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CURUEÑA: Esta case se puede visitar?

La casona de la familia que ayudó a liberar a Omaña del yugo feudal

La casa solariega del mayorazgo de los Flórez de Quiñones, en Curueña, allí donde se viven las esencias omañesas

E. Alonso Pérez / León
La Omaña no es para un día, ni siquiera para una semana. La noble tierra omañesa, una más de las bellas desconocidas comarcas de nuestra provincia, es, sin embargo, depositaria de los más remotos antecedentes que cuajaron en el ser y sentir montañés. Su Historia corre paralela a las grandezas medievales del antiguo reino de León, que es como decir España.
Hoy, nuestra andadura, compartiendo en la mochila unos “bocatas” con el cuaderno de notas, nos ha llevado al bello y recóndito pueblo de Curueña, casi en las estribaciones de Sierra Filera. Alguien nos había dicho que se trataba del solar que desde hacía siglos habían ocupado los Flórez de Quiñones. Y así lo comprobamos al ver la impresionante Casona solariega que “todavía” luce su espléndido aparejo de mampostería y la indiscutible nobleza de su conjunto.
Al hilo de la Historia, debemos decir que el lugar de Curueña nació del desdoble de un antiguo poblado conocido por “San Miguel”, cuyos habitantes se ubicaron en los actuales pueblos de La Urz y Curueña. Ambos apuntando hacia la citada Sierra Filera, que los separa de las tierras de Luna.
Pues bien, la Casona que justifica y protagoniza nuestro apunte periodístico, guarda una historia que se remonta al siglo XIV, construida, según los muchos estudiosos de la arquitectura rural leonesa, por los propios descendientes del extinguido poblado de San Miguel; pero sin documentación fidedigna hasta un siglo después.
Luce su fachada principal, con el empaque de los sillares que rematan vanos y portaladas, un hermoso escudo, cuyo primer cuartel se compone de cinco flores de lis, colocadas en sotuer, del apellido de los Flórez. El segundo, es un león pasante a la diestra. El tercero se compone de un ajedrezado que corresponde al apellido Quiñones. Y el cuarto, un roble de sinople, símbolo del apellido Robles. Todo un marco heráldico que denuncia los linajes de quienes ocuparon la noble casa que hoy se resiente víctima del poco celo que le han dedicado las sucesivas Corporaciones locales, que sin embargo, han recibido la cesión y tutela de manos de los herederos.
Pero esta casa no se queda en la fachada descrita. Su piso bajo, con aspilleras, fue más tarde elevado con otro piso, cuadras, corrales, huerta y el correspondiente prado usual en esta montaña en las familias que debían mantener un caballo apto para la guerra. El viejo edificio, mantiene en su construcción las viejas características leonesas que a su vez definen el núcleo familiar: unidad y continuidad.

La casa solariega del mayorazgo de los Flórez de Quiñones, en Curueña, allí donde se viven las esencias omañesas

E. Alonso Pérez / León
La Omaña no es para un día, ni siquiera para una semana. La noble tierra omañesa, una más de las bellas desconocidas comarcas de nuestra provincia, es, sin embargo, depositaria de los más remotos antecedentes que cuajaron en el ser y sentir montañés. Su Historia corre paralela a las grandezas medievales del antiguo reino de León, que es como decir España.
Hoy, nuestra andadura, compartiendo en la mochila unos “bocatas” con el cuaderno de notas, nos ha llevado al bello y recóndito pueblo de Curueña, casi en las estribaciones de Sierra Filera. Alguien nos había dicho que se trataba del solar que desde hacía siglos habían ocupado los Flórez de Quiñones. Y así lo comprobamos al ver la impresionante Casona solariega que “todavía” luce su espléndido aparejo de mampostería y la indiscutible nobleza de su conjunto.
Al hilo de la Historia, debemos decir que el lugar de Curueña nació del desdoble de un antiguo poblado conocido por “San Miguel”, cuyos habitantes se ubicaron en los actuales pueblos de La Urz y Curueña. Ambos apuntando hacia la citada Sierra Filera, que los separa de las tierras de Luna.
Pues bien, la Casona que justifica y protagoniza nuestro apunte periodístico, guarda una historia que se remonta al siglo XIV, construida, según los muchos estudiosos de la arquitectura rural leonesa, por los propios descendientes del extinguido poblado de San Miguel; pero sin documentación fidedigna hasta un siglo después.
Luce su fachada principal, con el empaque de los sillares que rematan vanos y portaladas, un hermoso escudo, cuyo primer cuartel se compone de cinco flores de lis, colocadas en sotuer, del apellido de los Flórez. El segundo, es un león pasante a la diestra. El tercero se compone de un ajedrezado que corresponde al apellido Quiñones. Y el cuarto, un roble de sinople, símbolo del apellido Robles. Todo un marco heráldico que denuncia los linajes de quienes ocuparon la noble casa que hoy se resiente víctima del poco celo que le han dedicado las sucesivas Corporaciones locales, que sin embargo, han recibido la cesión y tutela de manos de los herederos.
Pero esta casa no se queda en la fachada descrita. Su piso bajo, con aspilleras, fue más tarde elevado con otro piso, cuadras, corrales, huerta y el correspondiente prado usual en esta montaña en las familias que debían mantener un caballo apto para la guerra. El viejo edificio, mantiene en su construcción las viejas características leonesas que a su vez definen el núcleo familiar: unidad y continuidad.

La Casona por dentro
Aquí se mantiene, muy en precario, lo que fue la trayectoria de una familia de abolengo, que durante siglos prestigió la tierra de Omaña y contribuyó, de alguna manera, a su engrandecimiento y a liberarla del yugo feudal que oprimía vergonzosamente al antiguo Concejo de Villamor de Riello, hasta el año 1931.
Habíamos oído hablar de la biblioteca, como una colección excepcional, pues agrupaba una serie de volúmenes aportados desde el siglo XVIII por Fernández de la Prida –un humanista integrado en el movimiento cultural de finales de aquel siglo-. La colección de Clásicos, cedida por Gutiérrez Mallo, encabezada por la edición Princeps de Nebrija; la del Catedrático Maximino Flórez de Quiñones, tío de Vicente F. de Quiñones Tomé, que ejerció su cátedra en el Instituto San Isidro de Madrid, además de la aportación que el titular de la casa, durante el siglo XIX, don Francisco, sumó a la colección un gran lote de libros históricos y literarios y otro de documentos históricos insustituibles para el estudio del Derecho leonés, como un conjunto único de Ordenanzas y Reglamentos de Aldea. Todo ello enriquecido con los libros del Clérigo don Antonio, hermano del anterior. Atraídos por el jugo que podía sacarse de semejante tesoro bibliográfico, unido a la amistad personal que les unía a don Francisco Flórez de Quiñones, acudían, y se aposentaban temporadas en la Casona, los hermanos Menéndez Pidal, don Ramón y don Juan, donde el primero de ellos preparó sus trabajos sobre el dialecto leonés y aumentó su colección de romances antiguos, mientras que el segundo escribió su “Don Nuño de Rondaliegos” y el “Romance de Omaña”. Parece ser que hará ya cerca de veinte años, la familia Flórez de Quiñones tuvo unos acuerdos con la Corporación Municipal de entonces, para la cesión de la biblioteca que hemos descrito y de la casona de Curueña, al objeto de albergar en ella la valiosa colección bibliográfica y crear un Centro de Documentación y Estudio con el fin de conservar y proteger ambos legados para iniciar en Omaña un aliciente cultural de alcance, según se desprendía de dicho acuerdo. No pudo ser.
Las Corporaciones sucesivas no han querido, o no han podido, cumplir tan altruista acuerdo y la biblioteca está depositada por el ayuntamiento en el Archivo Histórico Provincial. Mientras que la noble Casona sufre cada día más intensos “los achaques de la edad” en espera de la redención institucional que le correspondería.

El último de la saga
Por lo menos, en lo que respecta al Mayorazgo y la habitabilidad de la Casa, en La Omaña se recuerda y respeta la memoria de don Vicente Flórez de Quiñones y Tomé, pues además del lustre que su familia dio a la comarca (él nació en Murias de Paredes y pasó su adolescencia y juventud en Curueña), escribía en la prensa leonesa en el año 1915, ejerció la abogacía, después aprobó las oposiciones a Notarías y desempeñó su cargo de notario dentro de la máxima categoría que le permitía su excepcional preparación.
Pues bien, este señor, en plena República, el 13 de diciembre de 1931, conseguía para sus gentes del antiguo Concejo de Villamor de Riello, la extinción del vergonzoso y humillante Foro Medieval conocido como “ Tributo del Pan del Cuarto”, por aquello de que los Condes de Luna y luego los compradores del Foro, exigían de cada cuatro gavillas de trigo, una para los “Señores”. Hasta que don Vicente, en un alarde jurídico y exhaustivamente razonado, obtuvo la exención con la ayuda de los Diputados a Cortes por León, Azcárate, Franco y de la Poza, que fueron refrendados por el mismísimo Presidente del Gobierno de la República, don Manuel Azaña.

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