Salió la otra tarde a pasear
y encontró un haz de abrazos abandonados
entre el contenedor azul y el amarillo
abrazados con la cinta de un olvido
y una blanca nube sobre la acera,
un cielo azul preñado de besos
que el viento acompañaba sin prisas
hacia un dorado horizonte.
Suelos alfombrados de pasos perdidos
sin rumbo al que dirigirse,
un puñado de aplausos sonoros
que alguien debió dejar arrinconados
una tarde cualquiera
un poco después de las ocho
con el eco aún resonando en algún oído.
Una caja de tela color violeta
a la que asomaban descuidados
más de cuatro sueños,
un par de sonrisas infantiles
y la mirada de dos abuelos
que debieron echar de menos
a sus hijos o a sus nietos.
¡Vaya! –se dijo– ¡Qué desperdicio!
Y sin dudarlo ni tan solo un instante
desabrazó los abrazos abandonados
rompiendo la cinta del olvido
y enseñó a la nube su verdadero camino,
avanzó de puntillas entre los pasos
encontrando un rumbo al que partir
para despertar sus ganas de andar
en busca de lo que habían perdido,
aplaudió con fuerza a los aplausos
arrinconados aquella tarde
después de las ocho
para no olvidar jamás su eco
resonando entre ventanas y balcones,
abrió de par en par y por siempre
la caja de tela de color violeta
para liberar los sueños descuidados,
sonrió miradas y miró sonrisas
haciéndolas todas suyas
porque era padre y abuelo
porque era hijo y nieto
lanzó todo con fuerza a los cuatro vientos
para llevarlo donde quisieran llevarlo
pues los vientos son sabios.
Abre de par en par tu ventana
aunque nada de todo ello veas;
entorna después tus ojos y siente,
siente todo aquello que quieras sentir,
para ti lo rescató la otra tarde en su paseo
y para ti se lo entregó a los vientos.
José Manuel Contreras
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