Quietos, quietos estén los
cielos.
Quietos los suelos. Quietos.
Que nada rompa el silencio.
Despidiendo al
amigo, lleno está el
pueblo de jóvenes y viejos.
La
campana gorda, tañendo está a duelo.
Las ondas que el bronce lanza al viento, lanzas son que atraviesan los corazones.
Ojos míos, ¡soltad dos lagrimones!
Tu presencia seguirá, Eduardo, por todos los
rincones.
Con la vista nublada, alcé mi copa al
cielo, por ti, que viviste tan poco tiempo, y vi un
camino marcado con una jota, que llegaba
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