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CORNOMBRE: Alguno de esos libros fueron rescatados, cuando la...

Hace ya un par de meses que le comenté a Pío mi deseo de seguir poniendo alguno de sus relatos en el foro, el invierno pasado ya disfrutamos de dos de ellos.
"El centeno en Omaña" y "El loco de Rodicol"
También le pedi que escribiera algo para todos los que pasan por este foro y se paran a leer sus historias.

Escrito que nos ha enviado PÍO.

Siento cierto rubor por la aparición en internet de algún deshilachado relato que como fruto de la nostalgia y sin otra pretensión, he escrito en los últimos años. La culpa la tiene mi querida María Valcarce, con la que comparto profundos lazos familiares que hunden sus raíces en los pueblos omañeses de Garueña y Rodicol. La pretensión de María de colgar algunas de mis narraciones en internet, es muy loable porque lo hace con la pretensión de que no caiga en el olvido algún retazo de la vida de un Omaña que se nos ha ido. Su entusiasmo me ha contagiado y por ello dispone de mi apoyo para que cuelgue mis narraciones en el espacio “internetiano” que juzgue apropiado. Yo hago el ruego a quien leyere mis “historias” que no culpe a María de mis carencias lingüísticas o de erratas que puede cometer un octogenario que solo puede escribir con la ayuda de una telelupa.
María ya ha llevado a internet mi semblanza de El loco de Rodicol y el recuerdo de lo que era el ciclo del centeno cuando muchos omañeses aún no habíamos tomado el camino de la emigración y ambos relatos ya han motivado eso que, creo, se llama correo electrónico y a alguno de ellos deseo referirme; para Raquel, hija de Elpidio de Sosas del Cumbral, confirmarle que en mi juventud trate y aprecie a su padre, la tía Almudena lo habría confirmado. Debo, además a Raquel que ella haya sido el vehículo por el que he conocido a un religioso agustino, D. Eliseo Bardón que me honra con su amistad. Se refiere Aude de Manzaneda a su tío el Magdaleno, para mí El Solo o simplemente José, gran amigo de mi familia y en cuyo bar de la Avenida de Roma en León, tantas fuentes de filetes “devoré” y por ultimo ese Tirso que circula por internet ¿No será hijo de Dorina de Cornombre? Conocí a sus padres cuando sentía el calor de las magníficas gentes de Cornombre.
Como remate, diría que es acertado el refrán: Nace el cuervo en la peña y vuelve (al menos en espíritu) a ella. Yo deje mi peña hace 56 años y rememorarla me reconforta.
Gracias María.

Pío Alvarez Martinez. Noviembre de 2010.

Pio, a mi me gustaria que nos hablaras de tu tio, el maestro de Cornombre,
En su epoca fue el impulsor de las obras publicas de Cornombre, gracias al respeto que le tenian, le seguian, despues de el se hizo la nada.

Tirso, en vista de el interés por saber algo de la vida de el maestro José Martínez Valcarce, se lo comentamos a Pio y aquí tenemos ya lo que el nos escribió:

RESEÑA DE UN MAESTRO NACIONAL QUE AMÓ A CORNOMBRE

Siento profunda emoción al enterarme de que alguna persona muy vinculada a Cornombre, sienta curiosidad por lo que mi tío José Martínez Valcarce significó para ese pueblo omañés en el que durante decenios ejerció su profesión.
Procuraré que el amor que profesé a aquel hombre, no haga perder objetividad a esta reseña, pero pido excusas si hago referencia a datos que se escapan del marco de su actividad en Cornombre. Lo hago por conocer mejor al hombre y sus circunstancias.
Comenzaré diciendo que José Martínez Valcarce nació en Rodicol en el año 1902, siendo el séptimo de los nueve hijos que trajeron al mundo, su padre, Esteban Martínez Rozas nacido en Rodicol, y Dolores Valcarce Valcarce, oriunda de Garueña. Tan numerosa prole era excesiva para las precarias economías omañesas y pronto los seis hermano mayores emigraron, como tantos otros, a la República Argentina.
Junto con José, quedaron sus dos hermanas menores, Josefa (mi madre) y Asunción, que junto con sus progenitores harían posible que mi tío cursara los estudios de Magisterio en León. Sus estudios no le iban a librar de los rudos trabajos en Rodicol, durante las vacaciones veraniegas y con tanto empeño debió acometerlas que cuando yo lo conocí, nadie en el pueblo abría los surcos tan rectos como él, ni nadie segaba la hierba de los prados como él, parecía que los rapaba con una navaja barbera. Parecía que buscaba la perfección antes que la economía de tiempo. Era una prueba de su afán por las cosas bien hechas y esto lo “sufrió” quien esto escribe, siendo yo el mayor de tres hermanos, huérfanos de padre, tuve que aprender muy pronto las faenas agrícolas y así a mis trece años mi tío me enseño a arar (en el Rozo de las Comuñas) y un año después me adiestraría para “picar” el guadaño y segar los primeros marallos, pero pasados unos años mi ardor juvenil me harían acreedor de alguna bronca de mi tío.
Yo araba demasiado deprisa sin piedad para la pareja de vacas que tiraban del arado, preocupándome menos del paralelismo de los surcos, o cargaba demasiado los carros de hierba. Sin prisas pero sin pausas parecían ser la consigna de mi tío, el maestro. Su convivencia con nosotros perduró por que moriría soltero.
Sin perjuicio de que mas adelante surjan detalles que terminen de dibujar su personalidad, adelantaré que era un hombre no mal parecido, de aspecto serio, rallando en lo adusto, propio del alma omañesa, pero bajo esa apariencia se ocultaba un buen conversador, dotado, además, de una ironía, mordiente cuando se le provocaba, que sorprendía por la facilidad de utilizarla en sus “salidas” regocijantes.

Escrito por Pio Luis Álvarez.

Como es bastante extenso lo pondré en varios días.

Siguiente parte de la RESEÑA DEL MAESTRO.

En el campo profesional, mi tío al ultimar sus estudios, ejerció como maestro inetrino en los pueblos bercianos de Calafresnes y Vega de Espinareda, y en Rioscuro perteneciente a la Comarca de Laciana. Ganadas las oposiciones a “maestro en propiedad” es destinado a Cornombre, dónde ejercería su docencia hasta su fallecimiento el 1 de Noviembre de 1960, salvo un lapso de tiempo cuando las autoridades franquistas lo destituyeron por su ideología republicana. Ocurría esto a comienzos de la Guerra Civil cuando los rebeldes se adueñaron de la provincia Leonesa. Fue un momento duro para él, el maestro de Cornombre, que tuvo la suerte de ser amparado por su pariente Alfredo Mallo de Garueña, a la sazón médico y alcalde de Murias de Paredes, cargo que conllevaba el de Jefe Local del Movimiento. Por el apoyo de Alfredo pudo reingresar en el Magisterio pero destinado a otro pueblo berciano, Manjarín. Es curioso que ésta localidad fuese una aldea perdida, apta para deportados y que en la actualidad haya cobrado importancia por estar situada en el Camino de Santiago. Mi tío fue un represaliado más de aquel plantel de maestros que alcanzaron su máximo esplendor durante la Segunda República pero que ya habían combatido eficazmente en el analfabetismo que campaba en España. Entre aquellos maestros, descollaron los leoneses que lograron, con un esfuerzo mal pagado y pese a orografía y escasas vías de comunicación, que León encabezara las provincias con menos tasa de analfabetos. Había dejado a mi tío en Manjarín, dónde estaría poco tiempo para elevar su moral y autoestima, cuando, y unánimemente, los vecinos de Cornombre, apoyados por los avales de Don Marcelino Porras, párroco de Riello, y Don Remigio Carreño, cura de Senra, lograron de las nuevas autoridades el retorno del maestro a su ya amada escuela. Vuelve a su escuela pero encorsetado por la singular idea de enseñanza que impone el nuevo Régimen. La Religión se convierte en asignatura preeminente y para ello, el maestro estría obligado a permitir que periódicamente el párroco, que atiende a Cornombre, pueda entrar a la escuela para comprobar si los niños recitan como loritos el catecismo del padre Astete. Singular forma de enmarañar auténticos valores del cristianismo bien entendido. El maestro, si desea conservar su plaza ha de asistir a los oficios religiosos dominicales, para dar ejemplo pero a cambio sus alumnos conocerán nuevos libros exaltando los valores de una nueva España que “supo seguir sobre el azul del mar el caminar del sol”. A la escuela de Cornombre había llevado la admirable institución conocida como Patronato de Misiones Pedagógicas, una pequeña biblioteca, la censura franquista la clausuró porque contenía libros tan perniciosos como las biografías de Julio Cesar o Napoleón, amen de las novelas como la Cabaña del tío Tom, en ediciones infantiles. Lo sorprendente fue que la dicha biblioteca, colocada en una vitrina, no fue pasto del “purificador fuego” que diría El Loco de Rodicol, fue clausurada dejándole la llave al maestro que no podría hacer uso de ella so pena de grave sanción. Esta biblioteca merece una líneas. Durante mis visitas a Cornombre, clandestinamente, mi tío me dejaba acceder a los libros de la clausurada biblioteca y a su fallecimiento, entre sus disposiciones testamentarias me dejó la llave de la vitrina para que le diese el destino que procediera. Yo residía ya en Madrid y entendía bien lo que mi tío entendía por “destino”, fui a la escuela y me apropié de varios libros, alguno de los cuales aún conservo, y dejé abierta la vitrina. Ignoro el uso que de sus libros se habrá hecho. A cuenta de la repetida biblioteca, tuvo el maestro un violento incidente con el sacerdote que desde Salce atendía a la parroquia de Cornombre, un corpulento gallego que cuando sermoneaba parecíase a los místicos retratos que de religiosos pintó Zurbarán, pero que bajo su sotana escondía el alma de un fanático despiadado. Ocurrió que, haciendo uso de su prerrogativa, entró en la escuela de Cornombre y sin preocuparse de ka formación religiosa de los colegiales, se fue derecho a la vitrina prohibida, exigiendo al maestro que le proporcionara la llave. Se negó mi tío alegando que le estaba negado dar acceso a la pequeña biblioteca y entonces aquel impresentable clérigo amenazó a mi tío con pegarle un tiro. No era el maestro hombre que se amedrara fácilmente y respondió al cura que se apresurase a sacar su pistola antes que él. Esta reacción inesperada debió infundir temor al cura que abandonó rápidamente la escuela. Si la memoria no me falla, sucedería esto en el año 1953 y quiso la casualidad que poco después, mi hermano Esteban y yo pusiéramos las peras al cuarto al “bondadoso” párroco. Sucedió en Sosas del Cumbral en la cantina de aquella excelente Almudena, de grato recuerdo. Cenábamos mi hermano y yo cuando apareció el cura que con su voz meliflua nos pidió permiso para sentarse a nuestra mesa. Sentose y tras bendecir la mesa empezó a obsequiarnos con sus sermones a los que, provocativamente, nosotros contestábamos precozmente, asombrado el cura intentó evitarnos las penas del infierno hasta que Esteban, acercándole el cuchillo al rostro, le preguntó si nos conocía. Respondió que no tenia el gusto y entonces fui yo quien hice las prestaciones: somos sobrinos de Don José Martínez maestro de Cornombre y le añadimos que si volvía a molestar a nuestro tío lo íbamos a buscar hasta debajo de las piedras. No volvió a pisar la escuela de Cornombre, pero debo ilustrar más la calaña de aquel sacerdote que emborronaba el nombre de la Iglesia Católica. En aquellos tiempos estaba prohibido por las autoridades civiles y religiosas trabajar en domingos y festivos. Generalmente Guardia Civil y curas, por ejemplo el de Senra, Don Remigio Carreño, hacían la “vista gorda”, aunque procurábamos no realizar trabajos con las yuntas (parejas) de vacas. En este clima, un domingo esperaba en Riello el coche de línea, un vecino de un pueblo próximo que había acudido con un carro a esperar a una señora semiparalítica que llegaba en el coche. El vecino acudía con el carro porque entonces los impracticables caminos omañeses no servían para el transito de otros vehículos. Pero he aquí que al tratar de subir al carro a la impedida aparece el santurrón cura de Salce que, delante de la pareja trata de soltar el carro. No hubiera conseguido su propósito porque el hombre del carro, justamente indignado, iba a medir con su ijada las espaldas de aquel nefando pastor de almas de no haber aparecido la pareja de la Guardia Civil, que afeando al proceder del cura, permitió que el carro partiera hacia su destino y se negó a tramitar la denuncia que, erre que erre y despiadadamente quería interponer aquel hombre representante de lo mas tétrico a aquella España de entonces.

Escrito por Pio Alvarez.

Alguno de esos libros fueron rescatados, cuando la desidia y el abandono, sumio en la ruina a la antigua escuela.