Gordo. Acaso
mi admiración por este árbol se acreciente por cuanto era magnificado por los novelistas rusos del XIX, en sus descripciones de las estepas rusas, pero, además, este árbol, creo no ha merecido una pequeña consideración sobre la importancia económica que ha tenido. Su madera ligera y resistente, ha servido desde tiempo inmemorial para elaborar las madreñas que aún calzan los omañeses. De sus escasos troncos rectos se sacaban los mejores brazuelos de los carros y de las caprichosas curvas de sus troncos salían las mejores gargantas, pieza fundamental para la construcción del viejo arado romano, con el que hasta épocas recientes se arañaban, más que araban, las poco pródigas tierras de la comarca y aun de sus ramas más tiernas se elaboraban aquellos escobones conocidos como "valeos", utilizados en las eras durante las majas o para el barrido de los establos.
Aun hoy, pese a la despoblación, el abedul posee un cierto potencial económico, cual puede ser el atractivo turístico cuando en los albores del otoño sus hojas comienzan a tornasolear, al tiempo que lo hacen también otros árboles que suelen compartir su espacio, el capudo (serval), el avellano silvestre y los no menos asilvestrados como son los abrunos (ciruelos), manzanos o cerezos.
En las solanas de ríos y arroyos crecen la escoba (retama típica del país), el piorno y la urz (brezo). Estos tres arbustos durante parte de mayo y de junio, combinados con el verdor de prados y bosques o matorrales, nos obsequian con una sinfonía de colores de una belleza digna de ser cantada por plumas más avezadas que la mía. No se pueden olvidar los sabugueiros (saúcos) salgueras, olmos, álamos y chopos y por descontado dos tipos de espino, uno conocido como cambrión de afiladas púas y rojos frutos a modo de pequeñas cerezas (no comestibles) y otro semejante a un rosal silvestre que los conquistadores españoles aclimataron en la Patagonia argentina, donde le dan el nombre de rosa mosqueta, de cuya flor extraen la fragancia de un tipo de colonia. No se puede olvidar el rico fruto de las arandaneras que buscan su habitat en las zonas más altas, donde también crece la medicinal genciana y en lugar destacado, el hoy protegido acebo, que con sus hojas perennes sirve de alimento invernal a los corzos y que antaño se utilizaba para la manutención de conejos caseros.

REFLEXIONES DESENFADADAS DE UN VIEJO CHICANO (6)

Son hermosas las hojas del acebo, con su verde intenso y de un blanco inmaculado eran sus rectas y tiernas ramas, una vez devorada su corteza por los dientes de roedor de los conejos. Mis tiempos de escolar lo atestiguan, cuando nuestro maestro se servía de ellas para poner coto a nuestras travesuras de colegiales.
Eran otros tiempos en que los rapaces teníamos otra fibra y, seguramente por eso, los métodos de nuestro maestro no se consideraban maltrato infantil. Hasta los padres hacían suya aquella máxima de "la letra con sangre entra".
En la fauna del valle, aparte el ganado doméstico, abundaban lobos, zorros, liebres, garduñas, tejones y en número escaso se pueden citar al corzo y al jabalí, no mencionando otras especies menos importantes y más comunes en otras zonas del pais. Cabe destacar que ni en nuestro valle, ni en los otros dos de la alta Omaña, nunca se ha constatado la presencia del conejo silvestre, no sé si por culpa de pertinaz mixomatosis o porque hasta este roedor desdeña nuestra tierra. Al citar al lobo, preciso es detenerse un momento con este gran depredador, que "no llena los ojos antes que la panza". Es animal que mata y mata antes de comenzar a devorar sus presas. Por otra parte es difícil imaginarse el estremecimiento que produce oir su aullido nocturno en las proximidades de los pueblos, especialmente cuando coincide con esas lóbregas noches invernales en las que la nieve es arremolinada por el viento que parece acompasar su silbido con el inquietante grito de la fiera.
En el mundo volátil, planeaban en el cielo "chicano", águilas y milanos, abundaba la perdiz roja y su congénere de menor tamaño y habitando en las alturas, conocida como la perdiz pardina. Un pájaro característico era una especie de cuervo pequeño, conocido como "chouva", amante también de las alturas, de las que descendía para prevenir a los lugareños de que se acercaba la nevada. La ya citada cabra llouca, el cuco, el pájaro carpintero y una variada gama de pajarillos, alguno muy hernioso como el conocido como lavandera, por su permanente sobrevolar los ríos en busca de insectos acuáticos. Esta colonia de pájaros propiciaba el lúdico entretenimiento que con bárbara fruición practicaban los rapaces: baltar los neales (destruir los nidos).
Aunque mamífero, en el mundo alado no faltaba el murciélago, considerado como pájaro de mal agüero. E interrumpiendo el discurso lógico de este relato, a estas alturas del siglo XXI, puede resultar extraño la práctica no infrecuente, al menos hasta la mitad del siglo anterior, consistente en comer los humanos la carne de las ovejas "toscas" (locas). Estas ovejas padecían una enfermedad, que según los lugareños era producida por un "bicho" que anidaba en sus cerebros. Se detectaba la enfermedad porque la oveja pastaba en un reducido espacio alrededor del cual giraba sin cesar. En más de una juerga de los mozos, se les cortaba la cabeza y se comía sin mas preocupación. ¿Sería el “bichito” esa extraña proteína conocida como prion, que en fechas recientes llevó la enfermedad de las vacas locas a que estas muriesen y por contagio causaran la muerte también a los humanos?
Puede ser que los del Ozeo fuésemos gentes de poco alcance, que según se decía era el antídoto de la locura.
¿Qué decir de la extraordinaria calidad de las truchas del Ozeo? Era la única población piscícola del rio y de alguno de sus arroyos afluentes, acompañada alguna vez por la nutria. La exquisitez de la trucha del Ozeo, era conocida internacionalmente, como tuve ocasión de comprobar en 1962, leyendo una prestigiosa guía turística francesa. Pero el Ozeo y afluentes era pródigo en esa especie tan común como es la rana, que si merece aquí mención es por la inexplicable ausencia de ella en el repertorio gastronómico de la zona.
Decir que abundan culebra, lagarlos y lagartijas, no es añadir particularidad alguna; si lo es la existencia menos común de la sacavera (salamandra) que por tener un cierto parecido con la lagartija, las gentes creían que pertenecían a la misma familia de pequeños reptiles. Alguien versado en la materia, me saco de tan craso error, creo recordar que me informó de que la sacavera era un batracio urodelo en cuya piel segregaba un ¿alcaloide? Veneno, poco peligroso para el hombre y para la mujer, claro, que gustaba de los ambientes húmedos y de la nocturnidad.
Esta información me liberó del miedo al animal que se expresaba con el dicho aquel ”mordedura de sacavera, saca pan y cera”. El pan se supone, para las plañideras y la cera para los cirios que alumbraban el ataúd del envenenado. Mas se justificaba la mordedura de la víbora que también contaba con su refrán: “Mordedura de víbora, toca las campanas y llora”. Ignoro como el mordido podía tocar las campanas, a muerto, por supuesto y mucho menos llorar después de "estirar la pata y regañar el diente", también singular sinónimo de muerte. Y en las fúnebres creencias destacaba el odiado escorpión que asimismo contaba con su leyenda: "mordedura de escorpión, busca pala y azadón".
Debe tenerse en cuenta que en los camposantos "chícanos", como en tantos otros, no existían nichos ni mausoleos, ¿también manejaba el azadón el muerto?

REFLEXIONES DESENFADADAS DE UN VIEJO CHICANO (7)

Y en este liviano repaso a la fauna, pese a su pequenez, no puede omitirse el mundo de esos minúsculos seres que no sabría que forma sería la más correcta de designarlos, artrópodos o simplemente insectos.
Por tratarse de un bichejo simpático, me referiré al grillo. ¿Quién no ha gozado de su alegre "cri-cri" en los atardeceres? Además proporcionaba una diversión a los rapaces que, con olfato de sabueso, descubrían sus minúsculas madrigueras en las que bastaba introducir una pajita para que saliera a la luz el grillo.
Curiosamente, los mismos que baltaban los nidos, no maltrataban al grillo, tal era el aprecio que le teníamos. Peor consideración merecían las cigarras que con tanto parecido se hacían sentir cuando el centeno estaba en sazón para ser segado. Peor calaña tenía una especie de mosca, llamada simplemente, mosca. Esta endiablada mosca, cuyo período de actividad era de aproximadamente un mes, a caballo de junio y julio. En ese lapso de tiempo, atacaba al ganado vacuno y era de ver como la vaca atacada, enhiesto el rabo, emprendía desenfrenada carrera, diríase que era como alma que lleva el diablo; de estas carreras decíase que las vacas moscaban. Pero indirectamente los efectos trascendían a los gañanes que habían de trabajar con las vacas.
Coincidía la mosca con la segunda vuelta o "bina" que se daba a las tierras centenales y para evitar el ataque del bichejo solo había una solución; comenzar a arar con la yunta con las primeras luces del alba, para suspender la actividad antes que el sol empezara a calentar, momento en el que la mosca iniciaba la jornada. La mosca no madrugaba pero los gañanes, sí. Antes de uncir la yunta tenían que apacentarla. Resultado, la noche en blanco y a la espera de que la siesta remediara un tanto el sueño.
Otro "simpático" parásito, lo constituía el escarabajo de la patata. Pero este aborto de la Naturaleza merece párrafo aparte.
Tradicionalmente los eiros "chícanos" y no sólo ellos, producían dos tipos de patata: la blanca y la colorada, ambas de calidad inigualable. Mas ocurrió que en nuestra posguerra civil y cuando aún las hordas hitlerianas señoreaban Europa, alguien tuvo la feliz idea de importar patatas de siembra de Alemania. Regocijo entre los lugareños, aquella patata doblaba en producción a las autóctonas, aunque, de piel más rugosa, su sabor distaba mucho del de la humilde patata omañesa. Supongo que cerdos y vacas no tendrían paladar tan fino, pero, hete aquí, que en las ramas de la planta comienzan a crecer unos bichejos rojos y diminutos que devoraban las hojas en pocos días. Habíamos importado el escarabajo y una nueva tarea se añadía a las ya pesadas que soportaban los habitantes de estas tierras, el sulfatado de los patatales. Eso sí, los maestros tenían un nuevo ejemplo práctico de lo que era la metamorfosis porque el bicho rojo cambiaba, ya adulto, a un insecto mayor, rayado y de aspecto desagradable.
Y con un nuevo inciso, hasta entonces la metamorfosis más conocida era la de la rana, que pasaba de renacuajo, de cuerpo más o menos redondo y larga cola, al animal adulto, sin cola, pero con patas. El proceso servía de distracción a los zagales viendo como los renacuajos, que abundaban en las charcas, sin perder su larga cola, mostraban ya unas patas incipientes, a manera de pequeños monstruos.
Y descendiendo en el tamaño de estos animalejos, no faltaba la presencia de piojos. Eran difíciles de combatir, aunque, paradojas de la vida, la aparición del escarabajo de la patata propició una terapia eficaz contra el piojo. El sulfato que exterminaba a aquellos, servía también para desterrar piojos y liendres. Pero, como una miseria más de las que siguen a las guerras, apareció un tipo de piojo que transmitía una enfermedad muy grave, conocida popularmente como "piojo amarillo" y cuyo nombre científico era el de tifus exantemático.
Las gentes agobiadas por tantas privaciones eran capaces de "poner al mal tiempo, buena cara "y así surgió una cancioncilla que comenzaba así: "Con la permanente y el caracolillo y debajo llevas el piojo amarillo" Olvidando al dichoso piojo, como no recordar a las saltarinas pulgas. Estas no gustaban de una permanencia larga en contacto con la anatomía humana pero, ¡como picaban las condenadas! Cuando se limpiaban las cortes (establos de cabras y ovejas), para el abono de las tierras en la sementera, era tan abundante la colonia pulguesca, que hasta se las veía saltar por las roderas transitadas por los carros que subían el abono. Pero en este estrafalario recuento de los seres vivos que tenían su hábitat por nuestras tierras, habíalos que el ojo humano era incapaz de advertir y que, sin embargo, eran capaces de acabar con la vida del más fornido omañés. De estas microscópicas formas de vida, destacaba el bacilo de Koch, que originaba la temida tuberculosis.
Esta funesta enfermedad que hallaba su caldo de cultivo en una alimentación deficiente, en la falta de higiene que ayudaba a su fácil contagio y a la ausencia de fármacos eficaces, llevó el luto a no pocas familias, hasta que un hijo de la odiada y rubia Albión, el doctor Fleming, con su descubrimiento de la penicilina, abrió la era de, los antibióticos, entre los cuales, creo recordar, fue la estreptomicina la que logró frenar primero y erradicar después, la temible tisis. Ironías de la vida o de la Historia, el país malvado que con Drake o Nelson, había humillado el orgullo hispano, habría de ser patria de aquel gran benefactor de la Humanidad, hispanos incluidos, de tal suerte que cuentan los cronistas que hasta los toreros le han erigido una estatua, dicen que junto a la plaza de toros de Madrid.

REFLEXIONES DESENFADADAS DE UN VIEJO CHICANO (8)

En este afán de dibujar atributos que dan personalidad al valle del Ozeo, he de reconocer que muy poco nos diferencia de nuestros opulentos "simétricos" del valle Gordo y muy poco de los del valle principal, si bien en Murias de Paredes nos aventajan en lo referente al reino animal. Al abrigo del manto capitalino, dos especies le son propias: la cigüeña y el caracol. Aquella no desdeña el valle "chicano" para cazar culebras o ratones en sus prados, pero volviendo siempre a su nido muriense. En cuanto al caracol, que misterioso impedimento le ha vedado llegar, pese a su lento desplazamiento, a lo largo de milenios a nuestro valle es enigma que escapa a mis entendederas. Ellos se lo pierden.
Repasada orografía, flora y fauna, hora es de ocuparse del "homo chicanus", de sus costumbres, de sus ancestrales herencias o de las pocas obras del hombre que han sobrevivido al paso de algún siglo.
Precisamente estas obras me llevan a una característica de las gentes del valle del Ozeo; su religiosidad, no exenta de alguna reminiscencia pagana. Cuando los de mi generación pudimos tener conciencia del medio en que nos había tocado vivir, pocos eran los escépticos pero éstos, unos por "no dar la nota" y otros, digamos que por "imperativo legal", acudían a los oficios religiosos, atendidos por el párroco de Senra, Don Remigio Carreño, sacerdote este, muy criticado por las comadres, que le acusaban de tener lo que en la Edad Media se conocía como
"barragana". Cierto o no, yo retengo buen recuerdo de él, pese a que en alguna ocasión llegamos a enfrentarnos. Haciendo una nueva digresión, D. Remigio merece unas líneas. Hombre culto, aunque no presumiera de ello, en los azarosos días de la guerra civil y en los inmediatos que le siguieron, prestó ayuda a proscritos políticos que ni siquiera eran feligreses suyos. Gran aficionado a la caza, deambulaba por los montes de la comarca, donde sabía se escondían los "huidos" republicanos, que lejos de atentar contra él, le "arreaban" las perdices. Lastimosamente, algún sacerdote de no muy lejanos pueblos, no habrían podid emularle; su mala conciencia lo impedía. En aquellos tiempos, todo el municipio de Murias, eclesiásticamente pertenecía al obispado de Oviedo y D. Remigio ostentaba el rango de arcipreste. Dotado de excelente oratoria, no prodigaba sus sermones más allá de lo mínimo que la liturgia católica exigía, pero había una excepción cierta: en la festividad de Nuestra Señora de la Encarnación, patrona de Rodicol y Sabugo, el día 25 de Marzo, en cuyo día celebraba la misa en la ermita de la Seita.
Gentes había que acudían solo a escuchar la oratoria de D. Remigio. Su parlamento era mitad sermón, mitad político, pero todo él, exhibición de galanura oratoria. A tal altura rayaba su buen decir, que se atrevió a intervenir, con éxito, en mítines políticos.
Tal fue el caso de un mitin celebrado en el omañés pueblo de Salce. No recuerdo exactamente, pero creo fue con ocasión de las elecciones legislativas de 1.934, durante la 2a República, que testigos presenciales me contaron la actuación de D. Remigio. La figura estelar del mitin pro-republicano, era Gordón Ordax, político leonés que gozaba de fama de buen orador parlamentario.
Cuando este hubo terminado su intervención mitinesca, puso el micrófono a disposición de quien deseara darle la réplica. Quién iba a atreverse, nadie de no haber asisitido el cura de Senra. Subió al estrado para rebatir a Gordón Ordax y lo hizo con tanto éxito que el político por encima de la discrepancia política, felicitó efusivamente a aquel cura osado que ejercía su sacerdocio en uno de los más perdidos rincones de la geografía leonesa. Nunca entendí como aquel hombre no había escalado cimas más altas en la jerarquía de la Iglesia.
Y hablando ahora de los templos en los que ejercía su apostolado, los tres pueblos de la cuenca del Ozeo, contaban con una iglesia, excepto Rodicol que contaba además con su ermita de la Seita, en terrenos próximos ya a los de Sabugo, por cuya razón las gentes de este pueblo no muy asiduo a los oficios disputaban la propiedad de la ermita, que más les pertenecía por el hecho de que ambos pueblos tradicionalmente habían constituido una única parroquia, que duró hasta la década de los 30, en que falleciera el último párroco, creo llamado D. Eduardo, que tenía su casa rectoral en Rodicol y de quien recibí yo las aguas bautismales.
Las iglesias y la ermita no descuellan por las esplendideces de los órdenes arquitectónicos del románico, gótico, plateresco o barroco, pero son bellas en su sencillez. Destacan la belleza sobria de sus espadañas, sus campanas o sus atrios. Ignoro su antigüedad, acaso la más antigua sea la ermita de la Seita, que la voluntariosa actuación de dos jóvenes sacerdotes logró fuera restaurada hacia 1980, pero habiendo cometido el error de cubrir con el enfoscado de sus paredes la venerable belleza de sus muros de piedra.
A propósito de esta ermita, circula más de una leyenda engendrada en otros pagos porque la conocida por los "chicanos", decía que había sido erigida por haberse aparecido la Virgen a un pastor junto a un espino que seguía creciendo junto a uno de los muros de su pequeño atrio, espino que no habían logrado erradicar sacrilegas manos. Otra leyenda piadosa nos contaban nuestros abuelos. Decían que en tiempos remotos, dos guardias conducían a un preso con sus muñecas sujetas por enormes esposas y que al llegar a la altura de la ermita había rogado a sus guardianes que le permitieran rezar una salve a la Virgen; aceptado su ruego, rezó devotamente el preso y milagrosamente las esposas cayeron al suelo ante lo cual los guardianes habían huido despavoridos. El devoto preso ya en libertad, ofreció las toscas y férreas esposas a la Virgen de la Seita. Nuestros abuelos daban por cierta la leyenda con el argumento de que dichas esposas se conservaban, y se conservan hoy, en el altar de la ermita. Las esposas son lo único que queda hoy de la abundante colección de exvotos que pendían de las paredes del pequeño templo. Los animosos curas restauradores, a mi juicio, se equivocaron quitando los exvotos, pues, desde la perspectiva de un profano, constituían el más logrado símbolo de la fe en el Más Allá.
Y dejo para el final la joya de la ermita, una talla de apariencia románica, de la virgen sedente y que en una mano sostiene una bola y con la otra sujeta al Niño Jesús sentado en su regazo. De esta imagen sentada, algunos deducen que proviene la palabra Seita con la que se conoce la Virgen. Desde el comienzo de la década de los 80 del pasado siglo, se celebra en este pequeño santuario una romería que atrae fieles de muchos pueblos de la comarca junto con los veraneantes que buscan un remanso de paz y frescor en las frescas tierras omañesas.

REFLEXIONES DESENFADADAS DE UN VIEJO CHICANO (9)

En este recorrido por los templos de nuestro valle, no se puede omitir el despojo llevado a cabo por un desaprensivo cura de nombre Celedonio, cuando yo ya había formado parte de la diáspora omañesa. So pretexto de que las arcas obispales estaban vacías, abusó de la ingenuidad o la pasividad de las gentes para desvalijar, al menos, las iglesias de Rodicol y Sabugo. De Rodicol sustrajo una tan artística como grande lámpara que pendía del techo en el centro de la iglesia. No se conformó y su rapiña alcanzó a numerosas imágenes mutiladas que se guardaban en la sacristía y que a buen seguro ávidos anticuarios habrán hecho buen negocio con ellas. Parece que su sucesor, cuyo nombre no recuerdo, le secundó eficazmente y el despojo llegó hasta la campana de la iglesia de Sabugo.
Una ironía más de la vida. Siendo considerado Sabugo el pueblo menos devoto del valle, fue, sin embargo donde uno de sus habitantes, estaca en ristre, quien frustró la última tropelía que pretendía hacer el cura en la iglesia de su pueblo. Lo extraño de todo esto es que no llegaran a oídos de las altas jerarquías de la Iglesia semejantes desmanes. Al citar la campana de Sabugo, acude a mi memoria la importancia del tañer de las campanas del valle. Había una forma para llamar a los fieles a los oficios religiosos, otra para convocar a los vecinos a concejo, otra para convocarlos a "caminos" y por último la menos deseada, el toque a fuego. Había especialistas manejando las campanas y quizá en este arte nadie sobrepasara al polifacético sacristán de Rodicol, Amador Calbón, cuyo repique a misa era digno de ser escuchado.
La asistencia a los oficios religiosos era ocasión para que los "chícanos" dejaran por un momento pantalones de pana o de dril y las mujeres sayas de recio paño, por pantalones de "corte" ellos y faldas de telas más livianas y modernas ellas, que también acudían con los pañuelos reservados para las fiestas. Al decir pañuelos me estoy refiriendo a los que cubrían la cabeza, al modo que hoy los "urbanitas" encuentran incomprensible en las martirizadas mujeres musulmanas.
Atávicamente, las gentes lucían sus mejores galas para acudir al templo, de tal suerte que hasta se limpiaba la muñica de las madreñas para ir a misa. Quien tenía madreñas "de fábrica", debajo del estiércol aparecían los colorines con los que el artesano las decoraba con el laudable propósito de cobrar unos reales más, pero los más calzábamos las indestructibles galochas, que un madreñero a domicilio conocido por Tuiza (nombre del pueblo asturiano donde había nacido) o las no menos resistentes que producía un madreñero cojo de Omañón a quien, con poca indulgencia, llamábamos el "Cagalera" (perdóneseme el palabro).
Visto desde la distancia, el uso de tan macizas madreñas contribuía eficazmente a fortalecer nuestras extremidades inferiores para trotar por las cuestas o huir ante algún peligro, que los había.
Como quiera que D. Remigio no podía atender debidamente a todos los pueblos bajo su magisterio, solo teníamos misa en domingos alternos. Este hueco espiritual trataba de llenarlo algún piadoso vecino del pueblo con el rezo del Rosario en la iglesia. A guisa de ejemplo, en Rodicol ejercía tan piadosa misión, mi abuelo, el tío Isidrín, de lento rezo y larga lista de advocaciones.
Mi abuelo, hombre piadoso que quizá solo cometió un pecado en su vida; expulsar de su casa a su nieto de 10 años, reciente aun, la orfandad de su padre, rezaba el rosario todos los días de Semana Santa, sometiéndonos a penitencia que jamás D. Remigio nos aplicara en descargo de nuestros pecados al cumplir con el sacramento de la penitencia. El tío Isidrín, también conocido como el. Vicario; en esta semana, arrodillados durante todo el acto, nos hacía girar, sin despegar nuestras doloridas rodillas del suelo, de cara a cada una de las capillas y el altar mayor, para escenificar cada una de las estaciones del Vía Crucis y tanto era el éxito de su acendrada fé, que los zagales en lo único que pensábamos era en que finalizara la liturgia, plena además del misterio insondable de las imágenes cubiertas con negros crespones. Ni el catecismo del padre Astete nos aclaraba el porqué se impedía que las imágenes sagradas contemplaran la penitencia de los fieles.
La vocación religiosa de las gentes hacia que, salvo los días en que actuaba el Isidro de turno, durante toda la cuaresma el rosario se rezara en los hogares, antes de la cena y en detrimento del tiempo del "calecho", pero esta manifestación de religiosidad, no impedía un rito ancestral, que acaso procediera del Neolítico, tiempo en que, según doctas opiniones, la colectividad se desprendía de aquellos de sus miembros que ya no eran útiles.
Este rito pagano incrustado en la Cuaresma, se conocía como "la
quema de la vieja" y consistía en prender una hoguera en un lugar visible desde todo el pueblo y al resplandor de las llamas, vociferar "ya se quema la tía X". Aparte su carácter pagano, el rito se teñía de clara expresión del machismo imperante porque jamás quemábamos al viejo. Esta práctica desataba la cólera momentánea de la más anciana de turno. Recuerdo una de mis primeras participaciones en el bárbaro rito, en el que tocó el turno a la tía Eduviges de mi pueblo, que en su enfado nos anatematizó con el fuego eterno en las calderas de Pedro Botero, popular referencia al infierno. Esta quema ocurría el día que mediaba la Cuaresma.
Reiterativo con el tema religioso, quédame aun algún aspecto digno de mención. Uno, como existía algún devoto que aviesamente interpretaba la doctrina de la Iglesia en su provecho, convencido de que podía "hacer la puñeta" al prójimo con total impunidad, bastándole que en confesión el sacerdote le absolvería de sus pecados. Otro, la existencia en Villabandín de, al menos un prado que piadoso moribundo había legado a las ánimas. Ignoro en que forma el Registro de la Propiedad recogía un bien que no pertenecía a una persona jurídica. Y por último, que el fervor, religioso, con su inmensa influencia en las almas "chicanas", fuera incapaz de erradicar el espíritu belicoso de las gentes.
A menudo, disputas banales terminaban dirimiéndose a puñetazo limpio, cuando no a estacazos y si de féminas se trataba, sin desdeñar la estaca, lo más común era arrancarse el moño. Si hemos de atender a lo que nos enseña la Historia, no cabe duda de que nuestro espíritu guerrero nos lo contagiaron nuestros vecinos astures que en los oscuros tiempos del comienzo de la Edad Media, se descolgaban de las montañas para matar a los moros infieles del llano, arrebatándoles sus bienes muebles con los que retornaban a sus guaridas de las montañas. Nuestros ancestros habrían aprendido a guerrear y a hacer compatibles su fe y su misión de limpiar de infieles las usurpadas tierras de la cristiandad.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
REFLEXIONES DESENFADADAS DE UN VIEJO CHICANO (10)

Otra incrustación pagana en la catolicidad del valle, era la existencia, extraña si se quiere, del exorcismo que practicaba, a vía de ejemplo, la vieja tía Regina de Rodicol. Aquella venerable anciana, cuando los nubarrones veraniegos presagiaban la temida tormenta de pedrisco, encorvada y apoyándose en su cayado, salía de su casa y, mirando a las nubes, exclamaba: ¡Hala los riñoveiros, marchar para los altos "Peryneos"!. Por supuesto que nunca ... (ver texto completo)