Vamos a poner otra mas de las vivencias de Pío.
Él la ha titulado "El juicio del chorizo"
Él la ha titulado "El juicio del chorizo"
Antes de narrar un suceso que allá por el año 1.948 conmocionó a la aldea leonesa de Rodicol y que sirvió de diversión y chacota a las aldeas próximas, quizás convenga reflexionar un poco sobre la frase que da título a esta historieta.
Para los no versados en sutilezas gramaticales, es posible que el título resulte equívoco puesto que tanto puede entenderse que el chorizo tenía juicio, es decir, que era juicioso, como que el chorizo iba a ser sometido a un juicio presidido por un juez. De inmediato, el común de los mortales opinará que es un disparate lo que antecede. Pues no, y digamos por qué. Desde que la Iglesia elevara a los altares al Buen Ladrón que murió crucificado en el Gólgota al lado de Jesús de Nazaret, o desde que a los bandidos de Sierra Morena se les
considerara unos angelitos porque robaban a los ricos para dárselo a los pobres, o desde que un ilustre literato escribiera aquello de que "En los tiempos de las antiguas naciones - colgaban de las cruces a los ladrones - en los tiempos de las modernas naciones - penden las cruces - de los pechos de los ladrones", la palabra de ladrón referida a los amigos de lo ajeno, ha quedado un tanto difuminada.
Y ante esta realidad, el pueblo que, a despecho de los sesudos académicos de la Lengua, es quién crea el lenguaje, busca y halla una palabra rotunda para distinguir bien a esos amigos de lo ajeno y la palabra es CHORIZO. He aquí por qué el atribuir personalidad a un embutido no tiene porque ser un disparate. Pero demostrada la posibilidad del equívoco y abandonando disquisiciones lingüísticas, hora es de entrar en materia, no sin antes exponer los antecedentes del caso.
Hasta las comedias de opereta que menudeaban en zonas rurales olvidadas de la civilización, los antecedentes son como un árbol frondoso que hunde sus raíces en tiempos más o menos alejados y cuyas ramas han sido azotadas por los más diversos avatares. Y así esta historia tiene una causa lejana constituida por una decisión de las autoridades eclesiásticas del Obispado de Oviedo, cuando finalizaba el primer tercio del siglo XX. Nos explicaremos. Rodicol era una parroquia que contaba con una bella iglesia, una venerada ermita bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación, y a mayor gloria, cubría su manto al vecino Sabugo, aldea que corroída por la envidia, llevaba mal que en lo eclesial fuesen subditos de Rodicol.
Regia la parroquia un venerado y venerable sacerdote, de nombre Don Eduardo, pero a fines de ese periodo quiso el Cielo llamarlo a su seno y entonces Rodicol quedó huérfano de su guía espiritual y junto al vacío en las almas de la grey de Don Eduardo, también quedó vacía la casa rectoral, porque la Santa Iglesia no designó un sustituto y Rodicol y Sabugo pasaron a ser meros apéndices de la parroquia de Senra, que era pastoreada por Don Remigio Carreña La Iglesia, pionera en tantas cosas, también se adelantó a su tiempo, poniendo en práctica lo que hoy, tantos años después, conocemos como "reajuste de plantillas". Pero este reajuste, sin duda, fue lesivo para las morigeradas costumbres que Don Eduardo había imbuido en sus fieles, porque Don Remigio hubo de atender a un crecido número de parroquianos a las que no podía ayudarles a discurrir por los caminos del bien. Acaso aquí estuviera el germen de la intolerancia que iba a presidir el infausto acontecimiento que será el tema de esta deshilvanada narración.
Para los no versados en sutilezas gramaticales, es posible que el título resulte equívoco puesto que tanto puede entenderse que el chorizo tenía juicio, es decir, que era juicioso, como que el chorizo iba a ser sometido a un juicio presidido por un juez. De inmediato, el común de los mortales opinará que es un disparate lo que antecede. Pues no, y digamos por qué. Desde que la Iglesia elevara a los altares al Buen Ladrón que murió crucificado en el Gólgota al lado de Jesús de Nazaret, o desde que a los bandidos de Sierra Morena se les
considerara unos angelitos porque robaban a los ricos para dárselo a los pobres, o desde que un ilustre literato escribiera aquello de que "En los tiempos de las antiguas naciones - colgaban de las cruces a los ladrones - en los tiempos de las modernas naciones - penden las cruces - de los pechos de los ladrones", la palabra de ladrón referida a los amigos de lo ajeno, ha quedado un tanto difuminada.
Y ante esta realidad, el pueblo que, a despecho de los sesudos académicos de la Lengua, es quién crea el lenguaje, busca y halla una palabra rotunda para distinguir bien a esos amigos de lo ajeno y la palabra es CHORIZO. He aquí por qué el atribuir personalidad a un embutido no tiene porque ser un disparate. Pero demostrada la posibilidad del equívoco y abandonando disquisiciones lingüísticas, hora es de entrar en materia, no sin antes exponer los antecedentes del caso.
Hasta las comedias de opereta que menudeaban en zonas rurales olvidadas de la civilización, los antecedentes son como un árbol frondoso que hunde sus raíces en tiempos más o menos alejados y cuyas ramas han sido azotadas por los más diversos avatares. Y así esta historia tiene una causa lejana constituida por una decisión de las autoridades eclesiásticas del Obispado de Oviedo, cuando finalizaba el primer tercio del siglo XX. Nos explicaremos. Rodicol era una parroquia que contaba con una bella iglesia, una venerada ermita bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación, y a mayor gloria, cubría su manto al vecino Sabugo, aldea que corroída por la envidia, llevaba mal que en lo eclesial fuesen subditos de Rodicol.
Regia la parroquia un venerado y venerable sacerdote, de nombre Don Eduardo, pero a fines de ese periodo quiso el Cielo llamarlo a su seno y entonces Rodicol quedó huérfano de su guía espiritual y junto al vacío en las almas de la grey de Don Eduardo, también quedó vacía la casa rectoral, porque la Santa Iglesia no designó un sustituto y Rodicol y Sabugo pasaron a ser meros apéndices de la parroquia de Senra, que era pastoreada por Don Remigio Carreña La Iglesia, pionera en tantas cosas, también se adelantó a su tiempo, poniendo en práctica lo que hoy, tantos años después, conocemos como "reajuste de plantillas". Pero este reajuste, sin duda, fue lesivo para las morigeradas costumbres que Don Eduardo había imbuido en sus fieles, porque Don Remigio hubo de atender a un crecido número de parroquianos a las que no podía ayudarles a discurrir por los caminos del bien. Acaso aquí estuviera el germen de la intolerancia que iba a presidir el infausto acontecimiento que será el tema de esta deshilvanada narración.